Un ministro sin vergüenza y sinvergüenza
Personas que conocieron al ministro Lelo antes de que se volviera loco, contagiado por el líder de la 4T, afirman que era una persona que aparentaba inteligencia, que se comportaba con los pies en la tierra y razonablemente a la altura de su altura. Ya desde que llego a la Corte por una combinación de circunstancias propicias se empezó a sentir hecho a mano y como decíamos antes se creyó la “divina envuelta en huevo”. Su tendencia a pontificar suele estar presente en muchos magistrados y ministros, no es cualquier cosa decidir sobre vidas y haciendas, teniendo la última palabra, pero la mayoría suelen tener como los Césares romanos su pepe grillo que a su espalda, en medio de los vítores les recordaban (memento moris, acuérdate que eres mortal), no fue el caso del mininistro.
Recuerdo, me divierte acordarme y más contarlo, la anécdota en una sesión de la Suprema Corte que presidía el ministro Luis María Aguilar en que discutiendo algún punto, el ministro Lelo se quejó de que el ministro Jesús Gudiño Pelayo, le hacía gestos. Así como lo lee, desprevenido lector, no le contestó torciéndole la boca, no le pintó un violín, no le hizo una fisga y menos le dijo: a la salida nos vemos, o tan siquiera el clásico ademán de “me la pagas”. No, el mininistro le dio el chisme al presidente de la Corte: me está haciendo gestos. Antes de ser regañado, castigado o expulsado del salón, el ministro Gudiño Pelayo se disculpó: “es que así tengo la cara”. Ese es la estatura del ministro Lelo.
Su relación con López Obrador se hizo cercana cuando percibió la posibilidad de que llegara a la presidencia, lo que aceitó su columna y fortaleció su vocación alfombrística, que antes había logrado disimular. Es cierto que la corte y sus ministros salvo honrosísimas excepciones como mi maestro Atanasio González, que fue el único que protestó contra el golpe de estado de Zedillo, nunca se habían caracterizado por su dignidad e independencia, pero también es cierto que, a partir de la reforma zedillana, los ministros reivindicaron su función y con cierta dignidad dieron pasos firmes para darle autonomía e independencia a la Corte, Fox, Calderón y Peña, más a fuerzas que de ganas, respetaron o aparentaron respetar (que no es poco) la Corte y sus resoluciones. Probablemente de la apertura democrática y de la desaparición de un partido hegemónico, el Congreso y la Corte revaluaron su trabajo frente al ejecutivo y frente a la sociedad.
La llegada del mininistro fue negativa para la Corte y para el más o menos flamante Consejo de la Judicatura. Los aires de renovación eran más vientos de propaganda y promoción personal, apoyada en una subordinación total que “sin vergüenza” no disimulaba sino presumía. Ostensiblemente cruzaba a pie de la Corte a Palacio Nacional para entrevistarse presumiblemente con el presidente, y de manera confesa con el abogado de presidencia, el señaladamente corrupto delincuente Julio Scherer, hijo de un conocido timador. Sin el menor rubor, el presidente del poder judicial hacía visitas informales al ejecutivo. No sorprendía a nadie que las acciones de inconstitucionalidad interpuestas contra las bárbaras leyes que el Congreso, mayoritariamente chairo, le aprobara al presidente sin “cambiarles ni una coma”.
“Sin vergüenza” también guardó ominoso silencio cuando en la forma más burda, vasta y vil, pretendió el presidente AMLO apoyado por su mayoría lacayuna del Congreso, alargar el período constitucional del mininistro, mediante un artículo transitorio en la modificación de algunos preceptos de la Ley Orgánica del Poder Judicial. Algo así como modificar la Biblia y un dogma de la Iglesia, con la modificación de la hoja diocesana de Aguascalientes. Cuando se le preguntó su opinión, el mininistro cayó. Afortunadamente la dignidad de la mayoría se impuso y echó para atrás el espurio articulejo con pretensiones de reforma constitucional.
Sin vergüenza y sinvergüenzamente el mininistro participó en el “complot” para llevar a la presidencia de la Corte a la también desvergonzada ministra Falsín, Yazmín Esquivel, que gracias a su matrimonio en ulteriores nupcias con el socio de AMLO, José María Riobóo (el constructor de los segundos pisos del periférico por adjudicación directa, ¡Qué bonita familia!) fue designada magistrada del tribunal del DF, ahora CdMx, y luego ya siendo presidente AMLO la promovió para ministra. Nos salvamos de que llegara a la presidencia de la Corte por la difusión de sus plagios que, con entereza y sin vergüenza se hizo de la vista gorda, aguantó la ignominia y ante la firmeza del resto de los ministros, tuvo que aceptar que optaron por la ministra Piña a la que el sinvergüenza Lelo y el perverso autócrata nunca le van a perdonar el atravesarse en los designios del Tlatoani.
Del sinvergüenza Lelo, ahora que declina el poder de su protector, quien por cierto fue el que hizo publica su venalidad y corrupción, empiezan a difundirse sus trapacerías, sus cochupos, sus connivencias, sus concusiones, sus cuentas e ingresos no declarados. Los que antes lo conocieron dicen que era diferente. ¡Lástima su plumaje no era de los que disimulan el pantano como el del ganso!.
(CAVE CANEM.- Antes era peligroso cruzar las calles, ora, basta con salir de la casa o circular desprevenidamente por las banquetas para ponerse en riesgo por la cantidad de ciclistas irresponsables, incivilizados, cuando no intencionadamente agresivos, que circulan por las banquetas, que trepan a las plazas, que utilizan las instalaciones para minusválidos como si fueran hechas para las bírulas y ponen en riesgo a viejos [como mi menda] y a niños todavía sin la malicia y la agilidad para esquivarlas. Los agentes de tránsito no les dicen nada, en principio porque siempre están mensajeando en su móvil y luego…¿no los ven?¿les da güeva?¿les vale?… )
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