Y MUERTE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO EN LAS ALTURAS DE AGUASCALIENTES (O SEA, EN SAN JOSÉ DE GRACIA) (IV/IV)
En San José de Gracia se acerca a su fin la trágica representación del drama cuyos ecos retumban con asombrosa intensidad 20 siglos después. A las estaciones del viacrucis se agrega algún otro alto en el camino, que en parte sirve para que quienes llevan el peso mayor en el desfile descansen unos instantes, pero también para dar vuelo a la imaginación. Uno de ellos es el famoso episodio de Samuel Belibet; el judío errante, una historia que obsesiona a muchos en estos lares por el arma de doble filo que significa haber sido condenado a la inmortalidad por negarle a Jesús un poco de agua, y hasta la segunda venida de Cristo. De esta forma, el que vino a perdonar, aparece como juez que condena, y sentencia: “Serás inmortal, pero la inmortalidad será tu mayor castigo. Prepara tus sandalias; prepara tu cayado de viaje. ¡Infeliz! Me has dicho: anda. ¡Pues tú andarás hasta la consumación de los siglos! ¡Anda, anda, anda, Samuel Belibet! ¡Maldito como tu patria! ¡Vagarás por el universo, hasta el día del juicio final!
Se reanuda la marcha. Por momentos el cortejo debe estrecharse para avanzar, dado el gentío que se acumula en las aceras, en los camellones. Justo en uno de estos momentos una joven mujer del pueblo; alguien que no es ni protagonista ni figurante se acerca a Jesús de San José. Se adelanta un poco, extiende su brazo y toca el hombro del condenado, se persigna y regresa a su lugar en el camellón. Su expresión se contrae y de sus ojos brotan lágrimas que rápidamente enjuga. ¿Qué le morderá el alma así como para provocarle semejantes emociones al paso de la representación?
Una parada muy importante ocurre donde Judas pende de la rama de un sólido y frondoso pirú. Es un acto que he visto en otros viacrucis, pero no como se representa en este, porque aquí ocurre que Jesús de San José se aproxima al traidor, que se balancea en el estertor final.
Se acerca y levanta el brazo hacia el discípulo que vendió al maestro por unas monedas. Lo observa en silencio; todo el mundo en silencio. Por mi parte contemplo la escena y pienso que es un buen momento para que este Jesús de San José le hable al pobre diablo; le diga algo, como por ejemplo, que comprende que le tocó jugar el peor papel posible en este drama; el más terrible, y que por eso mismo lo compadece, y que entiende que no había de otra, porque si la hubiera habido no se habría cumplido la profecía.
¿Cómo podría ocurrir esto último si no se hubiera encadenado esta serie trágica de acontecimientos? ¿Qué hubiera ocurrido si, por ejemplo, Judas no solo no traiciona a Jesús, sino que lo salva, digamos que raptándolo, y en acuerdo con algunos discípulos lo saca de la escena caliente, o si Pilatos no se deja amedrentar por la chusma maiceada, lo libera, pero para enfriar un poco el asunto ordena su deportación?
Todos estos personajes que ahora maldecimos con desbordada alegría, aportaron un elemento para que se cumpliera la obra de redención. ¿Qué habría pasado si faltara alguno, incluso Caifás, el perverso, o Herodes, el estúpido?
En fin. Ahora Jesús de San José podría mostrar que su perdón es tan grande, que incluye a quien Dante colocó justo en el círculo más profundo del infierno; en el principal, como si Lucifer hubiera sido creado justo para torturar a este pobre hombre. Podría decirle que comprende que con su acto coadyuvó –hermosa palabra en boca de un político- a los designios del Padre en este ajuste de cuentas con el género humano; que sin traición no hay muerte, y sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay redención, el ansiado triunfo final sobre la tal por cual muerte… El tema es fundamental, dado que se trata de la piedra angular; el cimiento básico sobre el que se levantó el complejo, monumental, edificio de la religiosidad cristiana, y sin el cual todo sería palabrería florida, brillante, pero inútil…
Jesús de San José podría decir algo de esto, y así tranquilizar la atormentada conciencia del infidente en ese instante final. Pero nada, silencio, hasta que un soldado vuelve a gritar: “camina, loco”, y entonces la marcha se reemprende.
Pero entre tanto, y para regocijo de los niños, Judas lanza monedas de chocolate, forradas con papel dorado, como si se tratara de tostones antiguos, esos que traían un perfil griego de Cuauhtémoc.
Al pasar la procesión por el jardín principal, donde se encuentra la parroquia, observo que la crucifixión tendrá lugar en el costado sur del templo, así que ya no sigo el cortejo rumbo al sur: las horas al Sol y la caminata han hecho mella en mi humanidad, que muy respetuosamente me pide un respiro. O sea que hasta aquí llego. Y si me permite, aquí parafrasearé el evangelio de san Juan, cuando dice: “Y muchas otras señales hizo también Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritas en este libro”. Así yo, escribiré que muchas otras cosas ocurrieron en este viacrucis, que no están en estas líneas, y en todo caso me ampararé en el hecho de que, en términos generales, usted sabe como termina esta historia.
El viacrucis dura 4.40 horas, aproximadamente, y ya hace hambre. En el cazo de la carnicería abierta, las carnitas se retuercen en el aceite hirviendo, y en el acto de girar con una elegancia casi valsística, lanzan al aire ricos aromas que son preludio de un gran banquete: pura delicatesen mexicana acompañada con pico de gallo, chiles jalapeños, salsa roja y las imprescindibles tortillas. ¿Qué importa que sea este el día máximo de la vigilia? (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).