El terror cotidiano
En las más siniestras historias de horror existe un infante enfermo de algo incurable y crónico.
Es un recordatorio de la muerte a las frivolidades del espíritu humano.
Es el absurdo más doloroso, el silencio más hondo. Los cuestionamientos a la justicia divina terminan con sus guerras quitándole la forma humana al universo.
Transcurre lento el tiempo esta tarde de domingo. Los niños no deberían morir pero nadie puede evitar que el destino del humano sea el sufrimiento.
Los niños no deberían crecer pero nadie puede evitar que el cielo no sea cada día más viejo.
La vida no debería parecer conforme más años pasan un cuento de terror cotidiano. Una crónica angustiante. Un delirio permanente.
Una historia en la que un infante muere sin sentido.
Algo parecido a las horas que acontecen después de un terremoto.
El terror se esconde en la rutina del hombre más sano y rutinario.
Y los sueños siguen siendo como decía Paz la borrosa patria de los muertos. Y yo ya no se si sueño o estoy despierto. Si mis versos sirven de algo o son la expresión de un cuarentón semi muerto.