Justicia y filosofía

Justicia y filosofía

 

Los bienes humanos supremos son producidos por la acción de los vicios morales y el mejor orden político depende de tales vicios. Montesquieu

La cuestión de la justicia, según Sócrates, es si la ciudad justa es ‘posible’ conforme [debido a o a pesar de] la naturaleza humana; o bien, si es ‘posible’ mediante la transformación de la ciudad real en ciudad justa. En el primer caso, la respuesta es negativa, ya que no puede surgir de seres ‘primitivos’ o ‘salvajes’ benignos o crueles, a menos que hayan “adquirido los rudimentos de la vida civilizada”, lo cual es un largo proceso… Luego, si se “apegan apasionadamente” a leyes, aunque imperfectas “consagradas por su antigüedad”, es posible crear la ciudad justa, que no existirá solamente por el hecho del gobierno de los filósofos, sino desde que éstos inicien un profundo proceso de reeducación que empieza por la expulsión de todos los habitantes de más de 10 años. Lo cual abre gran escepticismo no únicamente de su posibilidad práctica, sino, más aún, de ser una quimera o fantasía que raya en lo absurdo. Platón, empero, aclara, que su ideal de república es sólo eso, una utopía, pero que puede servir como modelo para comparar la sociedad política realmente existente.

El gobernante es justo en la medida en que la ciudad buena también es justa, pero “también en el sentido de que sirve a sus congéneres o que obedece la ley”. En este aspecto, “la justicia no es intrínsecamente atractiva o elegible por la justicia misma, sino que sólo es buena pensando en sus consecuencias, o no es noble sino necesaria…” (Strauss) De tal manera, la justicia es útil en la actividad política, en cuanto aquélla es entendida como respeto de la ley, instrumento éste para legitimar el ejercicio del poder político, independientemente de lo justo o injusto de la ley.

Aunque mantiene la ficción de la posibilidad de la sociedad justa de seres humanos, admiten (Sócrates-Platón) que la ciudad justa nunca fue [ni es ni será] real, la cual “sólo es posible en una ciudad de dioses o de hijos de dioses”. Entonces, la interrogante central en la ciudad de hombres e hijos de hombres, gira en torno a si la justicia es simplemente convencional o si hay cosas que son justas por naturaleza. Y, así, en el mundo real la justicia surge por la necesidad de acotar las pasiones, pero en el mundo de lo ideal, la justicia es forma y esencia.

Glaucón, interlocutor de Sócrates, sostiene que la justicia no existe a menos que se admita como la expresión del poder del más fuerte. Trasímaco afirma que “la justicia es la ventaja del más fuerte… lo justo es lo mismo que lo legal o lo lícito, es decir, lo que prescriben las costumbres o las leyes de la ciudad… Si lo justo es idéntico a lo legal, la fuente de la justicia será la voluntad del legislador” (Strauss).

Más aún, para Trasímaco, “cada régimen prescribe las leyes con vistas a su propia conservación y bienestar; en una palabra, para su propio beneficio y nada más”. Al extender este criterio a su consecuencia extrema, la justicia es la que prescribe la clase dominante o el individuo poderoso para su propio beneficio. Y nada más: “en cuanto a los gobernantes, la justicia simplemente no existe: prescriben las leyes con una preocupación exclusiva en su propio beneficio”. (Strauss)

Así, la justicia deja de ser permanente ideal de vida en la comunidad para ser, sin más, veleidosa y mutable expresión del poder del más fuerte (clase social, cúpula gobernante, jefe militar o élite religiosa, que en común poseen la condición de déspota, aunque benévolos sigues siendo déspotas).

“Glaucón, según Strauss, interpreta la justicia pura a la luz de la fortaleza pura” [el héroe de Wagner]. Es decir, demanda a Sócrates la definición de justicia por sí misma, válida por sí misma. Adimanto, por su parte, señala que, según la visión tradicional, la justicia es preferible “a causa de las recompensas divinas a la justicia y los castigos divinos a la injusticia”. “… la justicia se decide (en el habla o en los cálculos humanos) sobre la base de un igual poder de obligar, en que el superior hace lo que puede o lo que es posible, y el débil tiene que ceder” (Tucídides, citado por Leo Strauss).

Y para determinar, según Sócrates, (La República, Platón) “sabiamente qué cosas y en qué cantidad son buenas para el uso de cada individuo” (lo cual ignora el egoísmo: cada quien sabe lo que le conviene y necesita), necesitamos “hombres de sabiduría excepcional”, lo cual nos lleva a “exigir que la sociedad fuese gobernada por sabios, filósofos que ejercerían un poder absoluto”. Lo cual no conviene, ya que la historia ha evidenciado una y otra vez que el absolutismo de cualquier signo, en última instancia, es enemigo de la justicia.

 

 

 

Jorge Varona Rodríguez

Ex Presidente del Colegio de Ciencias Políticas y Administración Pública de Aguascalientes

Jorge Varona Rodríguez

Ex Presidente del Colegio de Ciencias Políticas y Administración Pública de Aguascalientes

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