Elegía por Gustavo Arturo de Alba
Hasta el último momento; casi hasta el último día, como si se tratara de un animal ambicioso y mezquino que se aferrara con las garras a algo que el tiempo le arrebata, así este funesto 2020 se empeñó en fastidiarnos la vida hasta el final, y a fe mía que lo logró. Lo digo; lo escribo, por la desgraciada muerte de mi amigo Gustavo Arturo de Alba Mora, ocurrida el pasado 30 de diciembre.
Si me permite la imagen, su tránsito fue como si todos los que estamos aquí hubiésemos llegado justo a la orilla de este río frontero entre un año y otro, y él se quedara recargado en el barandal del puente, justo ahí, ¡carajo!, en el mismo borde del cruce que separó el año anterior de este, observándonos con una taza de café en la mano, esbozando una sonrisa más bien irónica; pícara, viendo cómo cruzamos.
Ahora me pregunto por qué a ambas cosas. Podría salir a la noche, abrir los brazos y gritar ¡basta!… Reclamarle a algo, a alguien, por toda esta cauda de desgracias que se nos vino encima; clamar por una explicación sobre por qué nosotros cruzamos y él y tantos más se quedaron atrapados en el otro lado del tiempo; por qué somos tan frágiles y efímeros. Pero, aparte de tratarse de cuestionamientos casi adolescentes, prácticamente cualquier gesto sería inútil, e invariablemente recibiría como respuesta el elegante giro de las estrellas, el viento del día de su muerte, el frío que aprieta un poco en estos primeros días de invierno, y desde luego el Sol, que por unos meses nos ha dado la espalda, permitiendo que los vientos polares se enseñoreen del aire, y ahora que Gustavo no está, lo recuerdo al lado de su esposa, la señora Carmen Luz Casillas, en la casa de la mamá del primero, en Primo Verdad, que dio cobijo a las segundas oficinas que tuvo Crisol, la revista que ambos producían –la primera estuvo en Morelos, casi esquina con Pedro Parga, frente al Parián-. Digo ambos justamente porque era ella quien tecleaba en la computadora, capturando artículos, publicidad, etc., en tanto que Gustavo… ¿Qué hacía él? Desde luego lo que mejor se le daba: conversar, sacar la sal y pimienta de su palabra ilustrada y aderezar los temas que tan bien conocía, o los de su interlocutor, contar alguna anécdota sabrosa, no sin deslizar de cuando en cuando una burla amable, o ser víctima de su interlocutor, y mientras éste reía, exclamaba con fingida indignación, más en broma que en serio: “Sálvese el chiste, aunque se pierda el amigo, ¿verdad?”. Ahora creo que nació y vivió para conversar y compartir información, aprender cosas y compartirlas con otros, y a su vez aprender de ellos. Gustavo, siempre dispuesto, accesible, festivo, grandote, extrovertido, brillante…
Con su muerte se apagó una de las mentes más lúcidas de Aguascalientes, poseedora de una vasta ilustración. Cuando afirmo esto pienso, no en quien adquiere una formación profesional que le permite dominar un segmento del conocimiento humano, sino de alguien que en un clima de plena libertad, y a partir de su esfuerzo, se armó con un impresionante andamiaje intelectual. Por hablar de sólo una faceta de su lustre, Gustavo conocía Aguascalientes como pocas personas, gracias a su propia experiencia, cosa que frecuentemente ponía de manifiesto. Pero además estaban sus lecturas, su observación y reflexión, y la capacidad de sintetizar estas grandes dimensiones, esto por no hablar de sus otras grandes pasiones: la política, la polaka, decía, el cine, los toros y el beisbol. (“¡Pero hombre, Gustavo!”, le reclamaba de cuando en cuando: “¿Cómo que a los Yanquis, que son el ícono de la dominación imperialista? ¿Dónde dejas tu conciencia social?”. Vaya usted a saber, quizá su afición por el beisbol y su adhesión por los neoyorquinos fuera anterior al desarrollo de su conciencia social, o tal vez sea yo quien se equivoca, y una cosa no tenga nada que ver con la otra. El hecho es que aquella era tan fuerte, que en la foto de su perfil de WhatsApp mostraba una imagen suya, enfundado en la franela blanca con rayas negras.
Gustavo sabía tanto sobre Aguascalientes; sobre personas, lugares, circunstancias, que frecuentemente se constituyó como una valiosa fuente de información. En todo caso es una lástima que no haya escrito más; mucho más, de todo lo que sabía y conocía, esto porque a final de cuentas era más oral que escrito, su memoria y su voz estimuladas por una taza de café del café de Zaragoza y una plática. Una sola pregunta podía dar pie a una larga conversación, tal y como muchos pudimos comprobar en múltiples ocasiones, dado su arsenal de información; una conversación, ahora sí que como en la lucha libre, sin límite de tiempo. De haber escrito sus memorias, nos habría ofrecido el pulso de Aguascalientes de mediados del siglo anterior y hasta la fecha; de la política estatal y de la clase media, pero Gustavo era un conversador nato, y este atributo le ganó al del escritor, que desde luego también tenía.
Me parece que a la hora de enunciar sus gustos principales; sus pasiones, faltó señalar una, que le permitió dar cauce a la demás: la del periodismo. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).
Texto publicado originalmente en el Diario El Heraldo de Aguascalientes el 11 de febrero de 2021. Publicado aquí con la autorización del autor.