El 68 y un testimonio del arte en México
Llegué un día de verano a la Ciudad Universitaria de la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México) y recordé mi primer encuentro con tan imponente lugar. Fue gracias a mi hermano Fernando, quien a mediados de los años setenta estudiaba Economía, que conocí ese espacio, que arquitectos, pintores y escultores construyeron, rescatando el legado indígena milenario y haciendo una genuina revaloración de la sabiduría ancestral en el México contemporáneo. Ciudad Universitaria fue escenario privilegiado para miles de estudiantes que, en los años sesenta y setenta del siglo pasado, fueron protagonistas de movimientos que transformaron, de una y otra manera, no sólo la Ciudad de México, sino también la vida política y social de todo el país.
Estando en Ciudad Universitaria, recordé que la Real y Pontificia Universidad de México, fundada en 1551, fue una de las primeras en América; recordé, además, que el rector Javier Barrios Sierra protestó en 1968 por la presencia del ejército en la universidad, y se me vinieron a la mente las manifestaciones artísticas que surgieron durante y después del 68. Justo, caminando por pasillos de Ciudad Universitaria, allí donde se vende artesanía, lonches y libros viejos, me encontré una revista amarillenta con una fotografía en donde están Yolanda Hernández y Carlos Oceguera, que en los años setenta formaron parte de una corriente alternativa en las artes plásticas en México.
Este ejemplar ya está en mi biblioteca, en medio de revistas y libros dedicados al movimiento del 68, que luego me permitieron escribir un conjunto de ensayos (2) y me han dado la posibilidad de entender mejor el libro que recientemente publicó y presentó Yolanda Hernández, producto de su tesis doctoral, en la UNAM. El título es: Grupo Germinal. Testimonio del arte en México. De este libro y de su autora, trata este texto; pero antes me refiero brevemente a 1968, “el año que hizo temblar al mundo”, tal como lo escribió la revista española “El País”, o al “año que marcó a una generación”, como lo mencionó la revista “Time”, en Estados Unidos.
“2 de octubre no se olvida”
Hoy se sabe que el movimiento estudiantil de 1968, que culminó con la matanza de jóvenes el 2 de octubre, tuvo causas locales, pero también formó parte de todo un movimiento social y político de carácter internacional. En aquel año, hubo una revuelta estudiantil en París y protestas en contra de la guerra en Vietnam y una lucha de afroamericanos por los derechos civiles en Estados Unidos; también se vivió la “Primavera en Praga” frente a la represión soviética; luchas libertarias en países latinoamericanos e, incluso, en Japón jóvenes estudiantes vivieron ese 1968 “la revuelta más larga y violenta del mundo”. El autoritarismo en varios ámbitos de la vida social fue una realidad que fue cuestionada por aquellos jóvenes rebeldes.
En el caso de México, los medios de comunicación estaban impedidos para hacer público lo que ocurría, pero la prensa extranjera ofreció más y mejor información. Por ejemplo, para algunos analistas del The New York Times, en su análisis de aquellos acontecimientos, publicó aquello que el gobierno mexicano prohibía. Por ejemplo, el primero de agosto de aquel año publicó la siguiente nota: “50,000 ESTUDIANTES EN LA CIUDAD DE MEXICO MARCHAN EN UNA NUEVA PROTESTA EN CONTRA DE LA POLICIA Y EL EJERCITO […]. Esta violencia no se había visto en muchos años, aunque no existe una claridad ideológica o política en la dirección. Las organizaciones estudiantiles se identificaron con causas izquierdistas, la prensa local continuó reportando los arrestos de comunistas y el gobierno continuó hablando de ‘agitación profesional’, afirmando que estaba comprobado; pero, -aclaraba la nota- ninguna reunión o propaganda distribuida en la ciudad contiene algo que se le parezca” (2).
