Mi sueño sobre el sueño de Montaigne.
Soñé con Michel Eyquem de Montaigne el más clásico de los modernos y el más moderno de los clásicos.
Sus Ensayos los escribió durante veinte años, tiempo que aconteció para él leyendo y abatido al interior de su castillo; tiempo que transcurrió suspirando por la desesperación del encierro al que decidió someterse las últimas décadas de su vida. Montaigné escribió en sus magnificas reflexiones sobre aquel personaje al que se le dedicó un siglo entero de la historia por sus hazañas y fue contemporáneo de Cristo según nos indica nuestro mitológico calendario romano: Cayo Julio César Octavio Augusto. Nuestro mes de Agosto seguramente es un mes también en honor a este hombre que asumía era un dios descendiente del mismo Apolo.
[bctt tweet=»de aquella historia que Montaigne leyó en alguna parte de su extensa biblioteca, de sus Ensayos emanaron estas imaginaciones. » username=»crisolhoy»]
En mi sueño Michel de Montaigne observaba un larario, una de las figuras en el altar era una pequeña estatuilla del dios Octavio que emulaba a Apolo. Esta figura fue un obsequio que tuvieron emperadores míticos como Adriano, -el constructor del muro en la antigua Britania-. Michel contempló en sus manos la estatuilla por horas e hizo una especie de oración a los dioses o espíritus guardianes del hogar (lares) para calmar su indominable desesperación. Montaigne dentro de mi sueño se quedó dormido acostado en el piso frente al larario en el que hacía sus oraciones a los dioses romanos.
De una oscuridad semejante a la que nos proporciona la muerte durante los sueños profundos y longevos nacieron estas imágenes en mi sueño del sueño de Montaigne. Era como si los viajes en el tiempo fueran posibles.
De la oscuridad advino la imagen: el emperador Octavio Agusto camina de un lado a otro en la habitación de su palacio; es lo más cercano a Apolo pero intuye por primera vez que no es un dios todopoderoso, ¡Roma también pierde guerras! Sus cabellos rubios están agitados, el sudor en su frente es visible, nadie acompaña al majestuoso emperador, sus ojos azules miran extraviados el paisaje de su palacio.
Entonces girtó el emperador en la soledad de su palacio: – Publius Quintilio Varo et calamitatem, ¡Clades Variana!- Sólo maldiciones gritaba hacia el gobernador de la provincia romana mientras sus manos temblaban a causa de la desesperación y la ira que el autonominado emperador divino sentía en su cuerpo, -el emperador sólo puede pensar en la deshonra que le causó a sus constantes victorias el sabor amargo de esta derrota-. El emperador Cayo Julio César Octavio Agusto sólo conocía de la belleza de la victoria y ahora Roma perdía su provincia Germania y debían retroceder la frontera del río Elba al río Rin. Treinta mil romanos muertos en la selva de Teutoburgo era el resultado del desastre de Varo.
Fue entonces cuando el emperador más glorioso se sintió humano demasiado humano; frágil, impotente, sin la protección de su amado Apolo. Inmediatamente se dispuso a hacer oraciones al dios sol enftente de su larario y pronunció esta lamentación: -Apollo oblitus es Romae-. El emperador divino nunca había padecido un ánimo tan abatido; nadie sabe con certeza, ¿quién o quiénes escribieron la historia del desastre de Varo y sus tres legiones masacradas en aquel funesto desastre de Teutoburgo, el emperador Augusto dudó de su divinidad aquel día y procuró no hablar del desastre nunca mas, le perturbaba si quiera la mención del nombre del gobernador Varo, el suicida que no soportó la ignominia de la derrota en Teutoburgo.
De esa desesperación y soledad del hombre más poderoso de Roma al descubrir que no era divino , de viajar un instante imaginario en el tiempo; de aquella historia que Montaigne leyó en alguna parte de su extensa biblioteca, de sus Ensayos emanaron estas imaginaciones.
Fue cuando despertó Michel de Montaigne delante del larario y minutos después desperté yo que existo en un mundo desolado y en un encierro infernal sin palacio. Mi mente sólo encuentra aventuras en otros siglos, en otros espacios, en otros tiempos, en otras vidas, en otras cimas de la desesperación. En un lenguaje ajeno al cotidiano se encuentra la sabiduría y la aventura.