Orgullo y Prejuicio: la corrupción méxicana
“El poder no corrompe. El miedo corrompe, tal vez el miedo a perder el poder” -John Steinbeck-
Al igual que Voltaire, siempre he creído que “quienes creen que el dinero lo hace todo, terminan haciendo todo por dinero”. El frenesí de incrementar la fortuna personal con ingresos públicos. Un vicio que, lamentablemente, ha sido el más redundante en los casos de corrupción más rememorados de los últimos años. El deseo de poder y la ambición por ultimar todos los recursos en alguna administración gubernamental son al mismo tiempo la principal causalidad del alto índice de corrupción en el país. La cantidad de pérdidas económicas a causa de la corrupción son incontables; al ser de carácter clandestino, los datos no suelen ser precisos, sin embargo las cifras aproximadas revelan la gran necesidad de impedir estos abusos.
Max Weber decía que los dos grandes pecados del político son la vanidad y la irresponsabilidad, ambos como producto del delirio superficial de “…exhibir tanto poder económico como social; siendo el primero el de mayor influencia para este”. La irresponsabilidad comienza cuando el interés personal está por encima del interés público, la deuda social que adquieren los funcionarios públicos al ser electos por el pueblo exige el cumplimiento de atender sus necesidades.
A pesar de los múltiples casos de corrupción, tales como las bodegas de Anaya o las adjudicaciones directas durante el gobierno de López Obrador que han alcanzado cifras inconcebibles, pareciera que a la mayoría de los mandatarios de entidades locales y federativas esto no les provoque ninguna pizca de temor y vergüenza: no es sorprendente, el austero Estado de Derecho actual permite a los mismos extraer cuanto puedan sin tener consecuencia alguna.
«La corrupción y los costos que impone en la sociedad y en la economía son un fenómeno mundial. La corrupción retrasa el crecimiento económico, impide que los ciudadanos reciban la estructura que se merecen. La corrupción absorbe dinero de escuelas, hospitales y otros fines, e incrementa la desigualdad», dijo la embajadora de Estados Unidos en México, Roberta Jacobson. En México el sistema educativo se ha visto afectado por la presencia de escuelas en pésimas condiciones, en la salud de igual forma la austeridad y la mera sobrevivencia de algunos hospitales son espacios que se tienen que rediseñar con nuevos enfoques.
Las leyes mexicanas se han posicionado entre las de mayor reconocimiento a nivel internacional, el único problema, y por el cual el FMI nos cataloga como nación poco confiable, es que no se ejecutan las mismas por la perenne impunidad que prevalece en el país.
¿Cómo acabar con la corrupción?
Expertos han coincidido en que para erradicar o al menos disminuir la corrupción, se necesita fortalecer a las instituciones con herramientas digitales y de transparencia que sean vitales para la realización de auditorías. A pesar de lo necesarias que son estas herramientas perderían valor si en la parte moral no se incide en la formación de una cultura dónde la honestidad sea el pilar fundamental del ser-actuar mexicano para esto obviamente se requiere de una implicación social real y trascendental.
Según la revista Expansión «Un marco legal no es suficiente por sí solo para crear un cambio en la sociedad. La indignación de los ciudadanos y el compromiso de las organizaciones de la sociedad civil nos llevarán a la creación de un sistema eficaz, y será necesaria una vigilancia constante para asegurar la instrumentación y aplicación de estas nuevas leyes”.
El surgimiento de una desbordante exigencia colectiva genera la posibilidad de lograr estas propuestas, con resiliencia, firmeza y plena aplicación de ellas los resultados serán favorables para México. Solo así se reanudará la confianza y cooperación entre la sociedad civil y el gobierno.