Con esta idea de erradicar el comunismo, el gobierno decidió usar las armas y asesinó a los estudiantes. Pronto se iban a inaugurar las Olimpiadas en México y había que dar la imagen al exterior de ser buenos anfitriones en un país pacífico. Después de la tragedia, algunos jóvenes se replegaron y otros, decepcionados de la política, optaron por tomar las armas e iniciar una lucha guerrillera en montañas y ciudades del país.
Aquel año de 1968 fue un hito en la política nacional, pero aquellos jóvenes que sacudieron la capital mexicana manifestando su repudio al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz y, como bien dijera José Revuelta, representando luchas pasadas, también fueron parte de un movimiento que se rebeló contra una sociedad conservadora y moralina que ya no respondía a los intereses y expectativas de las nuevas generaciones. El autoritarismo estaba en el gobierno, pero también en las generaciones que les antecedieron: la confrontación se daba entre la “momiza” y la “chaviza”.
Los jóvenes llevaron la imagen del Che Guevara, pidieron libertad para los presos políticos y gritaron consignas incendiarias; al mismo tiempo, fueron iconoclastas: hicieron fiestas, los hombres se dejaron crecer el cabello y las mujeres vistieron ropa ligera y colorida como nunca lo habían hecho. Fue el “primer gran movimiento contracultural que abarcó a ciento de miles” de jóvenes, en palabras de José Agustín (3). Ahora se ha dicho que aquel movimiento fue determinante para impulsar la transformación política a favor de la democratización del país y también para abrir nuevas posibilidades en el mundo de la educación, la creación artística y la promoción y enriquecimiento de la cultura.
Recuerdo haber leído un breve texto en Facebook de Eudoro Fonseca Yerena sobre este movimiento. Se refiere no sólo a la participación política de los jóvenes, sino también a la contracultura, a la rebeldía en contra del status quo y a la reivindicación de utopías sociales; a la insubordinación lúdica y a la memoria que impulsa todavía luchas actuales. El poeta lo escribió en estos términos: “El 68 fue, antes que nada, el espíritu de una generación, el espíritu lúdico y gozoso de quienes quisieron cambiar a México y creían posible cambiar al mundo, llevar la imaginación al poder y la poesía a las calles. Fue una tentativa desmesurada y hermosa, pero esa desmesura es su grandeza y aún hoy da sentido a nuestras vidas. Fue real: ahí están los muertos; su memoria es la fuerza ritual y ancestral que cohesiona y da continuidad a las luchas presentes de la tribu”.
La voz de Yolanda
Yolanda Hernández Álvarez nació en Aguascalientes; estudió en la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado del INBA, “La Esmeralda”, en Ciudad de México, y de allí tuvo una experiencia importante como pintora vinculada a una propuesta social y pedagógica de lucha libertaria y reivindicadora de derechos sociales básicos. Tal experiencia vital, de alguna manera, nació con la marca indeleble de la rebeldía de los jóvenes del 68.
En entrevista virtual, el pasado domingo 2 de octubre, le pregunté a Yolanda sobre sus estudios y su interés por plantear una nueva forma de hacer arte (entre 1975 y 1980). Ella me respondió lo siguiente, e involucró en su narración a Carlos Oceguera, su excompañero de clases y ahora su compañero de vida: “no creas que la escuela era politizada, ni que se preocupaban por causas sociales, más bien todos andaban queriendo ser ‘artistas’, pero a algunos de nosotros no nos satisfacía la enseñanza de la escuela, y comenzamos a realizar un proceso de autoeducación, que derivó en la toma de conciencia”.
Al preguntarle sobre el impacto que tuvo el movimiento de 1968 en esta forma de concebir su trabajo artístico, Yolanda respondió: “La influencia del 68 fue muy importante para nosotros, ya que tuvimos contacto con personalidades que participaron directamente en el movimiento estudiantil, puesto que las escuelas de arte produjeron la propaganda gráfica, hecho que para nosotros marcó para siempre nuestra producción”.
