Apuntes sobre la representación política/23 y último Devaluación de valores
Los riesgos de la falsificación de la democracia son la suplantación del pueblo-opinión pública-electores, por quien se ostenta como su portavoz, secundado por la mayoría falsa que surge de la manipulación de medios cibernéticos o de “las redes”, que crean opiniones inexistentes porque sólo provienen de la facilidad como inventan o multiplican artificiosamente esas creencias. A los políticos o a quienes se ostentan como políticos, les encantan jugar ese juego persuadidos de que su propia simulación impacta a la ciudadanía, cuando en realidad se trata de un autoengaño.
Sartori reitera la sentencia de Burke, “cuando los líderes optan por convertirse en pastores de la subasta de la popularidad, su talento no será de utilidad para la construcción del Estado. Se convertirán en aduladores, en lugar de legisladores … Si alguno propusiera un régimen de libertad sensatamente limitado y correctamente definido, se vería de inmediato superado por sus competidores, que propondrán al más maravillosamente popular”.
Obviamente es espacio y oportunidad de demagogos y gesticuladores. De ahí la voluntad de mantener y fortalecer normas axiológicas. El punto de partida es el de sistemas que garanticen –en lo humano y socialmente posible—la “representación exacta” entre sufragios y escaños (cuestión cuantitativa). Teóricamente debería asegurar o acercarse a la representatividad, (cuestión cualitativa). La justificación ética de la representación, en su origen, fue el de utilizar el procedimiento cuantitativo “para elegir entre opciones de forma cualitativa”. El pragmatismo de “políticos”, partidos y grupos de presión, convirtió “en un rodillo” que ha llevado a “seleccionar lo malo, sustituyendo un liderazgo valioso por un liderazgo impropio” (Sartori, Sartori, Claves de la razón práctica N. 91, 1999, https://dialnet.unirioja).
Por tanto, el desafío para la democracia es “la cultura que devalúa los valores” (Sartori). Puesto que las elecciones son exigencia legal, “la representación es, en último término, una construcción normativa”. Es asunto de compromiso moral, en cuanto a que, razona Sartori, es necedad pretender ceder a todas las demandas, ya que “el representante no es sólo responsable ante alguien, sino también responsable de algo” (Sartori), por lo cual al “configurarse normativamente, ha de encontrar un equilibrio delicado entre receptividad y responsabilidad, entre rendición de cuentas y comportamiento responsable entre gobierno de y gobierno sobre los ciudadanos”.
Son engañosas las posturas que enfatizan “más democracia” o “democracia semidirecta” por la vía cibernética o las “redes sociales”, y suponen “como iguales las asambleas locales de base “a mano alzada”, los referendos”, las encuestas y consultas sin regulación jurídica. De ahí que, en opinión de Sartori, en vez de elevar la calidad de la democracia, se lograría “a un sistema representativo altamente disfuncional y localmente fragmentado que pierde de vista el interés general”.
Por otra parte, sugiere Sartori, la democracia directa exige mucho más al ciudadano ya que debe tomar decisiones que exigen conocimiento y experiencia, de lo cual carecen los electorados de países con elevado nivel de marginación, analfabetismo o con alto analfabetismo funcional. “En tales circunstancias, una democracia directa está condenada a la autodestrucción”.
Otro cuestionamiento, apunta Sartori, es que “cualquier maximización de la democracia requiere como condición necesaria una mejora equivalente de la opinión pública”, no únicamente en cuanto al número de individuos interesados en los asuntos públicos y con un cierto nivel de conocimiento y perfil crítico-analítico, sino, igualmente crucial, la calidad democrática está estrechamente vinculada con la calidad ciudadana. De ahí la validez y pertinencia de las disposiciones del artículo tercero de la Constitución de la República, el cual vincula educación, democracia, libertad, igualdad y justicia.
Por último, Sartori concluye que “la crisis de representación es fruto del primitivismo” político, así como exigir que la representación democrática y la democracia misma nos den lo que no pueden darnos. La democracia electoral establece reglas para elegir gobernantes y representantes. No fue diseñada para solucionar problemas sociales y económicos, pero al generar consensos políticos es punto de partida para resolverlos. La democracia social se propone equidad y seguridad social. No son incompatibles, pero ésta debe partir de aquélla.
“La crisis” de la representación política nace de las desiguales relaciones clasistas, la inequidad económica y cultural, la exclusión y la marginación. Al develar la conflictividad producto de las contradicciones socioeconómicas, se genera la lucha ideológico-política de la cultura de la clase dominante a la que suma la patología ideológica del autoritarismo versus la contracultura de los dominados, que se manifiesta en forma cíclica: se modera o se agudiza según los periodos de crecimiento o estancamiento, de violencia o paz social. Acaso, la crisis política y de representación no se resolverá sino cuando desaparezca toda clase de servidumbre (Marx), lo cual no deja de ser una ilusión retórica.