“EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS OSCURAS” (“NIGHTMARE ALLEY”) Sombras por dentro y por fuera.
A estas alturas no le queda nada por probar al cineasta mexicano Guillermo del Toro pues no solo su idiolecto se ha visto desarrollado y con creces mediante excelentes producciones de su honesto corte fantástico así como validado por público y académicos mediante reconocimientos excelsos como el León de Oro de la Mostra veneciana o pueriles pero de amparo comercial llámense Oscar o Globos de Oro, además su labor como narrador ha refinado y su mirada bien puesta en el quehacer autoral como para voltear a otros rumbos creativos y, así como lo demuestra con su más reciente producción, hacer el cine que le gusta exhibiendo sus fuentes de inspiración originales pero ahora cortando lazos con la fantasía y aun así, lo que tenemos en su versión de “El Callejón de las Almas Perdidas” (previamente filmada en 1947 con Tyrone Power y Colleen Gray) no descuida lo que desde un inicio explora en prácticamente toda su filmografía: el monstruo humano o la bestia que reside en el interior de hombres y mujeres a la que puede llamársele con muchos nombres, desde “ambición” hasta “estulticia”. En el caso de esta producción, la codicia y el deseo son el nombre del juego y la forma con que del Toro guía a sus personajes por la senda desmedida de estas emociones nos remonta a los tiempos de Billy Wilder y su “Doble Indemnización” cuando el binomio hombre-mujer erogaba en un peligroso juego de pasiones y engaños que los conduce a fatales destinos.
Esta historia se cuenta en dos tiempos muy marcados. Primero conocemos a Stanton Carlisle (el excepcional Bradley Cooper), un hombre que arriba a una feria ambulante después de incendiar un hogar (las razones para este ominoso proceder las conoceremos gradualmente) buscando trabajo. Ahí conocerá a Clem Hoatley (Willem Dafoe), quien regentea los espectáculos de fenómenos y en particular a los infames “geeks” o vagabundos a quienes él engaña bajo la promesa de comida y techo para emborracharlos y narcotizarlos con el fin de presentarlos como devoradores de gallinas vivas.
Posteriormente Carlisle se involucrará con la vidente Zeena (Toni Collette) y su esposo Pete (David Strathairn), un borrachín. Ambos emplean un ingenioso y complicado código lingüístico y de interpretación en frío para realizar su famoso acto de clarividencia mientras educan a Carlisle en este oficio a la vez que él va enamorándose de Molly (Rooney Mara), una atractiva joven que realiza trucos basados en electricidad y aparatos similares a los empleados por Nikola Tesla para manipular descargas impresionantes. La tragedia se presenta cuando Carlisle asesina accidentalmente a Pete al darle una botella equivocada creyendo que era licor orillándolo a abandonar la feria llevándose a Molly para emigrar a Chicago y probar suerte como adivino. Dos años después, Stanton es un vidente de renombre que se presenta para la crema y nata de la sociedad chicaguense hasta que es puesto a prueba por la misteriosa psicóloga Lilith Ritter (Cate Blanchette), de quien terminará enamorándose y confabulando para utilizar las cintas terapéuticas de ésta en estafas donde Carlisle fingirá establecer contacto con los seres amados ya fallecidos de estas personas, algo que Molly al principio acepta a regañadientes para posteriormente repudiar la idea. La máxima prueba llega en la forma de un acaudalado sujeto llamado Ezra Grindle (Richard Jenkins), avejentado hombre de negocios que desea contactar a su amante ilegítima Dory, mas su fama de inestabilidad emocional lo precede y a pesar de las advertencias de Molly y la misma Dra. Ritter, Carlisle se aventura en la mayor estafa clarividente de su carrera que puede o no acarrear consecuencias funestas.
Del Toro entiende y lee a la perfección a sus clásicos del cine negro, adaptando toda la imaginería atmosférica y lumínica a este trabajo gracias a la hermosa fotografía de Dan Laustsen que encuentra un apoyo vital en las delicadas melodías compuestas por Nathan Johnson para producir ese efecto mesmerizante y cautivador que entabla un matrimonio infalible con el cuidadoso guion del mismo del Toro en tándem con Kim Morgan, respetando la novela original de William Lindsay Gresham a la vez que añaden toques de oscuridad emocional, psicológica y literal en el relato dimensionando su clímax a un punto cuasi trágico que en la novela o la cinta de 1947 tan sólo sugieren. El resultado es un trabajo sublime que habla del cine, sobre sus artefactos de creación y lenguaje a un nivel estilizado mientras construye primorosamente una oda al film noir que acata todos sus modelos y estructuras, desde la iluminación y puesta en escena hasta las honduras nihilistas que residen el alma y mente de sus protagonistas para incluir incluso sus modelos arquetípicos (Stanton es una hecatombe humana a punto de ocurrir mientras que Ritter es el molde perfecto de una femme fatale). “El Callejón de las Sombras” logra distinguirse correctamente del resto de la filmografía del cineasta tapatío pero sumándose sin problema con sus inquietudes discursivas a la vez que le añade fuego a su hoguera creativa gracias a la calidad y empeño con que esta cinta se ha realizado.