Yolanda y sus compañeros buscaron otra forma de aprender, de desarrollar una producción artística de otra manera y en otros lugares. No tuvieron interés especial en las galerías, los concursos, los museos, ni en “la producción del genio, de la creación inefable, individualista, de la obra única e irrepetible”. Ellos y ellas salieron de los salones y encontraron “en la calle a las personas con sus problemáticas y su realidad”. Con esta visión, vocación y experiencia social, los jóvenes estudiantes reflexionaron, discutieron y desarrollaron un trabajo colectivo que concluyó en una “producción social del arte”.
A raíz de la profundización de los procesos de autoeducación y de producción colectiva, su trabajo se fue desarrollando de pictórico a gráfico y se apropiaron de “un soporte popular utilizado a través de la historia de las luchas sociales, populares y políticas en nuestro país, ‘la manta’”. Inquietos y activos, crearon el Grupo Germinal y poco a poco se involucraron en proyectos populares y de solidaridad en varias luchas dentro y fuera del país. Uno de estos proyectos fue el trabajo solidario con Nicaragua, específicamente con el Frente Sandinista de Liberación Nacional, que había llegado al poder en 1979. De aquella experiencia, Yolanda me comentó:
“El Grupo Germinal participó en muchos eventos de solidaridad en México durante la revolución sandinista, por medio de los cuales tuvimos contacto con personas de Nicaragua, entre ellos, el más destacado, el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal, primer Ministro de Cultura del Gobierno de Reconstrucción Nacional, de quien recibimos la invitación por el conocimiento que tenía de nuestro trabajo”.
En aquel país se estaba llevando a cabo la Campaña de Alfabetización y los integrantes de Germinal se incorporamos a la “Retaguardia de la Alfabetización”, impartiendo talleres en la ciudad de Managua a niños y jóvenes escolarizados que en ese momento no estaban recibiendo sus clases normales. Su aportación fue implementar el método de educación artística que denominaron “Desarrollo de la creatividad a través de las artes plásticas y visuales”, para lo cual tenían como base autores como Paulo Freire y Lev Vigotsky. También impartieron cursos y talleres de propaganda gráfica con organizaciones sociales y políticas, para “la enseñanza del manejo de la imagen para personas no especialistas”, ya que tenían muchas necesidades de difusión y divulgación en el primer año del triunfo de la revolución.
A la pregunta de qué ideales compartieron con los sandinistas de entonces, Yolanda dijo que compartían todos esos ideales de justicia, democracia e igualdad, ya que se había derrocado al dictador Anastasio Somoza y se daba paso a un gobierno de reconstrucción de un país devastado. En aquellos años de finales de los setenta e inicio de los ochenta del siglo pasado, en Nicaragua “lo principal fue -nos comenta Yolanda- enfocarse en el bienestar de las grandes mayorías e implementar el humanismo como un valor fundamental”.
Aquella experiencia, según Yolanda, les dejó “un gran aprendizaje, ya que comprobamos que nuestra metodología en la educación artística y en la producción de propaganda gráfica, en ese momento de convulsión del país, fue efectiva y respondió a necesidades muy inmediatas de la población”. Nicaragua en aquellos años era visto en muchas partes como un país con posibilidades de dar ejemplo de lucha justiciera a muchos países pobres del mundo.
El libro de Yolanda Hernández
Pasaron décadas de aquella participación en el país centroamericano, que hoy nos frustra y nos duele por sus resultados. Yolanda decidió estudiar un doctorado y escogió como tema de tesis aquella experiencia del Grupo Germinal. Su propósito fue “hacer un acercamiento a los motivos y causas que determinaron que un grupo de estudiantes de La Esmeralda (ENPEG) se reuniera para realizar un trabajo de autoeducación y autogestión, que dio por resultado el Grupo Germinal”. Para la autora, esta investigación era relevante porque se hacía una aproximación al conocimiento del proceso creativo de aquel grupo y a su producción. Yolanda, además, se cuestionó a sí misma como integrante destacada de la organización.
