La construcción de un régimen democrático. Algunas consideraciones 4 de 4
La construcción de un árbitro ciudadano, por lo que vimos en los ensayos anteriores ante la prevalencia de una democracia controlada, ha sido una de las hazañas institucionales más importantes del México contemporáneo. Los jóvenes que saldrán a votar el próximo 2 de junio lamentablemente poco conocen una historia que no pertenece sólo a los gobiernos del momento sino a las constantes manifestaciones ciudadanas que permitieron la construcción de las instituciones democráticas con las que cuenta hoy el país. Se ha tratado de una construcción de avances y retrocesos, pero que han garantizado en los últimos 25 años elecciones en donde quizá por primera vez, con algunos momentos de la historia, los votos se han emitido libremente y sobre todo se han contado y cuidado gracias a la propia organización de la ciudadanía a través del Instituto Nacional Electoral (originalmente IFE). Es importante decir que esta estructura institucional que hoy está en riesgo fue también producto de un acuerdo de las fuerzas políticas en los años noventa para lograr una transición democrática pacífica, respetando fundamentalmente los resultados de las elecciones.
Recordemos que históricamente ha sido el gobierno en turno, a través de la Secretaría de Gobernación tanto a nivel federal como a nivel estatal, quien se encargaba de organizar las elecciones. No obstante los primeros esfuerzos por incluir a otras fuerzas políticas desde la Ley de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LOPPE, 1977), la integración de una Comisión Federal Electoral (1987) todavía presidida por la Secretaría de Gobernación (de ahí la “caída del sistema” encabezada por Bartlett en 1988, entonces Secretario de Gobernación), de la búsqueda de una organización imparcial de las elecciones con el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE, 1990), de que el Congreso y no la Secretaría de Gobernación declarara la validez de las elecciones (a partir de 1993), de que se incluyeran “Consejeros Ciudadanos” en el Consejo General Electoral (1994), no obstante todos los anteriores esfuerzos, como decía, no fue sino hasta 1996 que el Congreso de la Unión otorgó autonomía e independencia al entonces Instituto Federal Electoral (IFE), desligándolo hasta la actualidad de la Secretaría de Gobernación y del Poder Ejecutivo. Al menos éste fue uno de los más claros deslindes históricos que hoy, lamentablemente, se pretende cambiar por el presidente en un olvido imperdonable en quien se considera historiador.
Esta sinuosa historia que se puede contar en un párrafo, fue toda una lucha de generaciones por acabar con el autoritarismo instrumentado en el control de las elecciones, a través de la imposición de los gobernantes por el gran elector y no por el voto ciudadano. De hecho, ha sido gracias al valor que le hemos otorgado en los últimos años a éste simple acto democrático de votar y de que nuestro voto cuente, que hemos avanzado en la construcción de una democracia que garantice los derechos ciudadanos, que limite la autocracia y permita el cambio de gobernantes pacíficamente. Hasta este momento, por lo que es importante que se tenga clara esta breve historia para acudir a las urnas y defender un derecho ganado a pulso.
En términos históricos e ideológicos, como hemos visto, han existido muchos obstáculos para que este simple y noble acto de emitir nuestro voto, y de que éste sea contado, para elegir a nuestros gobernantes no se lleve a cabo. Por ejemplo, habría que recordar las críticas durante el siglo XIX y XX de buena parte de la élite política, no sólo la más conservadora por cierto, de no ampliar la representación política ni el electorado porque, se decía, “el pueblo no sabe de cuestiones políticas”, o es “manipulable” cuando se referían a la participación de las mujeres. Es decir, se pensaba o se piensa que el electorado es una suerte de infante que requiere ser orientado o manipulado dado que por sí solo no sabe elegir. Sin embargo, lo que nos han mostrado las elecciones libres en los últimos veinticinco años es que los electores saben reconocer sus errores, y le han otorgado votos de castigo a los malos gobiernos. De ahí los cambios tanto a nivel federal como a niveles estatales, en donde se ha alcanzado hasta un 70% de alternancia dado el desencanto del electorado.
En los actuales gobiernos de Morena, existe la narrativa de que son ellos los que han logrado avanzar en una “ democracia verdadera”, mostrando con ello el tradicional desprecio por los procedimientos electorales para elegir y cambiar a nuestros gobernantes. Aunque me resisto a considerar de izquierda a los gobiernos de Morena, debo decir que ideológicamente se han nutrido de una mezcla del viejo nacionalismo revolucionario, los otros son “traidores” se sigue diciendo, junto con algunos lugares comunes de la izquierda estalinista como la división entre “democracia burguesa” y “democracia popular”, o en términos actuales “democracia liberal” vs. “democracia verdadera”, lo cual resulta una grave confusión en términos teóricos, ya que la democracia moderna es a final de cuentas representativa a favor de avances en el reconocimiento de derechos ciudadanos.
