Teoría política e ideología 4/6 Apuntes acerca del fetichismo en las relaciones políticas y la alienación política Movimientos proletarios y democracia liberal
La cosificación o mascarada de los símbolos sociales con los cuales se vertebra la democracia electoral liberal, imita las relaciones de intercambio que caracterizan las relaciones económicas en el sistema capitalista. Antes que la ética de igualdad y libertad que constituyen la esencia de la democracia (según la teoría), prevalecen los criterios de la ética mercantil. Su ejemplificación clara es la mercadotecnia, la cual se desarrolló plenamente en el prototipo extremo del capitalismo liberal y el militarismo, Estados Unidos, que impone la practica una democracia pecuniaria, es decir, basada en el dinero. Compara los valores de la democracia con los del mercado (privilegia, además, el poder del Estado en pro de intereses privados dentro y fuera de su territorio). Valores que no son sino símbolos que, al trastocarse y convertirse en cosas de intercambio, equivalen a los fetiches de la economía de mercado puesto que se regulan o se presenta al nivel de la forma mercantil.
En Historia y conciencia de clase (1923), György Lukács partió de la teoría del fetichismo de la mercancía para el desarrollo de la cosificación (la transformación psicológica de una abstracción en un objeto concreto) como el principal obstáculo para la conciencia de clase. Sobre lo cual Lukács dijo: «Así como el sistema capitalista se produce y se reproduce económicamente continuamente en niveles superiores, la estructura de reificación se hunde progresivamente más profundamente, más fatalmente y más definitivamente en la conciencia del Hombre … de ahí [que la] mercantilización impregna toda actividad humana consciente, ya que el crecimiento del capitalismo mercantiliza cada esfera de la actividad humana en un producto que se puede comprar y vender en el mercado …” (Teoría de la cosificación de Marx). https://es.wikipedia.org › wiki › Fetichismo_de_la_mer…
En sus textos de economía política, Marx advierte que la apariencia jurídica del “contrato de trabajo entre el trabajador y el capitalista, enmascara la verdadera naturaleza explotadora de su relación económica … El contrato de trabajo es la máscara que oscurece la explotación económica de la diferencia entre el salario pagado por el trabajo del trabajador y el nuevo valor creado por el trabajo del trabajador”. (Marx, El Capital, T. I. Marx-Engels, Obras Escogidas, Ed. Progreso, Moscú. Ediciones de Cultura Popular. Manifiesto del Partido Comunista, Pp. 27-20. Prólogo de la Contribución a la Crítica de la Economía Política, Pp. 181-185. Crítica al Programa de Gotha, Pp. 325-346)
De tal manera, si las relaciones sociales de trabajo se presentan como un simple contrato privado, con la carga ideológica que aparenta relaciones socioeconómicas igualitarias, compra-venta de la fuerza de trabajo, mercancía –como toda mercancía– bajo la forma de dinero, se reproduce en las relaciones políticas en la compra-venta del sufragio mediante símbolos ideológicos que suplantan la realidad social.
La democracia en la sociedad de mercado es de tal manera un proceso de intercambio, y el intermediario es el sufragio en el andamiaje electoral regido por valores ideológicos que no son sino la envoltura de los intereses de la clase dominante. Con frecuencia no es únicamente el intercambio ideológico del sufragio, sino de manera directa y pragmática la compra-venta monetaria del voto.
Pero no es solamente ilusión ideológica sino una faceta del proceso social político real: la transferencia y concentración del poder de la voluntad ciudadana en representantes y gobernantes. El sufragio sintetiza una fantasía ideológica: la aspiración del individuo, la comunidad o la clase social subordinada que supone que su realidad puede mejorar con el voto electoral.
La democracia liberal representativa es rebasada sustancialmente en su original concepción elitista en Inglaterra y Francia, por el impacto de los movimientos proletarios que adquieren carácter político con los partidos de masas que en su germen –finales siglo 19, inicios del siglo 20– tendían a la subversión de todo el sistema capitalista. Ello obliga a las clases dominantes a reconocer ciudadanía y derechos políticos al proletariado (inicialmente sólo a los hombres. El derecho activo y pasivo de la mujer es tema de otra faceta de la lucha social e histórica por la equidad).
Esta ampliación clasista de los derechos políticos (reservados hasta entonces a las clases propietarias de tierra o capital, así como a la clase media “instruida”, y dejaba al margen a trabajadores, campesinos y siervos), afectó la naturaleza y condiciones de la democracia liberal en un largo, escabroso y contradictorio proceso que concedió espacio para interlocución y negociación entre la clase dominante y las clases subordinadas, cooptación que propició el desclasamiento-desideologización-despolitización de las clases subordinadas.
De tal manera, la clase dominante impone a las clases subordinadas un “pacto de dominación” que éstas asumen como “natural” bajo los supuestos de regulaciones y procesos de intercambio que equilibren o compensen las desigualdades. Fortaleció así el Estado capitalista y confirmó el poder de la clase económicamente dominante, coludida con la élite política controlan el aparato informativo e ideológico (Althusser: Ideología y aparatos ideológicos del Estado), y forjan una tercera clase: la burocracia-tecnocracia (Weber, “Economía y sociedad”. Nikos Poulantzas, “Poder político y clase sociales en el Estado Capitalista”, 1969). Empero, el hecho real es que el pueblo anhela el poder. “Si eso suena terriblemente ingenuo es, sobre todo, terriblemente exacto” (Pablo González Casanova, El Estado y los partidos, 1981). Así, la lucha por la democracia, en la práctica y en la ideología, es la contienda por el poder del Estado que detenta la plutocracia, en contraposición a la idea de democracia del pueblo, por el pueblo y para el pueblo (Abraham Lincoln).