La última batalla de la licenciadocracia

En lo que constituye la mejor definición de la metáfora de las patadas de ahogado en mucho tiempo, el Poder Judicial Federal, el más opaco, nebuloso y desconocido de los poderes de la Unión ha decidido jugarse el todo por el todo y salir a la calle a echar el resto y jugar a las vencidas contra los otros dos poderes, que los tienen en capilla, listos para recetarles una reforma que, independientemente de sus resultados a largo plazo, significa la desaparición de su modus viviendi, que es casi un modus operandi, tal y como lo hemos (medio) conocido.
Una de las características más interesantes de este sexenio que se resiste a irse – lo que contrasta con el destino que tuvieron prácticamente todos los mandatarios anteriores en su último año- ha sido la naturaleza de las protestas que se presentaron contra el gobierno federal, la mayoría de ellas, con excepciones señaladas como las buscadoras de desaparecidos o los padres de Ayotzinapa, tienen como común denominador la resistencia, casi siempre infructuosa, a que las cosas cambien, o, con mayor precisión, a que el sistema social de México (y ahí va dentro lo político, lo económico y lo cultural) deje de funcionar como lo hizo durante las últimas décadas.
Profesores y estudiantes del CIDE, prianistas, analistas y abajo firmantes, fanáticos de la ultraderecha (perdón por el pleonasmo), obispos y cardenales, ambientalistas de ocasión, oenegeros, tecnócratas, el catálogo completo de los sujetos sociales que crecieron y medraron bajo la égida neoliberal de los últimos años tuvieron y tienen una queja que hacerle al gobierno que les ha quitado no solo el protagonismo y la legitimidad de ser los intérpretes de lo cotidiano, sino, y eso es lo que cala más, el presupuesto que dicho lugar bajo el reflector conllevaba.
A esta larga serie de damnificados por el humanismo mexicano, se agrega, finalmente, uno de los sujetos sociales más interesantes, longevos y paradigmáticos del país desde la mitad del siglo XX. Hoy los indignados por la amenaza de la tiránica mayoría son ni más ni menos que los licenciados. Aupados a la escena central de la vida nacional desde el Alemanismo, los licenciados, sinónimo en su momento no solo de político, sino de político priísta, construyeron a su alrededor toda una leyenda colmada de estereotipos y frases célebres. “El señor licenciado” era la clave social de una persona con poder, ese alguien que podía abrir las puertas necesarias y que tenía el acceso a los teléfonos correctos. Retratado a la perfección por Rius, el licenciado Trastupijes, heredero directo del cacique Don Perpetuo del Rosal, encarnaba al mismo tiempo la pasión de las clases gobernantes por tener un país “moderno”, que dejara el sombrero y el bigote por el traje de tres piezas y el cabello engominado, con la inseparable corrupción que se volvió la marca de la caza y la marca de la profesión hasta el día de hoy.
Los licenciados arreglaban las cosas,conseguían prórrogas, negociaban tratos a oscuritas, conocían a quien se debía conocer, a su amparo, toda una plétora de funcionarios menores hacían su luchita, a su lado, los coyotes proliferaban, el Señor Licenciado sabía siempre qué decir, era capaz de interpretar el sentir de los mexicanos, lo que equivalía a decir, el sentir del Señor Presidente, el primer Licenciado del país. Conjugaba sin fallas la retórica revolucionaria con el las políticas más antirrevolucionarias. La licenciadocracia creó institutos, consejos, procuradurías, secretarías. Sembró el país de ventanillas en donde no te atendían y otras en donde tampoco. Durante al menos 50 años, la licenciadocracia fue la forma de vida superior, los depredadores alfa del sistema político mexicano, pero, como suele pasar, nada dura para siempre, ni siquiera el PRI.
Relegados de la pista central del espectáculo mexicano con la llegada de los tecnócratas al poder ejecutivo y legislativo, a los licenciados al estilo Trastupijes les quedó solo un espacio para subsistir, el Poder Judicial. Ausente constante en prácticamente todas las discusiones sobre las cuestiones nacionales, el Poder Judicial estaba ahí, ignoto, cerrado, desapercibido, a pesar de que, una y otra vez, resoluciones que salían de sus oscuros recovecos sumaban en los pasivos de un régimen que hacía agua por todos lados y que terminó por ser estrepitosamente derrotado en 2018.
