Desobediencia: transgresión a la ortodoxia

Desobediencia: transgresión a la ortodoxia

Después de los galardones en festivales, en premiaciones latinoamericanas y la acogida de “Gloria” y “Una mujer fantástica”, el realizador chileno Sebastián Lelio salta a empresas mayores, a producciones internacionales, además de la traslación de “Gloria” para versión estadounidense.

La tercera secuencia en “Desobediencia” (Desobidience, 2018), el arribo de la fotógrafa Ronit (Rachel Weisz) a Londres, replica los vínculos entre las dos secuencias previas, y al poco que su visita era lo menos deseado entre esa gente enlutada, ofrendada en los oficios póstumos de un rabino.

El argumento de “Desobediencia” sondea la forma de vivir en una comunidad judía ortodoxa, conforme a preceptos y leyes de tiempos inmemoriales, al papel de la mujer, a la obligación de forjar una familia, casarse, de preferencia con alguien de la misma congregación, prolongar la descendencia, circunscritos a la religiosidad; la intolerancia para quien se debía, lo cerrado de sus maneras de pensar.

Consonante con sus dos películas anteriores, Lelio pone a una mujer, o dos, bregando contra la sociedad, luchando por su individualidad, ser respetada, por hacer lo que quiera, vivir donde le dé la gana, salirse de ese reducto donde la constriñen; para prueba la severidad en cena donde es el blanco de los envites.

El retorno de Ronit convulsiona a su cofradía, les inquieta y contraría. La reciben forzada.mente: era inexistente para ellos, al grado que en la gaceta comunitaria se le suprimía como si nunca hubiera nacido.

Desobediencia” va levantando velos, de los amigos y parientes de Roni, de quién osó invitarla; lo que piensan de ella, por qué la han relegado, o preferirían permaneciera al otro lado del mundo, así estuvieran notificados indirectamente de su trabajo. Tiñe la cerrazón de miembros de la comunidad, su presunción de lo pecaminoso.

Con huellas de experiencias personales en la novela de Naomi Alderman que adaptan para el cine, Sebastián Lelio y su coguionista Rebeca Lenkiewicz cavan en el pasado, en lo que hubo entre esas dos mujeres, en el reencuentro, en la libertad o la aceptación del encierro; superan el dramón simple, dan la cara a las disyuntivas, cuidan la intensificación del romance.

Se concibe comedimiento y sinceridad en la relación de ellas, en sus nostalgias, el árbol donde tuvieron su primer contacto, en sus introspecciones y tertulias. La actuación de Rachel McAdams (Esti) germina, de lo misterioso a lo erótico, en sus dudas y arranques, en lo que guarda y tomar la delantera cuando están solas. El personaje de Ronit le sienta a Rachel Weisz, en cada encontronazo que le golpea, en la cresta de la pasión, en la salida.

El perdedor en este triángulo de amor que el director saca sosegadamente es Dovid, en una caracterización profunda de Alessandro Nivola, en el contexto religioso, con su fe, su consternación y furia, sus resoluciones, el aturdimiento y coraje con que dimite.

La disposición de la secuencia en la sinagoga para la elegía deslumbra por la autenticidad, las agitaciones que se respiran, la iluminación, la colocación de los asistentes y la cámara.

El director Lelio estira las probabilidades de desenlaces lógicos, insinúa tragedia, depura histrionismos, envuelve al trío en sus desamparos bajo la semioscuridad, sale al exterior donde palpita la emancipación, escoge la redención posible para cada uno.

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Leopoldo Villarello Cervantes

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