SOBRE EL ACOSO Y LA VIOLENCIA ENTRE LOS UNIVERSITARIOS. RACIONALIDAD CRITICA SI, AVELARDISMO NO

La universidad es un espacio de convivencia humana donde las temáticas de acoso y hostigamiento deben siempre manejarse con cuidado, seriedad y responsabilidad. Por tanto, las inquisiciones públicas -del estilo que tanto gustaba a Sor Martínez Mercado- deben ser frontalmente denunciadas, combatidas y rechazadas. Si la universidad va a proyectarse en luz, el espíritu crítico, la prudencia, la presunción de inocencia y el debido proceso son ideas clave que deben desarrollarse y defenderse sin claudicación posible desde el espacio académico cuya máxima legitimidad deriva de la noción de racionalidad crítica.
Si bien el contexto no es sencillo, dado que la convivencia cotidiana entre miles de seres humanos inevitablemente conlleva tensiones permanentes, lo cierto es que la peor claudicación al ideario universitario que se puede dar en los tiempos que hoy vivimos es ceder ante la presión irracional de las modas ideológicas o -peor aún- ante la irresponsable y efímera presión mediática de las redes sociales como se hizo durante el avelardismo.
Varios fenómenos convergen hoy en día para romper la estabilidad de la convivencia entre los universitarios y -si no se quiere que la universidad fracase como institución- deben todos ellos ser entendidos y correctamente dimensionados.
Sin importar la irracional vehemencia de los discursos ideológicos, la universidad es un espacio seguro y siempre lo ha sido. Tan seguro como lo puede ser cualquier espacio con la presencia cotidiana de miles de personas. Sostener lo contrario supone inducir un delirio y una paranoia ideológica que inevitablemente cobrará vida propia en la imaginación colectiva hasta devorar los nervios de miles de estudiantes cuya debilidad emocional, cada vez queda más documentado, proviene de las redes sociales. Este punto es clave, pues lo que se debe entender es que el fenómeno que hoy observamos, en toda una generación de jóvenes rápidamente propensa a la indignación irracional, está íntimamente relacionado con el efecto que la digitalización de la vida ha tenido en el desarrollo intelectual, cognitivo y socioemocional de la primera generación en la historia humana que desarrolló su infancia con un smartphone en la mano. Aunque muchos pretenden asociar este fenómeno a los efectos de la pandemia, lo cierto es que a nivel mundial los expertos mejor informados son más claros al señalar que el fenómeno tiene una raíz mucho profunda derivada de uncambio antropológico sin precedentes en la historia humana: la infancia vinculada a las pantallas interactivas y las redes sociales.
La universidad no es y nunca ha sido una institución insegura. Son los estudiantes los que, dado un profundo giro en nuestro contexto antropológico, han desarrollado una inestabilidad crónica derivada de su contacto con ununiverso digital que desde su infancia los ha secuestrado. Tal inestabilidad ha derivado rápidamente en miedo y ansiedad por una parte y en hiperreactividad y propensión a la falsa indignación por la otra. Victimizarse para obtener la falsa validación de los likes de todos aquellos que quieren presumirse como los aparentemente virtuosos y empáticos defensores de las víctimas, conlleva un ciclo autodestructivo que únicamente perpetúa una dinámica social en la que una histeria irresponsable se generaliza cada vez con mayor rapidez y cada vez por cuestiones más banales.
Por otra parte, el discurso feminista dominante, con su énfasis ideológico en la manipulación del significado de palabras como “acoso”, “violencia” u “opresión” únicamente ha contribuido a aumentar la paranoia generalizada que hoy viven las jóvenes como producto de la ansiedad crónica que ya padecen. Cuando cualquier hecho o incomodidad aislada es llamada acoso, cuando hasta la indiferencia es señalada como violencia y cuando en todas partes se busca la opresión de un sistema de privilegios invisibles (el patriarcado) lo más seguro es que el miedo nacido de la ansiedad estalle violentamente tras la paranoia de un delirio de persecución. Quien en todas partes esté buscando violencias invisibles tarde o temprano creerá encontrarlas.
Es el conjunto combinado de estos fenómenos, aunado al activismo potencialmente violento y vandálico de grupos de activistas radicales, lo que conlleva siempre a una potente presión política que las autoridades universitarias muchas veces no saben cómo enfrentar. Como fue común en el avelardismo, la censura, la inquisición y la hoguera pública, pueden ser estrategias perversamente ventajosas para que las autoridades puedan dar carpetazo a una situación coyunturalmente incómoda y políticamente inconveniente. Tal política no solo es injusta por inmoral e inescrupulosa, sino que además es estratégicamente torpe y contraproducente pues el mensaje será muy claro: “cederé a lo que me pidan con tal de que me lo pidan gritando, por favor pídanme más”. Cosa que naturalmente sucederá hasta jamás terminar.
Aunque el fenómeno sea complejo, la universidad no puede ni debe claudicar ni a su misión ni a sus principios hasta reducirse al estatus de guardería. La universidad debe preparar a los jóvenes para las siempre complejas y frustrantes tensiones de la vida profesional. Caso contrario solo los engañará en una falsa seguridad que el día de mañana los destruirá ante su incapacidad para lidiar con la frustración cotidiana de la vida adulta. Para proyectarse en luz, la universidad debe enfrentarse a la irracionalidad ideológica de nuestros tiempos sin avelardismo ni cobardía. Con espíritu crítico, con debate abierto y con libertad de expresión para analizar racionalmente todas las causas subyacentes a la potencial histeria colectiva a la que cotidianamente se enfrenta en el campus. Respetando derechos fundamentales y definiendo con claridad los hechos -extremos y poco comunes- en los que, por su verdadera gravedad, la institución deba intervenir. Entendiendo los complejos fenómenos sociológicos a los que hoy se enfrenta y no claudicando a ellos. Caso contrario la institución universitaria fracasará ante la irracionalidad. Y su fracaso será muy costoso para toda la sociedad.