SEDE VACANTE (VII)
A propósito de los posibles candidatos a ocupar el trono de San Pe… Perdón, de la silla episcopal de Aguascalientes, si en la entrega anterior mencioné el nombre del custodio de catedral, padre Raúl Sosa Palos, es porque lo he escuchado, y no por otra cosa, pero ya entrado en gastos, diré también -total: a mí que me esculquen, ya dije que escribo sin saber, porque mis dedos corren gozosos por el teclado, aparte de que nadie en la nunciatura de Su Santidad en México lee mis pobres letras; ¡ni siquiera en las oficinas de la Sagrada Mitra!, y desde luego menos en Roma- que he oído mencionar para el cargo al párroco del santuario de Guadalupe, el sacerdote Carlos Alberto García Zavala, mejor conocido con el mote de Padre Gandhi, y al actual Administrador Apostólico, el sacerdote Juan Gabriel Rodríguez Campos, que trabaja en esta diócesis. Por cierto que esto último es, sin duda, otro dato, porque, ¿significará algo en función del futuro el que se haya nombrado para este periodo de transición; de silencio, a alguien de aquí, y no de fuera?, tal y como se procedió cuando falleció el señor Godínez, que el cargo recayó en la persona del arzobispo de León.
¿Quién sabe? Pero como digo, y atendiendo a la estadística, las probabilidades de que el nuevo pastor sea originario de esta tierra que nos sustenta son bajas, por no decir que inexistentes, y esto me recuerda que en 1951 –ya lo mencioné aquí-, se formó un comité que pugnaría para que se nombrase para suceder al obispo López y González, fallecido en noviembre de 1950, al ya prelado Juan Navarrete, que a principios del siglo había desempeñado una importante labor aquí, y que en 1951 era obispo de Sonora. De seguro quien recibió la petición de tan singular comité vio el documento, sonrío y lo envió a la oscuridad del archivo. Esto en el mejor de los casos, porque en el peor a lo mejor hizo bolas el papel y, “¡lanzamiento para home!”, lo tiró al cesto de la basura.
[bctt tweet=»“El hombre escogido para el episcopado tenía que decir ‘No quiero ser obispo. Nolo episcopari’. Para los Padres de la Iglesia, como para Platón, nadie que deseara el poder era digno de ejercerlo.”» username=»»]
En otro orden de ideas, permítame distinguir entre candidato y aspirante. El diccionario de sinónimos dice que ambos términos lo son. En verdad os digo que el tumbaburros se equivoca. Fíjese bien: un candidato sería aquel personaje que cuenta los atributos y capacidades para ocupar un cargo determinado. En cambio un aspirante aspira, quiere ser. ¿Se da cuenta de la diferencia? Alguien reúne los requisitos señalados, es un candidato, pero el asunto le tiene sin cuidado, no piensa en ello, dado que está dedicado a lo suyo. El aspirante podría aprobar la lista, pero además quiere serlo, y quizá en el lance guiñe un ojito, deslice en los oídos adecuados una virginal palabra que riegue flores, etc. ¿Fue Héctor Hugo Olivares quien acuñó aquella máxima de “quien respira aspira”? ¿O era “suspira”? ¿O eran las tres? Pero claro, ahora hablo del obispado, no de la gubernatura del estado.
En fin. Haya sido como haya sido, escribo lo anterior por algo que me contó mi patólogo de cabecera (toco madera, fierro, carne, lo que sea), el médico Luis Muñoz Fernández, quien me recordó un dicho de la helenista Edith Hamilton, que ahora cito tal y como me lo comunicó el galeno: “El hombre escogido para el episcopado tenía que decir ‘No quiero ser obispo. Nolo episcopari’. Para los Padres de la Iglesia, como para Platón, nadie que deseara el poder era digno de ejercerlo.” La idea es sabia, porque un prelado adquiere eso que el siniestro Henri Kissinger denominó el mayor afrodisiaco de esta vida, el poder, este apenas mover un dedo y ver como se mueve todo alrededor de uno… Como digo, la idea es sabia, pero quien sabe si sea cierta, porque luego ve uno cada cosa, que ¡Dios guarde la hora!
Otra perogrullada es aquella según la cual, o viene un obispo ya consagrado, o un sacerdote que aquí será elevado a esta jerarquía. De nueva cuenta recuerdo que de los siete pastores que ha tenido la diócesis, seis ya lo eran con anterioridad, y sólo uno, Salvador Quezada Limón, se desempeñaba como párroco de la vecina Jalostotitlán en el momento en que fue designado cuarto obispo diocesano. Tan querido fue en aquella parroquia alteña que un cachito de la calle del templo, por cierto dedicado a la Virgen de la Asunción, lleva el nombre del ilustre yahualicense.
Por otra parte, y a propósito de la posibilidad de elegir a alguien de fuera o a alguien de aquí, en ambos casos es esta un arma de doble filo. Desde luego, y a despecho de las estadísticas; de las bajas probabilidades, no hay que descartar que ocurra esto último. ¿Si la ocasión anterior eligieron a un argentino para ocupar el trono de San Pedro, por qué no podría nombrarse pastor a un sacerdote de Aguascalientes? En fin. Digo que si se elige a alguien de aquí, tendrá sus filias y fobias, que en el caso de estas últimas quizá causaran ruido, por aquello de “¿y este es que el que nos va a gobernar? Mmmm, ya valió”; algo así. Por eso me parece que casi de manera invariable se elige a alguien procedente de otras latitudes, por aquello de plantear una especie de “ni tú ni yo, mejor aquel”, alguien que en su desconocimiento traiga también una ausencia de compromisos que en determinado momento se constituyan en obstáculo para el ejercicio del gobierno. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).