Los Ángeles

Los Ángeles


CASA DE REPOSO PARA ANCIANOS

Este relato se ubica en el tiempo,

en una época en que los ancianos, eran ancianos.

Hoy día, un anciano es

‘políticamente correcto’ llamado:

Persona de la tercera edad,

o adulto en plenitud.

 

Aquel anciano en el asilo, se moría. Había llegado a la “casa de reposo” con un diagnóstico de locura senil, pero no se preveía ningún síntoma de agresividad, por lo que fue aceptado sin objeción alguna. Si alguien se hizo responsable de él, nadie en el personal de la Institución lo supo. Y era un residente muy querido por enfermeros y afanadores; no era muy afecto a platicar, de hecho hablaba lo estrictamente necesario, y a veces menos todavía, pero siempre en forma muy amable y con una gran sonrisa. Nadie recordaba haberle visto enojado o molesto por nada. Y ahora… se moría.

Sus cuidadores, queriendo cumplir con la que,evidentemente, parecía su última voluntad, hicieron venir a un Notario, aunque no tenían la menor idea de lo que pudiera decir; si tenía parientes, se habían olvidado de él. En los casi 9 años que llevaba en aquel asilo, nunca nadie lo visitó, ni elanciano hizo jamás por buscar a nadie en sus ratos de lucidez, que eran pocos. Si bien llegaba puntual la carísima mensualidad que por su estancia en el lugar pagaba cada asilado, y esta llegaba en forma de un cheque bancario sin dato alguno de quien lo expedía, no parecía tener más posesión que su escasa ropa, algunos libros que nunca le vieron leer y un antiguo aparato de radio, que tampoco jamás le vieron escuchar. ¿Hacer testamento por esas pocas cosas? ¡Ridículo!  Pero era su voluntad, y…

Tan pronto acudió el fedatario, el anciano pidió le dejasen solo con él. El notario se apresuró a aclararle que requería de al menos un testigo de lo que fuera a testar, para darle la validez legal a cualquier documento que resultare de la visita. El anciano lo pensó unos pocos segundos, y objetó: –Luego, si hay algo qué redactar, llamaremos al testigo. Primero le ruego me escuche–.

El abogado no pudo reprimir un gesto de fastidio por las fantasías que seguro tendría que escuchar, advertido como estaba de la insania mental del anciano, pero pronto se conformó y tomándolo con filosofía, aceptó que diez minutos más o menos no le restarían nada a su propia vida, y sí representaban, quizá todo, para el anciano.

Una vez quedando solos, el anciano se acomodó en su cama, y comenzó a contar.

Este fue el relato.

“Antes que nada, señor licenciado, quiero confesarle que no estoy loco ni nada de lo que pudieran haberle dicho. He fingido esta falta de memoria porque así convenía a mis intereses, y porque me permitieron entrar y salir de este cuarto, cada noche para hacer lo necesario. Haga usted las preguntas que desee para que compruebe que lo que le digo es verdad… ¿no? Bueno, entonces…


“Empezaré desde el principio. Yo quedé huérfano siendo apenas un niño. Mi niñez fue dura; desde antes de cumplir 10 y hasta casi los 15, la mitad de esa vida fue trabajo, y la otra mitad golpes, maltratos y vejaciones. Cuando pude defenderme, fue distinto: se acabaron los maltratos, pero aumentó el trabajo.

Acabe  de cumplir 25 años, cuando por defender el honor de una mujer, maté a un hombre; un hombre despreciable y ruin, pero rico y poderoso. Comprendí que mis razones poco o nada valdrían ante las autoridades que aquel hombre tenía a sus pies, así que huí del pueblo. Yo conocía muy bien cada metro de los cerros que rodeaban al pueblo, así que pude escapar sin riesgo de que dieran conmigo; en dos ocasiones pude ver a quienes pretendían cazarme pasar a pocos metros de mí, sin que se imaginaran que yo los veía cómodamente encaramado en los árboles.

“Cuando pude, ya sin cola, caminé por senderos que acaso sólo yo conocía, bebiendo en los arroyos y comiendo de lo que aventuraba a cazar o a recolectar de la tierra. Eran los años de la Gran Guerra, así que había cosas mucho más importantes que yo, y supongo que pronto se olvidaron de mí.

“Algunos días en un pueblo, luego en otro y en otro; como labrador, pastoreando cabras u ordeñando vacas,sembrando, cultivando, cosechando… Pasaron 4 o 5 años hasta que llegué a un pueblo más grande llamado ‘El Terremoto’. Quiso la suerte que el primer lugar donde pedí trabajo, fuera en la casa de un matrimonio ya de cierta edad, que se dedicaban a prestamistas. Eran buenas personas, no crea; prestaban con intereses altos a quienes podían pagar, pero en cambio cobraban muy poco a la gente de menos recursos, y no pocas veces vi cómo rompían letras de gente que no podía pagarlas. Pero eran prestamistas, y eso es muy buen negocio. Hicieron muy buen dinero y a mí me tomaron aprecio, y con el tiempo, mucha confianza.

