En las entrañas del PRI
Hace unos días comí con un amigo (no digo su nombre para no “balconearlo”), militante de hace muchos años del PRI, no de base, en tanto ha tenido cargos relevantes en ese partido, además de puestos de elección y gubernamentales. Obviamente salió a colación el tema político y más específicamente el electoral.
Hasta aquí todo normal, hasta que sin preguntárselo (pues lo consideraba obvio), me soltó por quien votaría o mejor dicho, me dijo de manera reiterada que sabía por quien no iba a votar (en eso estaba seguro, decía): por Meade. Al verme la reacción y la expresión manifiesta de incredulidad me explicó que los priístas como él ya no estaban de acuerdo en las imposiciones, menos un individuo que no era del partido ni representaba la tradición liberal del tricolor.
Después ya en mi casa conjeturé algunas cosas para ligar este comentario, evidentemente aislado y particular, con algunas manifestaciones que se habían estado dando, que acercan a una conclusión primaria de porqué la campaña de Meade no levanta y se ubica hasta ahora en tercer lugar. Señalo ahora algunas apreciaciones:
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La base priísta había superado ya la vieja práctica autoritaria del tapadismo, donde el candidato se dictaba desde Los Pinos sin discusión, supeditándose todos a los designios del Gran Dedo. Está claro que no cayó bien que se haya regresado al pasado.
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No sólo lo anterior, pues si bien era cuestionable el procedimiento antidemocrático, también se haya determinado a favor de una persona que no era miembro del PRI ni defendía los postulados de éste. En todo caso coincidía con los planteamientos neoliberales que defiende el peñismo. La decisión para muchos estaba prefigurada desde el momento que la asamblea general del partido había hecho las reformas necesarias para soportar la definición del candidato.
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Meade debía haber priorizado en su precampaña, reunirse realmente con la base priísta, con los cuadros medios y no recurrir a las tradicionales acciones masivas donde el presídium separa al candidato de la gente. No por nada en Aguascalientes se manifestarían priístas quejándose la imposibilidad de reunirse con el postulado.
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Hasta ahora el discurso y la propuesta de Meade es gris y sin substancia, no está al tamaño de una contienda competida, pero sobre todo, que considere una realidad nacional: subsiste en la gente un hartazgo creciente ante el gobierno y su política errática y contradictoria, que se ha reflejado en la disminución de la calidad de vida de la mayoría de los mexicanos.
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Lo anterior lleva a otro elemento: José Antonio Meade muestra temor, al no quererse diferenciar y deslindar de Enrique Peña Nieto, a quien los mexicanos responsabilizan de lo antes señalado, más con el incremento de la corrupción e impunidad.
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Está visto que no es sólo la gente, los electores, sino también una buena parte de los militantes de base del PRI, que no ven como opción a Meade, de tal manera que esta postura se expresa muy bien en la arratonada campaña que hasta ahora se ha hecho.
Hay otros elementos más, que estrictamente no entran en el grupo de consideraciones antes mencionadas, pero si inciden en el resultado. Me refiero a los siguientes:
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El peñismo está pagando sus inefectivas maniobras de control en sectores hasta hace poco incondicionales. Me refiero al sindicalismo magisterial institucional, el cual ahora está fracturado y una parte ya no ceñida al PRI. Sólo habría que ver la exitosa movilización que hace días tuvo en Zacatecas Andrés Manuel López Obrador.
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Si bien no ha habido ruptura de la corriente que representa el exsecretario de Gobernador, Osorio Chong (a quien por cierto no le han asegurado aún su candidatura en las Cámaras), es factible que haya de su parte una pasividad participativa, si no, una conclusión como la de mi amigo: “lo único que se es que no votaré por Meade”.
Quizá en cúpula priísta cerrarán filas, todos acabarán cerrando filas y disciplinándose con la decisión del Gran Dedo, pero en la base, otra cosa sucederá.