Y Babel seguía ahí
Vivimos la crisis del virus en cierta intemperie social a la que hemos sido expuestos por nuestro olvido de las lecciones de la historia. Mientras tanto, desde nuestro aislamiento vemos, nos enteramos de las luchas por sobrevivir de los grandes perdedores en estos capítulos, excepcionales si en el devenir de nuestro tiempo, pero patentes en el día a día de una sociedad por demás desigual, cada vez más filosa en la altura de la pirámide como maltrecha en el grueso del basamento. Una sociedad en la que cabemos como especie condenada a la soledad pero también un día con otro, a la extinción sobre esta tierra. El viento que borró para siempre a Macondo de la faz de la tierra debe andar cerca de aquí.
Es lo que hay. Vivimos en medio de una vorágine de voces y alaridos, de sermones y consejos, de poca sabiduria y mucho engaño y dispersión. Tenemos el derecho de expresarnos, pero no queremos hacernos consecuentes con nuestros propósitos y hechos. Es obligado denunciar, censurar lo censurable, hacer crítica que construya, o que destruya con firmes argumentos para levantar de nuevo, lo que haya que levantar. Por el contrario, poco estamos aportando cuando más se necesita nuestro concurso. ¿Hasta cuándo? Vivimos estos días como dando vueltas a la torre, a diario atosigados por los alegatos sin sentido que inundan las redes y se esparcen por espacios informativos que salvo rarezas, se dedican de lleno a convertirse en mensajeros de antagonismos y odios infecciosos que solo abonan a empeorar el camino de por si tan cuesta arriba. Estamos perdiendo de antemano todas y cada una de las batallas, y parece que no será esta vez el arte, la literatura, quien pueda devolvernos el tiempo perdido.
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Como alguien ya lo dijo, lo que viene empoderándose en la sociedad es el perjuicio, las verdades a medias o el bulo, la tergiversación, los intereses de los partidos políticos y sus personeros que nos quieren convencer de que sus intereses son los nuestros. La basura intelectual y la retórica nos cercan, ponen día día nuevas piedras y con eso solo se construye una casa de llamaradas.
Es lo que hay. Esta especie de tiranía que camina encubierta en los ropajes de una democracia endeble y viciada, Un poder que se reparte el oro y el morro, de los espacios fácticos y la élite mercantil a la clase política depredadora, sacando rentabilidad aún en la más dramática crisis. El mismo pregón con distintas invocaciones, el mismo gesto, el mismo ritual. Su altar es el mismo, el viejo templo de Huitzilopochtli, el sol incandescente y el tambór de la guerra. No se les puede creer ni el pésame, y de pesares andamos.
Vivimos viviendo y malviviendo los días que pasan y se van mientras la Babel sigue ahí. Aunque uno se despierte sin el atronar de las maquinarias. Estos días finales de abril cuando los pájaros numerosos han regresado a la ciudad y alguna lluvia reciente nos deja recordar que nunca habíamos pasado por tanta desesperanza. El aire está limpio sin embargo, y vuela, va del instante que creíamos haber rescatado hasta esos jirones de memoria que pasan de vez en vez por estas calles, por entre las recámaras y los patios solitarios, sobre los atardeceres de azoteas, nubes y antenas, y hasta las hoy lejanas pupilas de los niños.
Y paro de contar, Ahora que el tiempo se deja estirar un poco revisito la lectura del poeta peruano Antonio Cisneros (Lima, Perú, 27 de diciembre de 1942– Lima, 6 de octubre de 2012), y para no continuar hablando de zozobras y horizonte perdidos, les dejo estos dos poemas de golondrinas, hospitales y exilio, escritos por él durante su reclusión, en marzo de 1971, en el Hospital de Saint Roche, en Niza, Francia.
1
« Las golondrinas han vuelto
las oscuras / y en esta misma época del año
cuando la nieve es otra vez un río
creciendo entre los muertos
y los restos / de una estación de esquí
y sombra da el cerezo para todos
los crímenes de guerra
y sombra el tulipán / como una mosca
en todas las ventanas
y no hay más inocencia que esas aves
seguras, aleteando
sobre alguna ambulancia
que no llegará a tiempo
oscuras golondrinas
sobre el busto de algún benefactor del Hospital ».
2
«Estás en un puesto de frontera
y sin saber quién ordenó tu exilio
Puedes beber y comer
y no hay horarios en toda la jornada
En toda la jornada corretean las tribus de los hombres
y los animalitos corretean
luciendo los colores de su tribu
Toma la pluma de ganso y el papel
haz recuerdo de todo lo que veas
tus días en un puesto de frontera
nada conoces atrás de la muralla
y esas verdes colinas que dejaste
no las recuerdas más”.
Publicado en “Hidrocálido”. 29.04.2020