El diminutivo empequeñece

Su valor es como el de una perla, pero hay que buscar en miles de ostras para encontrarla. Decirla en buen romance suena bien, al igual que apreciar la mejor música terrenal.
Es el conducto de la inteligencia y el azote de torpeza. Más vale una a tiempo que diez a destiempo. Lastima más que el humo del cigarrillo. Hiere más profundamente que una filosa espada. Cuando se dice pudiera despertar una idea contraria.
Es la distancia más corta entre dos personas. Florece el entendimiento cuando la prudencia maneja su antónimo, el silencio. Decirla después de pensarla es tanto como llegar al cielo.
Debe ser vestida como una reina y elevarse como un colibrí, porque es el espejo del alma. Los padres enseñaron a utilizarla, el autoritarismo a guardarla. Una sola basta para destruir la dicha de mujeres y hombres.
Henri Barbusse, el escritor y periodista francés, define a la perfección su lugar en la interrelación humana: “Hablar es alguien. La presencia real está en la palabra. Se tiene necesidad del que escucha para ser verdaderamente uno mismo y para reconocerse. Cuando otro está conmigo yo estoy entre los dos”.
La experiencia de siglos ha demostrado que es no difícil, para los vivos en su planeta, deformar su lengua materna. Así tenemos el uso excesivo de los diminutivos hasta llegar a ser la regla y no la excepción; los modismos de las generaciones emergentes y el invento de palabras —simpáticas, por cierto— para desfigurar las comúnmente conocidas.
Acepto mi reticencia a usar los diminutivos porque empequeñecen más que mostrar aprecio, pero reconozco que estoy siendo víctima de una terrible contaminación.
Los estudiosos del idioma español, utilizado en los pueblos originarios de Mesoamérica, coinciden que el uso de diminutivo se debe a una posible influencia del Náhuatl, al retomar diversos vocablos de esta cultura.
Contrario a la afición de los caballeros de usar las “malas palabras”, la pequeñez predomina en el segmento femenino y se aplica para dar énfasis a la materia. Afecto, Desprecio, Familiaridad. Y superioridad, como es el caso del recordado y apreciado maestro Francisco Ramírez Martínez (Pancho Reatas), que me dio clases en la Preparatoria de Petróleos del IACT (1970-72), siempre dispuesto a llamar a su alumnos “muchachitos”, para recordar que el mandón en la fiesta en el salón era el letrado.
A propósito, mi amigo Mariano cuenta que en su oficina está rodeado por damitas —nótese el grado de contaminación sufrido por este escribano—, esclavas de esa función expresiva, real o fingida.
La utilizan, dice, para demostrar afecto: “que bonita corbatita”; atenuar el grave error: “jefecito, fíjese que me equivoqué por enésima ocasión al hacer el oficio”; avisar: “Hasta luego, nos vemos mañana tempranito”, aunque lleguen tarde; y solicitar “una firmita” (no importa que la del jefe abarque media hoja tamaño carta), para alentar la autorización de otro día económico, precisamente, el día cargado de chamba.
Otro caso es el meloso aviso de la esposa cuando la depre o el consumismo atacan: “Ahorita vengo vidita, no me tardo nadita, voy al centro comercial hacer unas compritas…” y la sufrida mujer regresa a la casa, cuatro horas después, con quince bolsas retacadas de trapos, zapatos y accesorios para presumirle al marido.
De antología es la clásica solicitud etílica a los meseros de los restaurantes ubicados en la avenida Colosio, para ordenarle “otrooo güisquito, plis”, después de almacenar en el rotoplas de su humanidad media botella consumida.
El abuso llega a su clímax en el socorrido matrimonio de diminutivos entre adjetivos y adverbios, por ejemplo, “Ahorita voy…”, muy utilizado para mandar a la fregada el presente y acogerse al futuro, tan incierto, tan corto, tan largo, como un segundo, varios minutos, o quizás algunas horas.
O cuando ellos aplican alguna de las dos variantes morfológicas de un adverbio: ‘ahora vuelvo’ o ‘ahorita regreso’: ¿cuánto tiempo tendrá que esperar la desdichada esposa?, no sé, francamente, porque el susodicho está feliz de la vida jugando domino con sus amigos, en la cantina de siempre”.
Mientras el uso mecánico del diminutivo se consolida, diversas categorías gramaticales, como el gerundio, se ven afectadas por la costumbre de empequeñecer lo grande.
Porque alguien tiene que escribirlo: A la administración de la gobernadora María Teresa Jiménez Esquivel se le adelantaron los tiempos. Pareciera que la crisis, generalmente padecida el último año de gobierno, corre, vuela y se acelera, sin importar que todavía de faltan dos años y cinco meses para concluir el mandato constitucional.
Las veinte narcomantas colocadas por los grupos criminales estallan, dinamitan, una vez más, la seguridad pública estatal, de por si descuartizada desde el inicio del régimen de El Gigante de México.
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