Toros, libertad y tolerancia…

Toros, libertad y tolerancia…

La discusión sobre la tauromaquia y las posturas animalistas suele generar debates apasionados, pero en el fondo, el asunto es más sencillo de lo que parece si se analizan sus principios básicos. Los toros, y los animales en general, no tienen derechos. Los derechos son una construcción humana, reservados exclusivamente para los seres humanos, quienes poseen la capacidad de razonar, decidir y asumir responsabilidades. Los animales, por el contrario, al no participar en este marco moral ni jurídico, son considerados cosas, objetos que, en la mayoría de los casos, tienen un dueño.

El propietario de un animal tiene el derecho de disponer de él como mejor le parezca, siempre que no infrinja las leyes que regulan la propiedad o el orden público inherente al respeto a los derechos de los demás. Esto incluye sacrificarlo o usarlo en un espectáculo, como en la tauromaquia. El toro no es un sujeto de derechos, sino un elemento dentro de una tradición que algunos valoran como arte y otros rechazan por motivos de sensibilidad personal.

Más aún, intentar prohibir la tauromaquia -bajo el argumento del amor a los animales- tiene una consecuencia paradójica: y es que hacer eso es la forma más efectiva de matar a todos los toros. Estos animales, criados para las corridas, existen gracias al sentido económico que sostiene su crianza. Sin esa demanda, los ganaderos no tendrían incentivos para mantener al toro bravo, condenándolo a la extinción. Lejos de salvarlos, la prohibición los eliminaría a todos.

Sentir empatía por los animales es profundamente humano. Ver sufrir a un toro puede generar incomodidad, y eso es comprensible. Pero esa empatía no les otorga derechos ni justifica imponer restricciones a quienes no la comparten o la entienden de forma distinta. Los animalistas pueden expresar su desacuerdo y tratar de persuadir a otros de boicotear la tauromaquia, pero no tienen derecho a exigir prohibiciones que limiten la libertad ajena. Además, el objeto de su juicio no es realmente el sacrificio animal. Si lo fuera, esa lógica nos llevaría a prohibir hasta los rastros, donde millones de animales mueren diariamente para consumo humano sin generar igual escándalo. En realidad, lo que molesta a los animalistas es la sensibilidad empática de los demás. No les importan tanto los toros como el hecho de que otros disfruten de espectáculos que ellos aborrecen. En ese sentido, su planteamiento roza lo totalitario: pretenden no solo imponer su visión moral, sino controlar las emociones y gustos de los demás, negando la diversidad del pensamiento humano.

El respeto mutuo entre seres humanos debe ser el principio clave de este debate. Cada persona tiene libertad para cultivar sus gustos artísticos y empatías personales, pero esa libertad debe coexistir con la de los otros. Los aficionados a los toros no deberían ser forzados a abandonar su tradición, como los animalistas no deberían ser silenciados en su crítica. El problema surge cuando un grupo intenta imponer su criterio, ignorando que la pluralidad de opiniones enriquece la convivencia humana. De hecho, prohibir la tauromaquia por empatía sería tan arbitrario como prohibir el veganismo por defender la libertad de comer carne.

Este afán de gobernar hasta las sensibilidades subjetivas de los demás revela la naturaleza del pensamiento totalitario: no se conforma con regular actos, sino que aspira a moldear las percepciones y sentimientos más íntimos, negando la esencia misma de la libertad individual. Y no, no soy aficionado ni antitaurino; mi postura no busca defender ni atacar la tauromaquia, sino destacar que el debate -basado en la razón- debe centrarse en los humanos y sus derechos. Los animalistas, al juzgar las sensibilidades ajenas más que el efecto de la prohibición en el toro mismo, revelan que su lucha es menos por los animales y más por dominar la moral colectiva. Pero tal forma de razonar es totalitaria por definición. Si no te gustan los toros, tienes derecho a no ir, pero eso no te da derecho a prohibirle nada a los demás.

Alan D Capetillo
Alan D Capetillo

Alan D Capetillo

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