Dentro de la llamada izquierda mexicana existe una vieja tradición de cuestionamiento a la democracia liberal, es decir a una democracia basada en elecciones libres, equilibrio de poderes y libertad de expresión. Los argumentos son variados pero el central es que el Estado representa a la burguesía y que por lo tanto las elecciones, como lo señalara Lorenzo Meyer hoy un académico cercano de la Presidencia, son sólo una lucha entre las élites dado que la misma democracia beneficia sólo a los poderosos. Bajo este criterio, las elecciones sólo sirven cuando benefician a los que encabezan supuestamente a las causas populares. De ahí viene la idea que es mejor la representación directa del pueblo, sin mediaciones y sin el trámite de las elecciones. Sin duda en estas ideas hay resabios del viejo estalinismo que marcó la formación de los partidos de izquierda en México.
El problema de esta supuesta izquierda es que poco ha participado en una reflexión seria sobre la democracia, se guía más bien en estereotipos y consignas como la de representar al pueblo, de que los opositores son más bien traidores a las causas populares y que su batalla es contra el neoliberalismo o los conservadores, lo que a final de cuentas ha terminado por justificar los ataques a los periodistas que no se han plegado a las exigencias del poder, controlar a los organismos autónomos y cuestionar a los jueces y magistrados por corruptos.
Quizá uno de los mejores intentos de que la izquierda reflexionara sobre la democracia fue el de Carlos Pereyra, un filósofo de izquierda que murió (en 1988) lamentablemente siendo muy joven, cuando se construían las instituciones democráticas y los partidos de izquierda, por lo que su crítica a la tradición estalinista en éstos partidos fue siempre una bocanada de aire fresco en la insipiente democracia mexicana. Una obra que merece ser conocida y continuada, por lo que vale la pena detenernos en algunos de sus argumentos. Para Pereyra, la crítica a las dicotomías tradicionales, por ejemplo, entre democracia social y democracia política o peor aún entre democracia popular y democracia burguesa, era un ejercicio necesario ya que se partía de una confusión de lo que era la historia de la democracia, sea liberal o representativa, ya que ésta ha sido siempre una conquista de luchas ciudadanas a favor de la ampliación de los derechos.
Otra de las ideas centrales de la crítica de Pereyra a las izquierdas actuales es la que plantea la crítica a una sociedad homogénea y bajo un pensamiento único, que ha sido la idea de regímenes autoritarios, por lo que el reconocimiento de la pluralidad de las sociedades modernas es un aspecto fundamental para la construcción de derechos en la actualidad. Las ideas reduccionistas y antipluralistas sobre las sociedades, reduciéndola sólo a los que están conmigo o contra mí como si se viviera en estados de guerra permanente, es lo que nos explica la caída de las democracias en regímenes autoritarios o francamente dictatoriales, ya que la democracia es el reconocimiento de la pluralidad, es el libre reconocimiento de los sujetos políticos, es decir de las libertades y derechos ciudadanos. La gran enseñanza de la historia de las elecciones y de pensadores como Pereyra es que la historia de la construcción de los derechos ciudadanos, es una de las historias que deben motivarnos a la crítica de las tentaciones autoritarias.
Nicola Chiaromonte, uno de los pensadores más lúcidos del siglo XX y hoy lamentablemente olvidado, escribió sobre “la paradoja de la historia”, sobre cómo la caída de las grandes utopías habían marcado libros fundamentales en la historia de la literatura universal como los de Stendhal, Tolstói, Pasternak, etc. Lo que nos ha enseñado Chiaromonte sobre la relación entre el individuo y la historia es que, al menos desde la Revolución francesa, los grandes “ideales” han sido traicionados por sus propios promotores en el intento por convertirlos en realidad. Basta recordar los ideales revolucionarios representados en el imperialismo napoleónico, tema que marcó sin duda a los autores clásicos señaldados. Pensando en este tipo de contradicciones, con todas las salvedades del caso, nuestra paradoja de la historia es que gobiernos que se dicen con una ideología progresista, yo diría a favor de los derechos ciudadanos, terminen por traicionar estos principios en aras de ponerlos en práctica a través de gobiernos autoritarios. Esta crítica es fundamental en nuestros momentos y nos lleva a reflexionar con Camus, que no sólo los fines cuentan sino también la manera de llevarlos a cabo.