¡Defendamos la cultura campesina y la urbicultura! Primera Parte
El decreto de López Obrador del 14 de febrero pasado es un hecho histórico: prohíbe el uso de maíz transgénico para el consumo humano de masa y tortilla y ratifica la voluntad del gobierno mexicano, de seguir en la eliminación paulatina del herbicida glifosato, agroquímico utilizado en gran escala en los cultivos de maíz transgénico, declarado cancerígeno por organizaciones internacionales como la OMS, e importado de otros países. Establece una fecha límite para su eliminación total: 31 de marzo de 2024. Las semillas transgénicas requieren grandes cantidades de glifosato.
Este decreto entraña un cambio radical en la manera de ver las bases en las que se sostiene el consumo y la producción de maíz en México; este cambio implica una guerra por el maíz, contra EEUU y de paso, contra la Unión Europea, (https://www.jornada.com.mx/2023/02/21/opinion/014a2pol) país que le impuso a México, por medio del TLC, el consumo del maíz transgénico cultivado en EEUU, con apoyo en grandes subsidios a sus agricultores y la obligada eliminación de los apoyos a los campesinos mexicanos, para trasladarlos a los cultivos en México de maíz transgénico.
Detrás de este decreto, está la abrumadora cantidad de información que se ha difundido en los últimos 60 años, en torno a los terribles impactos socioambientales de los productos químicos que se utilizan en la agricultura industrializada, hipertecnificada, junto con la también abrumadora cantidad de información que se ha difundido en el mundo en los últimos 30 años, en torno a los grandes impactos socioambientales de las semillas OGM o transgénicas (biotecnología). Era ya necesario que se ventilara este conflicto en ambos países. México es país de origen del maíz.
Los grandes afectados por este decreto están furiosos: los gobiernos de EEUU y la Unión Europea, sus multinacionales químicas (BASF, Bayer-Monsanto, Dow, Dupont), comercializadoras de granos (Cargill, Archer Daniells y otras que controlan los mercados mundiales) y sus organizaciones de agricultores de Iowa y otros estados, se muestran dispuestos a unir esfuerzos para invertir grandes cantidades de dinero, con el fin de eliminar este decreto que pone en riesgo la inmensa estructura comercial, legal, política internacional que han creado en las últimas cuatro décadas, con el fin de controlar los cultivos de cereales en el mundo y los estómagos de los pueblos(Henry Kissinger).
Para empezar la batalla, ellos difunden muchas mentiras o verdades a medias, tales como que no hay base científica para rechazar el glifosato y las semillas transgénicas; que se viola el tratado de libre comercio TMEC; que se elevaría mucho en México el precio del maíz y que se provocaría hambre; que México tardaría muchos años en lograr autosuficiencia en la producción de maíz. Por supuesto, una sociedad bien informada, consciente de lo que pasa con las tortillas que comemos, en algunos meses podría remontar estos desafíos, por medio de una movilización espontánea extraordinaria. Se trata de una invasión extranjera.
En muchos frentes de nuestro país se pregunta ¿Cuál es la alternativa al rechazo a la importación de maíz transgénico de EEUU? ¿Cuál es la alternativa al uso del glifosato o de los agroquímicos en los cultivos de maíz en el mundo? En algunos frentes de nuestro país (ecologistas-ambientalistas) se pregunta ¿Cuál es la alternativa a los agroquímicos y las semillas transgénicas en México ante la emergencia climática y ecológica y el colapso global de los equilibrios políticos y económicos?
En mi opinión, la alternativa a la importación de maíz transgénico de EEUU y al uso de semillas transgénicas de maíz y del glifosato u otros agroquímicos, consiste en lograr la defensa, la protección multidimensional (comunitaria, social y gubernamental) a los campesinos mexicanos que pueden cultivar maíz sin utilizar semillas transgénicas y glifosato u otros agroquímicos tanto para fertilizar la tierra como para no utilizar herbicidas químicos porque, con la guía de antropólogos, en sus cultivos pueden utilizar técnicas artesanales ancestrales muy cercanas a las utilizadas en los cultivos prehispánicos.
Hay evidentes ventajas y beneficios en sustentar la producción de maíz del país en pequeños productores, en campesinos auténticos. Además de contar con un maíz libre de productos químicos cancerígenos y de mayor calidad alimenticia en las tortillas que consumen, los vecinos de los barrios, colonias, pueblos, municipios, alcaldías, podrían controlar mucho la producción del maíz que consumen: su calidad, sus cantidades, sus precios. Podrían crear millones de ocupaciones de buena calidad y resistir los embates culturales, sociales, económicos y políticos de los gobiernos muy poderosos.
Por medio de la autonomía alimentaria que las comunidades podrían lograr de esta manera, se podrían fortalecer sus capacidades de resistencia ante las colosales amenazas que entrañan el colapso del clima, la diversidad biológica y cultural, la alimentación, la seguridad personal y la salud, las economías de los más pobres y los derechos políticos de los más vulnerables. Con muy buenas bases, se pronostican hoy día muchas catástrofes nacionales y globales.
