Sobre el desasosiego del otoño y las voces imaginarias allá afuera
«Ayer y antes de ayer, toda la noche intentamos contar las estrellas.
Y las estrellas son tantas como nuestro corazón y nuestro corazón es más que todas las estrellas»
Yannis Ritsos
Algún lector me comenta que encuentra cierto atractivo en los relatos donde, a propósito y con reiterada frecuencia, antepongo a ciertas líneas de necesario optimismo algunos requiebros de obligado pesimismo donde de vez en vez me hago y lanzo preguntas acerca de qué, en firme, y para todo lo que viene, habremos aprendido de la lección cabalgante que por el camino va regando la peste, por más que algunos ciegos con ojos y sordos con oídos vayan por ahí tan campantes.
[bctt tweet=»Está por cesar la lluvia de la tarde y de nuevo desde algún sitio, desde alguna esquina del lado oscuro del corazón» username=»crisolhoy»]
Ha sido una semana más de vivir los claustros y las repentinas salidas, las más de las veces entre el pasmo de las noticias sobre esta temporada de guardar y las expectativas por encontrar en las calles los rebrotes de los nuevos ciudadanos, algún rastro capaz de decirme que otra vez, como en un recordado verso, la hierba volverá a crecer entre las ruinas. Que desde algún punto, tras de las desgarraduras de la pandemia, se podrá de nuevo hacer surco y surcar, de nuevo, con experiencias bien aprendidas a cuestas. Lo pienso y lo despienso a la vez que intento construir y deconstruir el futuro, como para pulir ese método dinámico que permite desaprender las creencias limitantes del futuro, y a la vez aprender las nuevas miradas y paradigmas sobre éste.
Otro lector me ha escrito para comentar algunos pormenores de su razonada esperanza en que saldremos con más bien que mal de todo esto, a final de cuentas y a pesar de los pesares. Le digo que ha sido otra semana de pensar en ciertos momentos del día con día, en que todo este drástico pasaje y paisaje de la novela, bien puede ser la continuación de ese camino hacia una caída anunciada, la tercera, y luego me olvido de lo que por el camino ha venido regando la peste, y le hablo de la esperanza con un ojalá que rompe el desasosiego del otoño y de las voces imaginarias allá afuera, tras de la ciudad y la lluvia.
Comentamos sobre el como hemos venido siendo dominados por las marcas, por la indiferencia y ese individualismo que defiende la supremacía de los derechos propios sobre los de toda una sociedad, dominados por los fetiches de una generación docilmente engarzada por las trampas de la conformidad y la bárbara mercadotecnia arrojada hacia nosotros desde todos los vertederos posibles. Con muy poca resistencia enfrentamos las dificultades, los desafíos que otras generaciones asumieron ante las mil vorágines de la historia: la guerra, el hambre, las tinieblas de siglos aún más perversos que el presente, la penuria, la opresión y la represión, los éxodos
Hablamos luego de meses y meses sin hacerlo, y hablamos de cómo ahora, rodeados de espejos y cámaras, caemos en la misma tentación de falsear nuestra apariencia con las herramientas de un programa informático o los retoques de una aplicación. La cruda realidad que nos asusta y nos disgusta. Y hablamos de lo que hay y de lo que puede venir, mientras la lluvia allá afuera…
¿Qué más?. Llego pronto a este punto del casi terminar mis emborronaduras, y sin más me permito tomar estas líneas de Irene Vallejo en un artículo recien publlicado en El pais: “Narciso se dejó morir postrado sobre su reflejo. En el lugar de su muerte brotó una flor, el narciso, con pétalos blancos que aún parecen inclinarse en busca de un espejo para su propia belleza. Hoy, como en la leyenda griega, llevamos la contraria a la máxima bíblica: no amamos al prójimo como a nosotros mismos, sino que nos amamos —y nos fotografiamos— como si fuéramos otro”.
Nuestro rostro como el de Narciso, se resquebraja más y más mientras nos acercamos al espejo del agua, porque nuestro agitado aire enturbia las corrientes que contienen el espejo, otra cosa sería si nos acercáramos todos juntos.
Hacer ciudades
Estamos construyendo ciudades cada vez más crueles e inhumanas, tan densas e ingratas como los muros, ya silenciosos ya sólidos y evidentes que se alzan por todos los rumbos. De un lado un mundo próspero y merecedor de todas las cosideraciones y privilegios, y a los otros lados las azarosas realidades, la pobreza y la alienación, la marginalidad y la desgracia, la desoladora belleza de las esperanzas pisoteadas. Ciudad bajo los relámpagos de agosto.
Está por cesar la lluvia de la tarde y de nuevo desde algún sitio, desde alguna esquina del lado oscuro del corazón surge la certeza de que nos levantaremos y reinventaremos hacia un mundo nuevo, compartido, solidario. Hacia un mundo y una vida mejores, donde por fin sea posible seguir o recomenzar o solo terminar, con dignidad, la travesía. Ojalá.