ESTRELLA FUGAZ

ESTRELLA FUGAZ

Jonás acomodó su telescopio y se dispuso a escudriñar el firmamento como lo hacía todas las noches en que el clima lo permitía, y aquella noche era espléndida, no sólo porque no había nubes en el cielo, sino porque la luna estaba en fase de novilunio, lo que proporcionaba una profunda oscuridad que facilitaba la mejor visión de las estrellas.

Soñaba desde niño con descubrir algún nuevo planeta, pero los años le habían puesto en su lugar. Bueno, siguió soñando, si bien ahora su meta era bautizar a un cometa con su nombre. Casi se olvidó de la astronomía cuando en la ciudad la contaminación lumínica hizo casi imposible esta actividad. El colmo fue cuando justo enfrente de su domicilio, las autoridades hicieron instalar un arbotante con luz de nueva generación, que poco alumbraba la calle, pero a la altura de la luminaria, se producía un molesto brillo que hacía poco menos que imposible mirar estrella ninguna. Pero un poco de suerte y su inveterada costumbre de jugar a la lotería, hicieron el milagro: abandonó la ciudad y se mudó a un alto sitio alejado de la mancha urbana; un pintoresco ranchito que le mantenía ocupado durante el día y le abría una hermosa ventana por las noches para revivir sus anhelos de gloria, astronómicamente hablando.

La noche había transcurrido con absoluta normalidad; se había extasiado con los anillos de Saturno, la majestuosa grandeza de Júpiter y la brillantez ambarina de Venus (Marte no era visible por esos días) y en cuanto a Urano y Neptuno, se conformaba siempre con verles en forma de puntos de luz en el maremágnum de estrellas, pues su telescopio no tenía la capacidad para verlos de otra forma; ni siquiera alcanzaba a distinguir su redondez. Sus conocimientos en la materia, le permitían saber dónde y cuándo buscarles. ¿Plutón? No. Jonás decía que desde que fue humillantemente degradado, no le interesaba. Lo cierto es que su telescopio no tenía tal alcance.

Aquella noche de excelsas condiciones, Jonás estaba por terminar su sesión astronómica, cuando algo llamó su atención: muy pequeño, casi en el borde del campo de visión, estaba un punto extraño; no era un punto de luz como era lo normal, que, como presume el vulgo, si titila, es decir, si su luz ofrece cambios en color o intensidad, o ambas, es una estrella; en caso contrario es un planeta, o un asteroide… ¡o un cometa! ¡Por fin!, pensó. Veía y volvía a ver y cada vez se convencía más de que estaba ante algo nuevo, algo que estrenaba el espacio en ese profundo sitio. Tendría que hacer muchos cálculos y mediciones para estimar la distancia a la que se hallaba ese extraño cuerpo celeste (que no debía ser muy lejana, si su aparato lo percibía).

Pasaron los días, es decir, las noches, y siempre el punto estaba ahí. Puesto que al paso del tiempo todo el firmamento se había movido lo que es natural; un poco las estrellas, un mucho los planetas, empezó a pensar que no era tampoco asteroide o cometa, puesto que en cualquiera de los casos, también debía haberse desplazado, y este punto ahí seguía anclado en el mismo sitio. ¿Una estrella desconocida? Era poco probable, además, si lo fuera, sería una estrella muy extraña puesto que ese punto era marcadamente opaco, sin luz propia, lo que no es propio de una estrella. Además, hasta en las estrellas más lejanas se perciben cambios, y este punto tenía un empecinado estancamiento en el mismo sitio, y con el mismo tamaño.

Luego de cotejar cientos de fotografías, propias y de archivos varios, de ese punto celeste en particular, Jonás se convenció de que había hecho un descubrimiento importante; tal vez había visto antes que nadie, el planeta perdido, el planeta X del que todos hablaban pero nadie jamás había visto. Ya se veía en sus ensueños siendo premiado, reconocido, famoso, condecorado: Jonás Alcoriza, el aficionado astrónomo, descubridor del planeta X que ahora llevaba su nombre: Planeta Jonás.

Llegó a las oficinas del Instituto Astronómico Nacional, al que ya habían invadido reporteros de todos los medios informativos, que el propio Jonás había convocado, sin mencionar con exactitud su gran descubrimiento, tan sólo les había prometido la noticia del siglo.

En efecto. Fue noticia internacional el bochornoso fracaso de Jonás Alcoriza, al que los medios tacharon de loco, farsante, mitómano y demás calificativos que aludían a su “insano estado mental”. Esto, después de que los científicos de la Institución aludida le probaran con imágenes mucho más claras que las que él habían tomado, y aun permitiéndole ver por sí mismo, en el gran telescopio de la prestigiada Sociedad Astronómica, que era de los más grandes y potentes del país, al menos para uso de particulares.

Volvió a casa derrotado y humillado, pensando en la posibilidad real de que quizá sí se estuviera volviendo loco. Él estaba absolutamente seguro de lo que había visto en su propio telescopio… ¿O no? ¿Cómo podría haber desaparecido si estuvo ahí por días enteros?

No bien llegó a su casa ya anochecido, salió a recibirlo la señora Jimenita, una señora de poco más que mediana edad, que iba una vez por semana a hacer el aseo de la casa. Le dijo que estaba por irse, le hizo un breve recuento de las labores que había realizado ese día, le detalló la ropa que había lavado y planchado, le comunicó que había roto un plato que se le había resbalado de las manos al secarlo, y le dijo también que había limpiado su aparato ese para ver (su telescopio) porque le había notado pelusilla en la punta, es decir, en la lente.

Con un sudor frío que le empezó a correr por el cuerpo, corrió a su pequeño observatorio construido en un cuarto en su azotea, y apuntó el aparato al sitio que estuvo observando los días anteriores.

Desde luego… Su “descubrimiento” había desaparecido.

Jesús Consuelo Tamayo

Estudió la carrera de música en el Conservatorio Las Rosas, en Morelia. Ejerce la docencia desde 1980 Dirigió el Coro de Cámara Aguascalientes desde 1982, hasta su disolución, el año 2003. Fue Coordinador de la Escuela Profesional Vespertina, del Centro de Estudios musicales Manuel M. Ponce de 1988 a 1990. Ha compuesto piezas musicales, y realizado innumerables arreglos corales e instrumentales. Ha escrito los siguientes libros: Reflejos, poesía (2000); Poesía Concertante, (2001); Guillotinas, poesía (2002); A lápiz, poesía (2004); Renuevos de sombra, poesía (inédito); Detective por error y otro cuentos (2005); Más cuentos (inédito); Bernardo a través del espejo, teatro (2006); Tarde de toros, poesía (2013).

Jesús Consuelo Tamayo

Estudió la carrera de música en el Conservatorio Las Rosas, en Morelia. Ejerce la docencia desde 1980 Dirigió el Coro de Cámara Aguascalientes desde 1982, hasta su disolución, el año 2003. Fue Coordinador de la Escuela Profesional Vespertina, del Centro de Estudios musicales Manuel M. Ponce de 1988 a 1990. Ha compuesto piezas musicales, y realizado innumerables arreglos corales e instrumentales. Ha escrito los siguientes libros: Reflejos, poesía (2000); Poesía Concertante, (2001); Guillotinas, poesía (2002); A lápiz, poesía (2004); Renuevos de sombra, poesía (inédito); Detective por error y otro cuentos (2005); Más cuentos (inédito); Bernardo a través del espejo, teatro (2006); Tarde de toros, poesía (2013).

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