Flash: Muy rápida y poco furiosa.
Hay momentos en ésta película en las que parece caer presa de ésa corrupción post-ironía acaecida en Hollywood después de tanto acopio de filmes sobre superhéroes que activan multiversos al punto de que la frontera de la autoparodia parecía violada, esos momentos cuando la cinta, bien enclavada en los tropos cinematográficos actuales sobre realidades paralelas y viajes en el tiempo cuya mecha ahora la enciende el personaje de Barry Allen (Ezra Miller), alias Flash, en una gesta algo psicodélica por cambiar su pasado, nada hacen por cambiar el pesado aspecto y noción que se tiene sobre éste tipo de películas que sólo los usuarios adictos a las redes sociales multimedia pretenden casi deificar como muestras de cine absoluto.
Y luego surgen otras escenas donde parece que el director Andrés Muschietti sí apunta su mirada y oficio como cineasta a aquellas fronteras y da resultados vigorosos y emotivos que renuevan bríos y fe para la película misma. Pero al concluir y efectuar el inevitable recuento de los daños nos damos cuenta que se trató de una cinta con un interesante primer acto, uno intermedio fatal y un clímax fantástico ¿Qué significa todo al final? Que “Flash” como cine y personaje queda mucho a deber pero como entretenimiento logra sacarnos unas sonrisas y un par de suspiros emocionados, por lo que es de suponer el filme no trascenderá como otros de su calaña pero tal vez sí alcance a recuperar costos y hasta dejar ganancias en taquilla.
El gran problema es y será siempre la elección de Miller como protagonista. En la cinta debe desempeñar un rol dual y sólo en uno logra imprimir pathos pero el otro es un desastre y paso a explicarme. La historia se enfoca en Barry como un histérico velocista que tiene la desgracia de haber perdido a su madre (Maribel Verdú) años atrás, crimen imputado a su padre quien está por sr sentenciado a largos años en prisión. Para cambiar ésta situación, decide correr a hipervelocidad hasta romper la barrera del tiempo y cambiar un simple evento que le permita tener una familia feliz. Por supuesto, quienes han leído a Ray Bradbury o visto la trilogía de “Volver al Futuro” (la cual, por cierto, tiene cierto papel de relevancia en ésta película) sabrán que las cosas no pueden resultar así de fácil y en el caso de ésta trama, resulta que su progenitora sobrevive pero a un terrible costo: ha creado una realidad paralela donde no existen los superhéroes y el temible General Zod (Michael Shannon) está por invadir el mundo. Por si esto fuera poco Barry se topa con la versión alterna de sí mismo (una muy irritante y descaradamente castrosa) que se volverá su comparsa “cómico” a la vez que descubre que la versión de Batman de éste mundo existe (Michael Keaton) y trata de sacarlo del retiro para que se una a su misión salvadora. Al rastrear vestigios de otros superhumanos termina por descubrir que una kryptoniana, prima de Superman llamada Kara (Sarah Calle) está cautiva en Siberia, por lo que tratará de rescatarla junto a sus nuevos aliados para emprender la lucha contra Zod.
Queda claro que en cualquier cinta sobre multiversos la espectacularidad y los efectos especiales tendrán preponderancia en la trama, y en efecto así ocurre aquí junto con un clímax que es la última palabra en “fan service”, gratuito e innecesario en términos narrativos pero muy entretenido, por lo que todo momento de índole dramático y con una construcción de mesurada emotividad encaja y resuena con más potencia y éstos momentos son los más efectivos para darnos mayor claridad y entendimiento sobre los personajes y las situaciones que viven. Ésos son los aspectos que mejor funcionan en la película y que debieron prevalecer sobre los gigantismos técnicos que apabullan toda posibilidad por humanizar el proceso.
“Flash” es espectacular, cuenta lo que quiere como quiere sin genuina justificación o solidez narrativa mientras que su pseudociencia busca justificar todo (Michael Keaton es un deleite nostálgico, pero las razones por las que aparece son ridículas) y Ezra Miller simplemente no tiene lo suficiente para llevar a cuestas un proyecto de ésta magnitud, y aún así, es imposible sentirse estafado o decepcionado cuando sentimos que hemos pasado más de dos horas en estado de placer sensorial gracias a que Muschietti sigue haciendo lo suyo con firmeza si bien no con profundidad o demasiada inteligencia. Es una película que termina yendo demasiado aprisa para su propio bien.
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