La única certeza es que el futuro nos ha alcanzado
Todo arte es una conversión, dicen que decía Sócrates, y la vida sin arte puede ser muchas cosas salvo vida plena, intensa, conciente. Si la vida no tiene sentido, hay que dotarla poderosamente de uno, afirmaba Camús.
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Corre veloz el año que apenas hace un pestañeo esperábamos viniera con alguna razonada esperanza, y la tenemos ya, también un cúmulo de incertidumbres. El paso del tiempo depende de nuestra percepcíon sobre el modelo de nuestras vidas. Somos nosotros los que determinamos la celeridad de esas mediciones que nos hemos inventado para tratar de ordenar los sucesos en secuencias. Ahora será eso, el tiempo, el que pueda devolvernos certezas, y el tiempo somos nosotros, en cantidad y calidad.
Con certezas o aún subsitiendo los daños y la inconciencia de los más, en adelante eso que llaman destino, estará en buena medida regido por nuestro pensamiento y nuestras actitudes, ya en la molicie o dispuestos a cambiar en verdad, aprender la lección de esta larga temporada de espanto que ha sacado a flote todas nuestros errores, así como personas, así como sociedad y especie.
Lo del tiempo viene a tema releyendo algunas aproximaciones a la obra del escritor francés Marcel Proust («En busca del tiempo perdido») quien según algunos escritores que han profundizado en su obra -que fue también su pensamiento y su vida toda-, lo que da sentido a la vida son los instantes fecundos y “eternos” que no se pueden medir ni controlar, porque no se puede encerrar la vida que se manifiesta y estalla por doquier, muchas veces, a pesar de nuestras planificaciones.
La época de nuestrio escritor y su prodigiosa obra nace con la post revolución industrial donde el nuevo dios mercado comienza a ganar adeptos sumisos que sólo viven el tiempo como oportunidad para producir, generar réditos y procurar ganancias. sin más; nacer, crecer, reroducirse y morir, diría alguien.
Proust deja de manifiesto las dos maneras de enfrentarnos al misterio del tiempo, por un lado el tiempo como continuidad lineal, vivido de forma cíclica y por otro lado el tiempo como acontecimiento de plenitud, de “eternidad”, como acontecimiento de sentido y de salvación, esa salvación que él encontró en el arte; el tiempo recobrado.
Ojalá para nosotros el camino, los pasos que demos hoy y los que sigan, sean para dotar nuestra vida de calidad, de sentido. Despertar a esa sensibilidad ahora encerrada, banal, utilitaria, abrir bien los ojos frente a la vida y cada uno de sus momentos que se revelan renovando la cotidianeidad y haciendonos sensibles, lúcidos, fuertes y solidarios también a la hora de enfrentar los peores peligros, porque amenazantes son estos tiempos, instante a instante, y ahí van nada menos que todas nuestras posibilidades, vida o muerte.
Este año corre veloz e igual irá acortándose para ser recordado como una época de definitiva conversión o principio de la extinción de la especie.
Podrá ser el año del despertar en un distinto amanecer o de sumirnos aún más en las aguas virulentas.
Y es que, conscientes o no, queriéndolo o no, todos los seres humanos estamos inmersos en el tiempo, en persistente lucha por querer detenerlo, atraparlo, planificarlo, predecirlo y dominarlo, o en ocasiones como estas, por trascenderlo, para pasar por él sin mayores desgarraduras. Pero, ahora planear debe ser actuar y vivir cada instante, dar la batalla por la salud del planeta que será la batalla por la humanidad, rescatada de estos terribles males presentes y los que le podrían seguir si a final de cuentas no somos capaces de alcanzar esa conversión.
Ya no cabe el de “dar tiempo al tiempo”, porque hoy, mientras nuestros quehaceres, aspiraciones y aún nuestros sueños, no estén fincados en el propósto de en verdad rescatarnos y dedicar nuestro tiempo -sabia virtud- a vivir y salvar cada instante, para devolverle sentido a esta vida de lucro, competencia, estupidez, vacío existencial y destrucción acelerada y dolorosa del hogar común que es nuestro planeta.
El fururo nos ha alcanzado, las grandes utopías se desmoronan ahora frente a nuestros ojos y un porvenir distópico, aterrador por donde se le vea, es lo que se pronostica: Whitman, Dostoyevski, Kafka, Orwell, Camús, son los heraldos de nuestro tiempo. Ser o no ser.
Por eso, las agendas en estas eras son solo una pobre muestra impresa de nuestro querer controlar y planificar en enero lo que haremos en diciembre, un pobre testimonio de precariedad de corazón, como lo ha señalado Jose Luis Gulpio en su ensayo; «El tiempo y la eternidad en Marcel Proust».
El tiempo que construye, hoy pasa derrumbándonos a nosotros y a nuestros seres queridos, pero también a las sociedades, a los barrios, a los pueblos, a los Estados y gobiernos. Los que una vez lucharon apasionadamente por ideas o divisas hoy se encuentran escribiendo planes y recordatorios para volver a la “normalidad”, ese camino al desastre que de no reconvertimos, daremos como herencia a nuestros hijos y las nuevas generaciones que sueñan con el recomienzo, pero que no tienen la certidumbre de cuando y cómo podrá acabar todo esto.
Publicado en “Hidrocálido” 13.01.2021