La muerte es lo único que nos hace iguales a todos
“Pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas regumque turres.”
La muerte hiere con el mismo pie las tabernas de los pobres y las torres de los reyes.
Quinto Horacio Flaco. (Odae I 4,13).
La muerte es lo único que nos hace iguales a todos.
Para Louis Althusser la ideología es una representación de la relación imaginaria entre los individuos con sus condiciones reales de existencia.
Con la ideología sucede lo mismo que con las enfermedades: la mayoría de los sujetos creen que no están contagiados de los virus del cuerpo y también del lenguaje.
La ideología es una especie de virus que invade nuestra imaginación. Por medio de la ideología muchos creen que describen a la verdad, o más absurdo aun, suponen sus pensamientos alcanzan la realidad; inclusive los positivistas metódicos creen encarnar la objetividad y se terminan intoxicando de ideología.
Un solo verso de Horacio puede enfrentarse de buena manera al intento de separar a hombres en clases sociales, atenta contra esos lugares imaginarios en los que el poder económico otorgará la misma felicidad a todos algún día, algún imaginario día en el que la avaricia por el capital termine como el apocalipsis fulmina a los pecadores.
La indignación ante la riqueza convulsa es un dogma fundamental para todos aquellos que se consideran de izquierda como lo es para los cristianos la santísima trinidad. Aquel que profesa un credo de izquierda: comunista leninista, maoísta, social demócrata; debe aceptar y denigrar a todo capitalista oligarca que acumula y aumenta su dinero en sus cuentas bancarias.
El dinero es el nuevo diablo con su nuevo infierno para la ideología que supone repartirlo crearía una especie de paraíso artificial conducido por ángeles justos con gorras de general. La historia de la humanidad entera es sinónimo de la barbarie en la que existen periodos de paz entre guerras.
Y si misteriosamente las clases sociales desaparecieran y esa riqueza almacenada de un día a otro fuera mítica y justamente repartida como aspiraba Marx, ¿qué pasaría?
El gran crítico que se decía a sí mismo: soy un materialista que no profesa románticos ideales; aquel que se consideraba alguien lucido ajeno a idealistas ingenuos como Hegel, aquel que se suponía un gran pragmático que transformaría al mundo en lugar de pensarlo.
Marx no pudo atestiguar como el poder del capital se intentó repartir en la URRS o en la China maoísta, y el resultado menos lo pudo intuir, como se lo advirtió su enemigo Bakunin: crearon una nueva burguesía pero ahora de carácter estatal y con poder ilimitado.
No imagino que habría pensado Marx cuando se requisaban las cosechas para el ejercito rojo, ni sus comentarios sobre la total opresión del Partido y la imposibilidad de disentir; a Marx le encantaban las peleas verbales y escritas, era un gran maestro del insulto. Imagínenlo delante de Stalin amenazado con ir al Gulag o campos de trabajo por escribir su prosa que insulta al nuevo y justo régimen que afirmaba acabo con la esclavitud.
Concluiré esta ocasión volviendo al pensamiento del gran poeta romano Quinto Horacio Flaco, un republicano absuelto que después de combatir, perder y caer en la miseria, fue perdonado y enterrado junto a Cayo Mecenas, su gran protector del furibundo emperador Octavio Cesar Augusto del cual recibió misericordia y amnistía.
“Nil sine magno vita labore dedit mortalibus.
La vida nunca ha dado nada majestuoso a los mortales sin un gran esfuerzo y trabajo.
(Quinto Horacio Flaco, Sátiras I 9, 59).
El problema no es repartir la riqueza solamente, ¿con que medida del merito se repartiría? Una cuestión es tener trabajos bien remunerados y otra muy diferente que la riqueza se pueda repartir mediante un Estado que supuestamente sabe lo que es justo para cada cual.
Solo la muerte nos hace iguales, y además golpea del mismo modo las tabernas paupérrimas que los castillos de los refinados monarcas. Se nos olvida que desde la antigua Roma se sabía que por más diferencias que existan entre los humanos: la muerte nos hace morder el polvo y se ríe de cada uno de nosotros. Los millonarios la sufren también ya que no se pueden llevar a ningún lado todo aquello que acumularon y les hacía perder el sueño y hasta imaginar eran virtuosos mediante el dinero.
Los pobres deberían saber que la felicidad no surge del dinero sino de la virtud, la muerte se lleva todo y hay que aprender a perder, o vivir enajenado a una supuesta superioridad material y convulsamente acumulativa, o anclado en el resentimiento que envidia a las clases altas a las que se les atribuye ser felices y rebosantes, sujetos ajenos a depresiones recurrentes…