LA TARDE EN QUE MANOLETE TOREÓ BAJO ESTE CLARUM CŒLUM
En el primer trimestre de 1947 la epidemia de fiebre aftosa, que afectaba al ganado de pezuña hendida, estaba en pleno desarrollo en el centro del país, pero en Aguascalientes el asunto no parecía ser tan grave; por lo menos no como para no poder realizar una corrida de toros, aunque por poco y no, porque con la emergencia sanitaria en curso, comenzó a escasear el ganado bravo. O, mejor dicho, comenzaron a presentarse problemas casi insolubles para transportarlo, debido a la veda aftosa.
La corrida a la que me referiré, en el contexto de esta serie de artículos que estoy dedicando a la epidemia del coronavi… Perdón, de la fiebre aftosa de 1947, tuvo lugar el 5 de febrero de aquel año, una fecha fuera del calendario, digamos, normal de festejos taurinos en esta tierra cobijada por el a veces Clarum Cœlum, que en aquel tiempo se circunscribían a la feria de abril –y en verdad os digo que el asunto no ha cambiado mucho de entonces a la fecha-. ¿Por qué fue en febrero? Fácil: porque el torero que se presentó no podía en otro dìa, y es que, para fortuna de la gente gustosa de estos festejos, aquella no fue una corrida cualquiera, no, sino una muy especial porque, como afirmó Ramón Morales Padilla en su crónica del festejo; extensa crónica: “son contadas las corridas postineras que se realizan en esta plaza”, y sí, tenía toda la razón.
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Quizá fuera una imprudencia… Un acto arriesgado pero señora, señor: ¿cómo dejar escapar la oportunidad única de ver en acción al Monstruo de Córdoba? Ver a Manuel Rodríguez Manolete aquí mismo, bajo este enmarcado por la arquería del tendido de sombra de nuestra Plaza de Toros San Marcos. La corrida fue en ese día santo de nuestro civismo; fiesta de guardar, porque se trató de la penúltima actuación del español en su segunda temporada mexicana, que comenzó el 10 de noviembre de 1946, en Tijuana, y culminó en Mérida tres días después de la corrida de Aguascalientes, el 9 de febrero, según información que consta en http://altoromexico.com/index.php?acc=noticiadprint&id=20190. Antes; un par de días antes, Manolete había toreado en México. Entonces, no había de otra que adaptarse a la agenda del cordobés.
Aunque quizá por poquito y no se llevaba a cabo el festejo, esto por la problemática señalada líneas arriba. Morales escribió lo siguiente: “a últimas fechas los empresarios se encontraron con que no podían traerse los toros hasta aquí. La disposición de que no se puede transportar ganado, para evitar el contagio de la aftosa, casi los hizo perder la cabeza.
Se buscó ganado de “La Punta”, y no había; de “Hnos Armilla”, y tampoco; y de otras ganaderías de importancia. Ya con la fecha encima, se echó mano de una corrida de “Peñuelas”, que aunque no tiene gran cartel por aquí, salvarían la situación.”
El hecho es que hubo toros; ya ve usted que aquí se puede todo incluyendo, desde luego, lo imposible; las imposturas. Como digo, esta corrida tuvo lugar el miércoles cinco de febrero de 1947, justo un año después de que Luis Castro, El Soldado, Luis Procuna y el propio Manolete, inauguraran la Plaza de Toros México.
Ese día El Sol del Centro publicó dos anuncios. Por una la publicidad, digamos formal, digo, como los conocemos: lugar, fecha, precios, participantes y por la otra, una nota con toda la apariencia de lo que se ha denominado como una gacetilla, un anuncio pagado, redactado en forma de noticia.
En el cartel el rotativo García Valseca anunciaba el “cañonazo taurino del año. Presentación por única vez en esta plaza de Manolete, el monstruo de Córdoba, alternando con Luis Procuna y (el jaliciense Manuel Jiménez González) Chicuelín, con 6 finísimos ejemplares de Pastejé, ganadería de los éxitos, que están a la vista del público en los corrales de la plaza. Sombra $25, Sol $15. Nota: Hay boletos suficientes para todos los aficionados que deseen asistir y al precio. Boletos con “Pepe Hillo”, Hotel Imperial y en las oficinas de la empresa”.
Manolete, El monstruo… Siquiera alcanzaron a corear su nombre las voces de sol y sombra de Aguascalientes, por lo menos una vez. Todavía no era el inmortal, pero estaba en camino de convertirse en tal –Islero ya estaba esperándolo tranquilamente en la dehesa de Miura, masticando tranquilamente su hierbita, para encontrarse con él en agosto siguiente-.
Permítame llamar su atención a propósito de un par de detalles del cartel, inteligente lector. En primer lugar está la ganadería; esto de dar Peñuelas por Pastejé. Es obvio que ya no fue posible traer a los del estado de México, por aquello de no andar paseando de un lado al otro el germen aftoso. Morales escribió que la empresa anunció el cambio de toros a última hora para que los que tuvieran boleto, no sufrieran alguna desilusión con el cambio.