La firme defensa de los campesinos que producen maíz en pequeña escala, con técnicas artesanales, ancestrales, podría conducir en un primer período a una movilización social ( redes, colectivos, organizaciones) que buscaría acercarse a las familias y comunidades que pueden o podrían cultivar maíz sin utilizar semillas transgénicas y glifosato u otros agroquímicos y que sean cercanas a los barrios, colonias, ejidos, pueblos o ciudades donde residen los que se movilizan; además, esta movilización podría llevar a la realización de asambleas locales o regionales, para discutir las formas de acercar los productores de maíz a los consumidores de este producto, cercanos a ellos¸
Podría implicar, además, la creación de redes de cuenca o ecorregión, para controlar los excedentes de maíz y acordar sus intercambios, con base en los principios de solidaridad, reciprocidad y complementariedad.
Podría implicar acuerdos nacionales, para demandar a los gobiernos acciones tales como la introducción de aranceles a la importación de maíz transgénico de EEUU, la eliminación de los enormes subsidios que reciben los agricultores mexicanos que utilizan fertilizantes y herbicidas químicos y semillas transgénicas, la entrega de grandes subsidios a los campesinos que pueden cultivar maíz sin utilizar semillas transgénicas y glifosato y otros agroquímicos. Podría implicar, además, apoyos a la investigación antropológica en torno a las técnicas artesanales, ancestrales que se utilizaban en el cultivo del maíz, en épocas preindustriales y épocas prehispánicas.
También, podría implicar el establecimiento de acuerdos entre comunidades de productores de maíz que todavía tienen prácticas de cultivo de maíz preindustriales o que podrían dominarlas en poco tiempo y / o entre familias que quieren dedicarse a rescatar estas prácticas y grupos de vecinos de barrios, colonias, pueblos, ciudades que se podrían comprometer a comprar parte de su producción del año.
Podría implicar, también, la creación de redes nacionales, para el establecimiento de redes internacionales de solidaridad, reciprocidad y complementariedad, de productores y consumidores de maíz o de cereales libres de transgénicos y de agroquímicos. Desde hace más de 30 años, las organizaciones nacionales de campesinos se han vinculado en redes nacionales, regionales y continentales y en la red mundial llamada La Vía Campesina.
Por otra parte, la protección de los auténticos campesinos en México podría implicar, también, la aparición de productores urbanos de hortalizas en ventanas, azoteas, jardines y huertos urbanos, – la urbicultura o agricultura urbana-, productores que podrían conformar acuerdos de barrio, colonia, pueblo o ciudad, para concentrar excedentes de su producción y acordar sus intercambios, con base en los principios de solidaridad, reciprocidad y complementariedad.
La creación de asociaciones de alcaldías o municipios, de consumidores y productores de maíz u hortalizas u otros cereales, con el propósito de conservar o proteger los cultivos urbanos y de maíz periurbanos, sin la utilización de semillas transgénicas y agroquímicos, serían grandes conquistas de esta defensa de la auténtica cultura campesina.
La urbicultura podría ser una gran respuesta de los habitantes de barrios, colonias y ciudades, para enfrentar los efectos devastadores de las catástrofes derivadas de los colapsos globales, como el colapso climático, ecológico, cultural, social, económico y político.
La agroindustria requiere demasiado gas, petróleo y carbón, para producir más de 5 toneladas de maíz por hectárea. Cerca de 8 calorías de hidrocarburos para lograr una caloría de alimento. Necesita un consumo excesivo de hidrocarburos, para fabricar sus fertilizantes, sus herbicidas y la maquinaria que se requiere en sus monocultivos o desiertos verdes; también, para transportar estos insumos a los terrenos de cultivo donde se utilizan y luego, para transportar, con grandes mermas, sus cosechas a grandes bodegas y a los centros de consumo y producción de alimentos que incluyen el maíz.
El excesivo uso de transporte y de bodegas que requiere la agroindustria que implica muchas operaciones de carga y descarga del maíz en bodegas y una gran merma del producto en estas operaciones además de consumir enormes cantidades de gas y gasolinas, facilita la gran intermediación, la especulación y el consecuente encarecimiento del maíz. La agroindustria mundial es una de las mayores productoras de gases y humos que dañan el clima.
Ante los embates de los gobiernos más poderosos del mundo, como EEUU y la UE y sus muy poderosas empresas multinacionales, en México resulta fundamental el combate contra la deslocalización de la producción y el consumo de alimentos: es excesiva la distancia que existe entre el lugar de producción de un alimento y el lugar de su consumo. Mientras más lejos se produce un alimento más daño se hace al clima, la ecología y el ambiente, más baja es la calidad del alimento y mayor es el riesgo de elevaciones radicales de los precios de los alimentos y del número de personas que padecen hambre.
Este regreso de la cultura campesina es la mejor salida al callejón sin salida en el que nos metió hace más de un siglo la industrialización de los cultivos de alimentos. Desde la histórica denuncia de Rachel Carson (Silent Spring, 1962), de los efectos de las fumigaciones químicas realizadas por la agroindustria, esta industria se fuga hacia adelante periódicamente, para seguir igual. Como lo señalaba EF Schumacher (Small is Beautiful) hace más de 50 años, los criterios uniformizantes de la industria chocan con la diversidad biológica.
Ante las catástrofes pronosticadas, para los próximos años, por la emergencia climática, ecológica, cultural, social, económica y política.
¡Descrecimiento o colapso!
¡Defendamos la cultura campesina y la urbicultura!