El ente sin nombre

El ente sin nombre

[bctt tweet=»Mientras, el ente cuyo nombre no es relevante, un ser que dice tener alma porque es extremadamente sensible; escucha en sus audífonos la Sonata para piano en Re mayor Opus 28 de Beethoven; » username=»crisolhoy»]

 

El ente sin nombre siguió caminando

 

¿Cómo dejar sentir la muerte sobre mis hombros? Se preguntaba el ente que había decidido abandonar su nombre junto a una colección incontable de palabras y significados.  Había decidido que su nombre no define lo que es, decía de sí mismo: – Soy el cuerpo sin nombre, soy un hablante que no tiene pronombre; soy un deseante desencajado, soy un despojo del capital.

¿De dónde viene esta sensación angustiante de vacío? No podía este  ente pensante, este animal que tiene que encontrarle significado a sus impulsos descifrar el enigma. Su sociedad le había impuesto la obligación de verbalizar su deseo, pero él no encontraba la manera de expresar el abismo  sobre el que se inaugura el significado de su realidad, su significado para el vértigo que le causaba existir.

Y sus días no dejaban de acontecer, y su universo no se dejaba de expandir y desintegrar; – la felicidad solo es cierta cuando es compartida; repetía, los solitarios siempre terminan haciendo de su felicidad algo que no son ellos, ¿Quién sabe esperar sabiendo que nadie puede comprar vida en el supermercado?

Su tiempo se iba más rápido que su dinero, la bancarrota de  sus esperanzas era atroz, el sistema no le regalaba bienestar a cambio de su tiempo de trabajo;  el amor de pareja parecía tener tasas de interés altísimas  y requisitos interminables;  el poder le exigía además agradecer ser un esclavo con lo justo  para sobrevivir, la vida de los necesitados está diseñada para el trabajo y el consumo austero. A eso le llamaban individualidad, a ser un ladrillo más en la pared.

Los hospitales en los que había estado eran edificios que emanaban un desencanto similar al peor círculo del infierno de Dante.

Las calles por las que caminaba estaban repletas de desolación, necesidad y desconsuelo.

La humanidad entera había perdido la guerra; las tropas hambrientas y derrotadas  se peleaban con voracidad lo que quedaba del botín, el resto del paisaje era un desierto de concreto y desolación, un lugar repleto de cables de electricidad y sueños que siempre terminaban de otra manera.

Mientras, el ente cuyo nombre no es relevante, un ser que dice tener alma porque es extremadamente sensible; escucha en sus audífonos la Sonata para piano en Re mayor Opus 28 de Beethoven; esta melodía, sin decir una sola palabra;  le otorga el  motivo del porqué continuar en este orbe sin significante ni significado;  un día más, solo para escuchar otro concierto de piano más, solo para contemplar que alguna vez existió otro ente como él con la capacidad de darle notas específicas a lo que él no puede nombrar; sonrió, bajo del autobús, encendió un cigarrillo, mientras el concierto continuaba estremeciendo eso que se estremece en su interioridad y había decidido dejar de nominar.

¿Cómo diablos Beethoven define mejor el alma en una sola melodía que todos aquellos libros que leí?  ¿Beethoven era un animal con lenguaje o es el representante de lo que llamamos ser, alma, espíritu? No dejaba el asombro por aquel gigante del arte, el arte había vencido a la muerte, al menos por un par de siglos.

Y así,  el ente sin nombre siguió caminando  mientras las notas armonizaban lo que parecía una ciudad destruida pero sin guerra. La noche  cósmica e infinita lo abrazaba, y el ente sin nombre; se sentía un planeta a la deriva sin luz que compartir, solo imaginaba a aquel ser de luz, aquel sol distante  que emite un calor del cual los planetas se alimentan para que en ellos exista la vida.  Lo hacía sonreír además de su Sonata esta imaginación, aquella distante  estrella de carne y hueso que vendría a darle un poco de luz a su fría y larga obscuridad, a su órbita  que se repite hasta el cansancio, a un planeta donde no llegaba el sol, un planeta que parecía había extraviado el sol.

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Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

Alejandro Marengo

Mendigo de sueños, distópico, surrealista.   La enajeción desiderativa a la mercancía dinero, se paga siempre con libertad.

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