Alas prestadas

Pequeña, discreta, apenas perceptible entre las ramas. Esta ave —mejor conocida como perlita azul grisácea (polioptila caerulea)—, como muchas otras, se convierte en símbolo de la libertad que a veces olvidamos poseer. Su vuelo no responde a horarios ni mapas: simplemente se lanza, ligera, con la confianza de quien sabe que el firmamento le pertenece, sin que ello implique, detenerse, reposar en una rama, para tomar aire.
El ser humano moderno, por el contrario, está habituado a vivir con las alas recogidas. En apariencia decide, elige, actúa, pero lo hace dentro de un sistema que le dicta: qué desear, qué ser, cómo amar.
Como lo advertía Erich Fromm en su libro El miedo a la libertad, se nos ha vendido la libertad, pero se nos ha quitado el valor de ejercerla. Y así, la autonomía se convierte en una ficción decorada con rutinas, títulos y logros que poco tienen que ver con el verdadero deseo.
Porque como este pájaro, también nosotros llevamos dentro un impulso vital que clama por elevarse. No nacimos para obedecer pasivamente, sino para explorar y buscar sentido en nuestras decisiones. Volar, en este contexto, no es escapar, sino atreverse a ir más allá de lo conocido.
Ser libre es también reconocer el cansancio y detenerse sin culpa. Es aprender a decir que no, a elegir lo propio por encima de lo impuesto, a encontrar una rama firme desde donde volver a intentarlo.
La libertad, entonces, deja de ser un concepto abstracto y se vuelve una práctica cotidiana, como es la de vivir con autenticidad hasta cuestionar lo necesario, incluso, lo que consideramos seguro, porque el vuelo verdadero no necesita altura, sino conciencia.

La fotografía mostrada en este espacio la tomé el 4 de enero de 2020 en el Bosque de Chapultepec de la Ciudad de México.
Más allá de la mirada: Las aves cantoras como la perlita azul grisácea, tienen un hemisferio cerebral que duerme mientras el otro permanece alerta. Así pueden descansar sin dejar de vigilar su entorno. Una estrategia evolutiva tan sutil como necesaria.
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