Locke: propiedad, conflicto político, imperialismo
Notas acerca de las ideas políticas XXV
El pensamiento liberal (5)
Locke: propiedad, conflicto político, imperialismo
La sociedad, afirmó Locke, no crea el derecho a la propiedad, sino que la protege mediante la ley puesto que este derecho “existe sin pacto expreso de los individuos”. Hobbes y Locke compartieron “la presunción de que el egoísmo del individuo es claro y vigoroso, en tanto que el interés social o público es débil y sin importancia”. Para Locke no es el derecho el que ordena el bien común, sino que los “derechos individuales innatos” significan libertad y propiedad. Suponía que “la conservación del bien común y la protección de los derechos privados, desembocan en lo mismo”. Sabine comenta que ello carece de toda lógica, pero que, en las condiciones de la industria y la política de esa época, parecía algo exacto. Sugerir que el bien público es sinónimo de libertad individual, así lacónicamente, hace evidente que el individualismo de Locke, posteriormente explicado bajo la mirada utilitarista de Stuart Mill, “se basa menos en la lógica” que en sus intereses de clase.
Da por sentadas las ideas de Altusio y Pufendorf de dos contratos: 1) entre los individuos que origina la sociedad; y 2) entre comunidad y gobierno. Ese “pacto original” o contrato de los hombres para unirse en sociedad, según Locke, es con el fin de que el poder civil hiciese leyes “con penas para la regulación y conservación de la propiedad”, incluso el uso de la fuerza “por el bien público” (Segundo Tratado). En el entendido de que, desde el estado de naturaleza, está implícito el derecho a la propiedad.
Para Pufendorf el contrato social es una ficción (Sabine) –hipótesis no verificable ni en la historia ni en la realidad presente–, complementada por otra ficción, la del consentimiento unánime, o el del acuerdo de una mayoría que suplanta a la sociedad, toda vez que esa unanimidad o esa mayoría en rigor –dentro de la lógica clasista de Locke—no es el de toda la sociedad, como ya hemos comentado, sino solamente de los propietarios de capital o de tierra. Las clases subordinadas no cuentan.
“Dos tratados sobre el gobierno”, se refiere a la “multitud —‘confusa… siempre pedigüeña, nunca satisfecha’— como el mar tempestuoso ante cuyas acometidas se debate el barco del Estado, piloteado por el gobernante que debe conducir firmemente a buen puerto a su pasaje, el verdadero pueblo, compuesto por los mejores ciudadanos y no por la plebe marginada”
Desde edad temprana Locke fue perfilando el sentido y alcances de sus ideas sobre la sociedad y el gobierno. En “Dos tratados sobre el gobierno”, se refiere a la “multitud —‘confusa… siempre pedigüeña, nunca satisfecha’— como el mar tempestuoso ante cuyas acometidas se debate el barco del Estado, piloteado por el gobernante que debe conducir firmemente a buen puerto a su pasaje, el verdadero pueblo, compuesto por los mejores ciudadanos y no por la plebe marginada”. Asimismo, explica Hugo Biagini (Las primeras ideas políticas de Locke), “divide rígidamente a la sociedad en tres sectores principales: los magistrados, con rango celestial, representan los ‘vicegerentes’ de Dios; los súbditos responsables y, por último, la muchedumbre infrahumana”
Durante un tiempo Locke trabajó para Anthony Ashley Cooper (1621-1683), primer conde de Shaftesbury, quien, bajo el emblema de la unión protestante, se opuso a las persecuciones religiosas no por razones doctrinarias o de justicia, sino porque perjudicaban el comercio y dividían a la nación representada por el Parlamento.
Ashley Cooper fue jefe del Whigismo, [Whig es la designación “antigua” de lo que luego fue el partido liberal británico. Propugnaba un liberalismo moderado, “la supremacía del Parlamento (en oposición a la del rey), tolerancia de los disidentes protestantes y la oposición a un ‘papista’ (católico romano) en el trono, especialmente James II o uno de sus descendientes”]. El conflicto político en la Inglaterra del siglo 18, podría definirse como una lucha por el poder entre terratenientes y “clases medias” [así se caracterizaba a la burguesía]. El partido liberal “estaba en manos de aproximadamente la mitad de las principales familias de Inglaterra y Escocia, así como la mayoría de los comerciantes, disidentes y las clases medias. La posición opuesta de los conservadores la ocupaban las otras grandes familias, la Iglesia de Inglaterra, la mayoría de la nobleza terrateniente y los oficiales del ejército y la armada”. (Noelia González Adánez)
“la supremacía del Parlamento (en oposición a la del rey), tolerancia de los disidentes protestantes y la oposición a un ‘papista’ (católico romano) en el trono, especialmente James II o uno de sus descendientes”].
Dorothy Marshall (citada por González Adánez) afirmó: “El rasgo más distintivo del siglo XVIII inglés consistió en el logro de una particular mezcla entre lo viejo y lo nuevo, de manera que se evitaron rupturas o crisis violentas tanto en el ámbito de lo político como de lo social … puede ser caracterizado como un periodo de estabilidad … esta fórmula de mezcla se sostuvo, por contraste con lo ocurrido [tanto] en el tumultuoso siglo XVII [como] en la fase de acelerado desarrollo económico y la existencia de cambios muy visibles en lo político y en lo social en el siglo XIX. Pero esta expresión se interpretaría de forma equivocada si no fuera porque sabemos que la tal estabilidad (siglo 18) provenía del equilibrio de tensiones, no de la inercia”.
Sin embargo, en los Two Treatises, se evidencia claramente la imbricación economía-política:
1) “revolución financiera” con la creación del Banco de Inglaterra, la deuda nacional y el crédito en la vida pública;
2) alianza diplomática-militar contra Luis XIV [lucha por el predominio de Europa y, desde ahí, del resto del mundo, al forjar una nueva forma de colonialismo haciéndose del control del comercio, las finanzas y los recursos de los territorios del imperio español en decadencia, ya prescindible, así como otros países y otras regiones –Asia Menor, India, África, Asia oriental– susceptibles de conquista].
La revolución de 1688, la “revolución industrial”, la revolución francesa de 1789, la independencia de las colonias españolas, portuguesas e inglesas en América durante los siglos 18 y 19, así como la expansión a otros continentes, resumen la crónica de la consolidación mundial del capitalismo y, en particular, del imperio británico.