Reforma social, la deuda histórica
-[bctt tweet=»O la democracia regula al mercado o el mercado arrasa con la democracia. Y en este caso, la opción es la revolución social y cultural. » username=»crisolhoy»]
Concluida la jornada electoral 2019, es tiempo de otras reflexiones.
La encrucijada del PRI ante el apremio de renovarse, luego de la debacle electoral que proviene de años atrás y culminó en 2018, es parte de la decadencia del sistema de partidos, reflejo a su vez de la crisis de la democracia representativa construida bajo parámetros neoliberales. De tal modo la crítica al PRI y a los partidos ha de iniciar por la crítica a nuestra democracia electoral. Y convertir la crítica en acción, fundada en la consistencia del proyecto que venga a transformar radicalmente las relaciones sociales y políticas sobre las cuales se cimentan la sociedad nacional, la república y la democracia.
En efecto, como apuntamos hace una década en colaboración publicada en Crisol Plural, la democracia en México se encuentra entrampada por la agudización de los problemas sociales y económicos (desigualdad, disminución generalizada en los niveles de vida, desempleo, bajos salarios y extrema concentración del ingreso, virtual estancamiento económico y baja competitividad, retrocesos en calidad e infraestructura de los servicios de educación y salud, desmantelamiento de la seguridad social y precariedad laboral), además de la inestabilidad provocada por el crimen organizado, inseguridad pública y crecimiento exponencial del consumo de drogas, así como la ineficacia del entramado institucional para hacer frente a esta complejidad creciente de la problemática nacional y a las demandas de la sociedad, cuya magnitud ha rebasado la capacidad de respuesta del Estado.
A lo largo de 40 años (desde la reforma política López Portillo-Reyes Heroles), se experimentaron sucesivas reformas electorales en paralelo con reformas económicas “estructurales”, pero se omitió la reforma más sustancial: la relacionada con la equidad. La disputa por la nación hasta hoy se ha resuelto a favor de los de arriba y ha desplazado a los de abajo aún más abajo. El viraje de los años 80 fue una disrupción contrarrevolucionaria. Prevalece el estancamiento estabilizador (Rolando Cordera, La Perenne desigualdad) con un enorme inventario de carencias que combina privilegios, injusticia, exclusión, vulnerabilidad humana.
La asignatura pendiente es la reforma social del Estado. Tema para nada novedoso. Pero sigue siendo crucial impedir que la democracia sea rehén de los grupos de poder de facto económicos y criminales, ni de movimientos autoritarios que pretendan suplantar al pueblo, sino fundamentar sólidamente la soberanía popular, la independencia de la república, el desarrollo económico y la justicia social, valores y aspiraciones todos estos que, según creo, son compartidos por todos.
Prevalecen la irracionalidad y la crispación en la vida política nacional. El denuesto, la frivolidad, la rigidez ideológica de un lado y de otro, la prevalencia de intereses y prejuicios. Todo ello impide el diálogo plural, esencial para la democracia. Es imperativo, entonces, la lucidez que argumente razones para replantear presente y futuro de la república democrática. Reparar en lo esencial y, como puntualizara Ignacio Ramírez, lo esencial es México.
En estas condiciones, es imprescindible al PRI formular y acaso encabezar el proyecto para la reforma revolucionaria del siglo XXI, congruente con origen y vocación. Actualizar ideas y prácticas políticas que brinden credibilidad y confianza sobre el sustento de una idea de democracia para la convivencia justa, incluyente, de todos y para todos, fincada en los derechos humanos, civiles y políticos, así como económicos, sociales, culturales y ambientales. Urge plataforma que explique y justifique el por qué y el para qué la ciudadanía, especialmente los jóvenes, habrá de creer en la opción política que olvidó y a veces hasta se avergonzó de origen y vocación: justicia social.
Propuesta humanizadora que debe nutrir la vida política, así como liderazgo legítimo con fuerza moral, son cruciales para el partido que se ostentó como portador orgánico de la Revolución Mexicana y su histórica demanda por los olvidados de la Independencia y de la Reforma. Responder a la exigencia de hacer de la justicia social la sustancia de todo esquema de desarrollo, frente a la disfuncionalidad de la democracia que, restringida a su expresión electoral, ha dejado de representar ciudadanos y en su lugar representa intereses.
La presencia de José Narro Robles en la contienda priista sugiere vínculos entre la inteligencia académica y la inteligencia política. Distantes con frecuencia, pero por hoy pueden coincidir.
El maestro universitario, en diversas oportunidades, apunta algo medular para el desarrollo del México del siglo XXI: los jóvenes. La educación y la formación de los jóvenes. Forjar oportunidades de realización humana. La deuda histórica del régimen emanado de la Revolución Mexicana fue el de haber truncado la expectativa de la justicia social. Deuda con las generaciones del siglo XX pero que debe y puede redimirse con las generaciones del siglo XXI. También sería posible saldar, al fin, la otra deuda histórica: la del ’68.
O la democracia regula al mercado o el mercado arrasa con la democracia. Y en este caso, la opción es la revolución social y cultural.