En segundo lugar está información contenida en el cartel, en el sentido de que “hay boletos suficientes para todos los aficionados que deseen asistir”. ¿Qué voy a saber yo de esto?, pero tratándose de Manolete, uno supondría que las entradas se habrían agotado casi casi que al día siguiente de dar a conocer la celebración de la corrida –es un decir-, y sin embargo ese día se anunciaba que todavía era posible conseguir “boletos suficientes”.
A propósito de esto, permítame establecer una comparación entre El Monstruo y El príncipe de Galapagar es la siguiente: la verdad, me sorprende que el día de la corrida todavía hubiera boletos, tratándose de ver a un torero español muy sobresaliente, y teniendo en cuenta que entonces estaba apenas reiniciándose la relación taurina entre México y España, y que su presencia en estos lares era algo excepcional, y que se presentaba en una placita que conmueve por su pequeñez… ¿Cómo era posible que no se hubieran agotado las entradas 10 minutos después -es un decir- de anunciarse la visita del andaluz, tratándose de El Monstruo?
Tratándose de José Tomás, las ocasiones en que el trasteo del madrileño ha brillado en la monumental de Aguascalientes, vino gente de otras partes; de otros países, los boletos alcanzaron cifras astronómicas, y la plaza –un coso tres veces mayor que el de San Marcos- se llenó hasta la multa por sobrecupo.
¿Por qué semejantes diferencias? Aunque ciertamente a la distancia los precios, “Sombra $25, Sol $15” se antojan prohibitivos, aparte de que aquel era otro México, menos comunicado en todos sentidos que este, y seguramente menos acaudalado. Aparte tal vez habría que tener en cuenta que Manolete hizo temporada en diversas plazas de México, incluso presentándose en más de una ocasión, en tanto que las apariciones de Tomás son -¿eran?- únicas, allá en cada venida de cometa. En rigor no lo sé. ¿Alguien podría explicármelo?
Morales Padilla dice en la crónica rescatada por González Fischer, que “quince días antes de que fuera anunciada esta corrida, los boletos se comenzaron a vender en gran escala, y si la plaza no se llenó completamente como era de esperarse, se debió a que muchos aficionados no habían adquirido su boleto con anterioridad, y dado que también los toros no se pusieron a la vista del público sino hasta el día del festejo, no siendo de la procedencia anunciada”.
En fin, que me parece insuficiente razón para no abarrotar la placita, pero bueno. Supongo que me equivoco si afirmo que tratándose de Manolete, no habría importado que lidiara, como en aquella entrañable canción de Cri Cri –Los enanos toreros-, perros con cuernos de papel. El chiste era ver al Monstruo con estos ojos, para luego hacerlo constar en el currículum, y que no le contaran a uno.
En otro orden de ideas, el cartel menciona que los boletos se obtenían, entre otros lugares, con “Pepe Hillo”, un personaje muy popular en esa época. Empresario en el ramo de servicios, su último negocio fue el Posada Faroles, frente al jardín de San Marcos, en la calle Jesús Contreras. Se llamaba José García, y en tiempos de feria administraba un centro nocturno, El patio, en la calle Manuel M. Ponce, al otro lado del actual Casino de la Feria. Me cuenta mi amigo Gustavo Arturo de Alba, que fue también propietario del legendario Bar Montoro, en 5 de mayo casi esquina con Allende, y que servía unas suculentas botanas.
La semana pasada mencioné también que además del cartel, se publicó una gacetilla, o al menos eso parece. El título es “Memorable será la corrida de hoy. Inusitado interés ha despertado en la afición local.”
En el cuerpo de la nota se hace referencia al hecho de que con esta corrida se llegaba al final del largo ayuno taurino. Sobre Manolete el redactor de la nota recordó la literatura que se ha escrito sobre él, “y en ella se han vaciado todos los elogios inimaginables para explicar el aguante portentoso, la casta indomable y el estilo sobrio y elegante del moderno Califa del toreo”. La grandeza del cordobés era tal, proclamaba el autor del texto, que había un antes y un después de él. “Su presencia en los ruedos significa la resurrección del toreo por excelencia, al realizar la mayoría de sus trasteos a base del pase natural, columna y principio del bien torear”.
Viene luego un comentario sobre Luis Procuna, que también se presentó aquella tarde, y al que define como “el más brillante exponente de la escuela taurina mexicana”, y cuyos triunfos lo colocan como la más firme esperanza de la afición nacional”.
El tercer oficiante de aquella tarde memorable fue Manuel Jiménez González, Chicuelín, al que se calificaba como un auténtico artista con el capotillo¸ y se agregaba como elemento curricular el hecho de “ser el primer espada que contendió mano a mano con el cordobés”.
Como esto de la lidia de toros no es mi tema –generalmente lidio con otra clase de asuntos…-, aquí diré como don Quijote de la Mancha: “Con estas circunstancias todas, y de la mesma manera que yo lo voy contando, lo cuentan todos aquellos que están enterados en la verdad deste caso.” ¿O fue don Miguel de Cervantes Saavedra quien escribió esto?