“Estuve trabajando para ellos como cobrador y trabajando sus tierritas, unas parcelas donde sembraba ya maíz, frijol, chile, trigo, etc. Y como yo vivía en su casa, también el enorme corral, se convirtió en huerto. Así estuve por largos 20 años, hasta que un día al regresar por la tarde de la parcela, me sorprendió ver a aquella multitud alrededor de la casa, y rápido me enteraron de la tragedia: hacia el mediodía alguien había sorprendido a los viejecitos, y suponiendo que tendrían una fortuna, les torturaron hasta matarlos para que dijeran dónde lo tenían, pero sin conseguirlo. Por fortuna alguien que pasaba por el lugar escuchó los gritos, y cuando salía el agresor, lo atrapó la turbamulta y confesó todo, pero no había conseguido más que un botín de 3 mil pesos y algunas cosillas de más o menos valor. Nada que justificase tan abominable crimen.

Se encontró un papel suscrito por ambos, donde se me legaban todos sus bienes, pero unos sobrinos se inconformaron y las autoridades dijeron que no era legal, quitándome toda posibilidad de ser heredero, aunque los sobrinos tampoco consiguieron nada. Alguien determinó que a falta de herederos legales, la casa de los prestamistas pasaba a la propiedad común, y que se trasladaría ahí la comisaría ejidal, por ser un lugar más amplio y para mejor servicio a la comunidad.

“Todo mundo fue testigo del escarbadero que hicieron por toda la casa y el huerto, dizque para remodelarla. Era obvio que todos pensaran que al no haber encontrado nada el ladrón aquel, el dinero estaría enterrado por algún lugar de la casa, bancos no los había en el pueblo, pero nunca encontraron nada.

“Y no podrían encontrarlo; cada vez que reunían cierta cantidad, venía yo a la ciudad y lo convertía en oro, plata o propiedades. Nadie lo supo nunca, y quizá los ancianos ya tenían la idea de que yo me quedase con toda esa fortuna, porque nunca me pidieron cuentas ni nada.

“Pero no me sentí rico jamás, ni me di la gran vida. Cuando pude dejar El Terremoto, ya sin ninguna sospecha sobre mí, porque vaya que pasé lo mío, ¿eh?, me instalé en una de las casas que había comprado para ellos, y pasé algún tiempo para regresar la fortuna a dinero contante y sonante; a veces perdiendo un poco del valor original, pero casi siempre con un buen dividendo, y entonces, como un monumento vivo para esos buenos señores que llegué a considerar mis padres, compré este caserón que adapté para el propósito; cree un fideicomiso que paga la estadía de casi todos los ancianos que aquí residen, incluida la mía, que es lo único que reservé para mí.

“Le ruego haga lo necesario para que todo se mantenga como hasta ahora, sobre todo el punto de la incógnita de mi persona, y del origen del asilo, y si es posible, prescinda de los testigos que me pedía al principio. Es mi deseo que nadie lo sepa.

“Cuando falte yo, que será muy pronto, debe usted encargarse de que la vida que el asilo a da a los actuales residentes, siga sin cambio ninguno, y que otros vengan a llenar los espacios que los que nos vamos, iremos dejando. Siempre sin conocer el origen de “sus protectores”; y que sin saber sigan honrando y bendiciendo a esos buenos señores que dieron sentido a mi vida. Que mis viejitos sigan viviendo en estos viejitos y sigan siendo “ángeles” para muchos ancianos más.

[amazon_link asins=’B06VX8NMFP,6070731417,B01C33NOKE,B06Y2DSLYV’ template=’ProductCarousel’ store=’200992-20′ marketplace=’MX’ link_id=’78c29d68-c1bd-11e8-80f4-2180d2231e9b’]

Jesús Consuelo Tamayo

Estudió la carrera de música en el Conservatorio Las Rosas, en Morelia. Ejerce la docencia desde 1980 Dirigió el Coro de Cámara Aguascalientes desde 1982, hasta su disolución, el año 2003. Fue Coordinador de la Escuela Profesional Vespertina, del Centro de Estudios musicales Manuel M. Ponce de 1988 a 1990. Ha compuesto piezas musicales, y realizado innumerables arreglos corales e instrumentales. Ha escrito los siguientes libros: Reflejos, poesía (2000); Poesía Concertante, (2001); Guillotinas, poesía (2002); A lápiz, poesía (2004); Renuevos de sombra, poesía (inédito); Detective por error y otro cuentos (2005); Más cuentos (inédito); Bernardo a través del espejo, teatro (2006); Tarde de toros, poesía (2013).

Jesús Consuelo Tamayo

Estudió la carrera de música en el Conservatorio Las Rosas, en Morelia. Ejerce la docencia desde 1980 Dirigió el Coro de Cámara Aguascalientes desde 1982, hasta su disolución, el año 2003. Fue Coordinador de la Escuela Profesional Vespertina, del Centro de Estudios musicales Manuel M. Ponce de 1988 a 1990. Ha compuesto piezas musicales, y realizado innumerables arreglos corales e instrumentales. Ha escrito los siguientes libros: Reflejos, poesía (2000); Poesía Concertante, (2001); Guillotinas, poesía (2002); A lápiz, poesía (2004); Renuevos de sombra, poesía (inédito); Detective por error y otro cuentos (2005); Más cuentos (inédito); Bernardo a través del espejo, teatro (2006); Tarde de toros, poesía (2013).

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!