Con el tiempo, se dio cuenta que el grupo había hecho historia en varios sentidos y que se constituía como parte relevante del arte mexicano de la segunda mitad del siglo XX. El libro inicia justo con algunos antecedentes de organizaciones y experiencias importantes del siglo pasado en el mundo de las artes plásticas, como el movimiento muralista; el activismo de los estridentistas; el trabajo del Sindicato de Obreros, Técnicos, Pintores y Escultores; la experiencia de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios; el compromiso proletario del Colectivo ¡30-30!; la aportación del Taller de la Gráfica Popular; la lucha en contra del “abstraccionismo pictórico” del Frente Nacional de Artes Plásticas; la apertura disciplinaria del Arte Colectivo en Acción y, entre otras, la reivindicación barrial de Tepito Arte Acá.
El surgimiento de Germinal no puede verse desligado de su pasado y tampoco de lo que ocurría en “La Esmeralda” y en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP), que se encontraba en la Academia de San Carlos. Era le época del cambio y el mundo de las artes plásticas no eran la excepción. Del grupo, sobresalieron Mauricio Gómez Morín, Silvia Ponce, Orlando Guzmán, Carlos Oceguera y Yolanda Hernández, quienes leían obras de José Revueltas, Ernesto Che Guevara, Paulo Freire, Alberto Híjar, Guillermo Bonfil, Louis Althusser y Antonio Gramsci, entre otras.
Germinal quería romper con esquemas tradicionales y le apostó a una praxis que relacionara el arte y la política, articulada siempre a una práctica pedagógica. Para potencializar su tarea, los integrantes buscaron colegas con las mismas inquietudes y propósitos. El resultado de esta interacción fue la creación del Frente Mexicano de Grupos Trabajadores de la Cultura (FMGTC). Su producción hablaba por ellos, su lenguaje y consignas eran su obra artística. Se rompía la imagen plástica y se revindicaban las composiciones de imágenes gráficas; se experimentaba con nuevas técnicas y se retomaban medios conocidos. La obra, en general, se centró en la producción de mantas y carteles con un contenido reivindicatorio, en un contexto social de lucha popular y educación libertaria. Su vocación era generosa y también pedagógica: había que crear “células que engendraran otras células”, esa era un principio y también la consigna.
Con estas convicciones y experiencias, el Grupo Germinal realizó un trabajo pedagógico, artístico, político y social en Ciudad de México y viajó a varios poblados del país, para finalizar, como ya se dijo, con una experiencia emblemática que marcó para siempre a sus integrantes: la participación creativa y solidaria en el proceso de “construcción de la Nueva Nicaragua”, al triunfo de la revolución sandinista, y su conclusión en la fundación del Taller de Gráfica Monumental, en la licenciatura en Diseño de la Comunicación Gráfica en la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Xochimilco, en 1980. En aquel país centroamericano, compartieron sueños y esperanzas con los muchachos temerarios y comprometidos de los que habla el literato nicaragüense Sergio Ramírez.
Tratándose de un tema de artes plásticas, el libro (tesis) es rico en imágenes. Se rescatan cerca de 270 piezas inéditas, entre ellas, fotografías, documentales, catálogos y folletos. Debido a que mucha de la producción era efímera, las fotos de aquellas obras constituyen un rico acervo testimonial de lo que hubo y tuvo su razón de ser. Dichas imágenes y los resultados de la investigación de la autora constituyen una gran aportación artística en una etapa relevante en la que, desde los años sesenta -como se ha señalado- jóvenes rebeldes, entusiasta e idealistas quisieron cambiar el mundo.
Por este trabajo de rescate y análisis crítico, habrá que felicitar a Yolanda. Yo lo hago nuevamente.
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(1) ¡Libros sí (también rock), bayonetas no! Rebeldía política, contracultura y guerrilla, 1965-1975. Una mirada provinciana. UAA, México, 2020.
(2) Giniger, T., The New York Times, 1° agosto 1968.
(3) José Agustín, La contracultura en México, Grijalbo, 1996.
¡Excelente artículo! Felicidades.