Bueno… Como sea que haya sido, el hecho es que existen dos testimonios sobre el festejo, y los dos proceden de la misma fuente: Ramón Morales Padilla, uno publicado en El Sol del Centro el 6 de febrero, y otro que rescató el prolírico… Perdón: quiero decir prolífico escritor taurino Xavier González Fischer, y que se publicó en la revista “La lidia en México, en su edición del 14 de febrero, ambas de aquel año de 1947.
Por razones de espacio permítame echar mano del segundo, para que usted se entere de como estuvo el asunto. En principio Morales ponderó a los astados que se lidiaron, que procedieron de la cercana ganadería de Peñuelas, y agradeció a la aftosa, epizootia que se cebaba con la ganadería nacional en esos días, esto porque impidió el traslado de los anunciados toros de Pastejé.
Entonces resultó que las reses de Peñuelas salieron muy buenas. Dice Morales: “Don Miguel Dosamantes Rul, propietario de la ganadería, envió un lote terciado pero de mucha bravura y nobleza, que permitió el lucimiento de los alternantes”. El resultado de la lidia fue sorprendente… O el juez resultó ser muy dadivoso: Procuna cortó cuatro orejas y dos rabos y Chicuelín dos orejas y un rabo. En cuanto a Manolete… “No tuvo suerte con el pincho y se le fueron las orejas”. O sea que el Monstruo se volvió bello.
De haber ocurrido lo contrario; que se hubieran lidiado los toros de Pastejé, “no se habría dado una corrida tan buena tanto para los toreros como para el público. Bendita sea la fiebre aftosa”.
En honor a la verdad, la prosa de Morales me parece… Un tanto sofisticada para quien, como yo, no es un iniciado en la apreciación de este espectáculo, y si bien es cierto que en el pasado, pero muy en el pasado, disfruté las crónicas radiofónicas de Adiel Bolio y Víctor Manuel Esquivel, no fue mucho lo que aprendí. Por eso cuando el autor utiliza términos como lasernistas, manoletinas, procunesas, no sé a qué se refiere. ¿Se tratará de formas de mover el capote frente al animal?
Pero sí me queda claro; muy claro, cuando dice aquello de pasar “a un milímetro los pitones de la res”. También entiendo lo significa que el toro transitó por los adornos del traje, escrito esto en referencia a la lidia de su segundo por parte de Chicuelín. Desde luego también comprendo lo que significa lo ocurrido con el segundo bicho –véase lo taurino de mi vocabulario-: “con el ruedo tapizado de sombreros, Procuna se volcó en el morrillo del bravo animal, volviendo a tirar patas arriba al de Peñuelas. Nuevamente se le concedieron la oreja y el rabo; dio tres vueltas al ruedo, acompañado en una de ellas de Calesero, representante del ganadero”.
De Manuel Jiménez, Chicuelín, me llaman la atención dos cosas: la primera es que en su primera novillada, ocurrida en mayo de 1933, le tocó lidiar astados de Peñuelas, y la segunda, que alternó con Alfonso Ramírez El Calesero, es decir, todos de Aguascalientes.
En el primero pasó sin pena ni gloria, y sólo le alcanzó para algunas amables palmas del respetable. Cambió su suerte con su segundo, que fue el último de la tarde, cuando el Sol hacía denonados esfuerzos por quedarse a ver cómo terminaba el festejo, seguramente atraído por los aplausos que los pases de rodillas del tapatío estimularon, aparte de algunos “desplantes suicidas”. La faena fue tal que “el público sacó en hombros hasta el hotel”.
Finalmente está el comentario sobre la participación de Manolete, en el que pesan más los calificativos que el análisis, quizá porque el español hizo poco con los bichos que le tocaron. Con el primero “no pudo redondear una faena de las más grandes … y de no haberse puesto pesado con el estoque, se hubiera ganado una oreja”. Con el segundo enardeció al público volteando hacia él a la hora de una tanda de derechazos y naturales. “El muletazo de su invención hizo calentar más a la gente, y si hubiera tenido suerte con la toledana, se hubiera llevado iguales apéndices que sus compañeros”.
O sea que muy Manolete, pero nomás no fue posible que mostrara su monstruosidad, que luciera, tal y como habría esperado todo el mundo.
Por cierto que lo dicho en la crónica nacional se disimula en la de El Sol del Centro. Fíjese: “A Manolete lo vimos muy torero con el primero, al que lanceó algo movido, con la muleta estuvo muy arriba de su adversario, mucha voluntad y sobre todo exponiendo mucho. El torero de Córdoba, logró sacar mucho partido al de Peñuelas. Con más de media espada y tres intentos de descabello, Manolete despachó al bicho al destazadero.
Nada conforme quedó el Córdoba con lo hecho con su primero, por lo que en su segundo lo vimos torear muy quieto de capa, jugando a perfección los brazos en una serie de lances a la Verónica.
El toro conservó su buen estilo hasta el último momento y Manolete se aprovechó de ello para instrumentar una muy buena faena”.