Como anteriormente habían hecho, arropados dentro del Poder Judicial, los licenciados no acusaron recibo de lo que había ocurrido en ese año, aunque, en su descargo, ni de lejos son los únicos a los que todavía no les cae el veinte de lo que la gente votó hace seis años. Entre otras cosas, no entendieron que no se votó por cambiar al partido en el poder (ejecutivo y legislativo, porque luego me andan confundiendo al ejecutivo con “todo el poder del Estado”) sino para poner de cabeza a todo el sistema, para desilusión de los ideólogos de la transición, quienes estaban seguros que ya todo estaba bien y bonito y nada más era cosa de apretar algunas tuercas aquí y allá, para, finalmente, poder gozar con una democracia a lo gringo. El voto del 2018 fue para cambiar al sistema de gobierno, todo, periodistas y medios de comunicación incluidos, y, aunque ya de salida, también a los licenciados.
Ignorantes, de manera voluntaria o involuntaria, de este mandato electoral, el poder judicial y sus licenciados se dedicaron todo el sexenio a jugar a las vencidas contra el ejecutivo y el legislativo, con mayor descaro desde la llegada de la Ministra Norma Piña a la presidencia de la Suprema Corte, desde ahí, la soberbia y el cinismo fueron el rostro del “más alto tribunal del país”, con la comodidad y seguridad de saberse más allá del alcance de cualquier rendición de cuentas. Pero, como ha ocurrido tantas veces en estos seis años, no contaban con la astucia del Sr. López, quien esencialmente armó la campaña electoral del 2024 no para enfrentar a la escuálida y atolondrada oposición política, sino para confrontar directamente a la licenciadocracia. El voto en las elecciones de este año fue, principalmente, el voto en contra del poder judicial tal y como existe hoy.
Y, como también ha ocurrido en incontables ocasiones ya, les pasó lo que siempre pasa con Amlo, al principio se rien, luego no le creen y luego, cuando ya están frente al hecho consumado, pierden los estribos tratando de contestar de alguna manera. El plan C llevó a millones de mexicanos a las urnas y le dió a Morena y aliados lo que necesitaban para abrir la caja de pandora del Poder Judicial. Y ahora, solo ahora que la soga está en el cuello y que saben que van a perder, porque se quedaron sin ningún margen de maniobra y de verdad van a perder. No solo se van a tener que despedir de los privilegios de los jefazos de hasta arriba, sino también del espacio de discrecionalidad y arreglos por debajo de la mesa en el que vivían los Gutierritos y Trastupijes de escritorios y ventanillas. La reforma los obliga a perder su preciosa opacidad, a tener que trabajar de frente a las personas y – el horror- a tener que rendirles cuentas.
Por eso están ahora ahí afuera, los licenciados a los que no despeinaron ni las muertas de Juárez, ni los niños de la ABC, ni la masacre de Acteal, ni las víctimas de Mario Marín y sus héroes de la película, ni los fraudes electorales, ni el despido de decenas de miles de trabajadores de luz y fuerza, ni el anatocismo de los bancos, que dejó sin casa a miles de personas, ni la interminable letanía de ofensas, acumuladas con paciencia por la gente de México. No, lo que los sacó de su tenaz atrincheramiento tras los escritorios, fue la posibilidad de que el pueblo vote por jueces y magistrados, que se reduzcan los salarios anticonstitucionales de los jerarcas judiciales y que exista un órgano independiente (término tan caro para los tecnócratas neoliberales) para evaluar a los licenciados. El cambio se les viene encima, y están, espero yo que con razón, aterrados.
¿Qué va a pasar con su paro? nada, como le ocurre a tantos connacionales cuando están frente a los juzgadores, ahora son los licenciados los que están a merced de fuerzas más allá de su control. No hay forma en la que puedan echar para atrás la reforma, ya no. La mayoría calificada es un hecho y los licenciados verán desaparecer su último reducto. ¿Eso significa que todo será maravilloso? no, obviamente no, pero el primer paso para pasar del licenciado Trastupijes a tener servidores públicos de verdad, está dándose, y con algo se empieza.