Anita Brenner y la revolución cultural en México (2/3)
Como bien me hizo ver un buen amigo y lector de mis artículos, sólo mencioné a Anita Brenner como historiadora relacionada a los historiadores extranjeros, sabedores que Anita fue originaria y vivió sus últimos años en su rancho La Barranca en Aguascalientes, donde producía ajos y espárragos para la exportación y para algunos restaurantes de la ciudad de México. De ahí que sirva este artículo sobre Anita Brenner como una manera de destacar en particular la gran obra que realizara “la gringa aguascalentense”, como la llamara Mauricio Magdaleno, dado que buena parte de su obra como antropóloga e historiadora la dedicó a un público estadounidense dado el poco conocimiento o los prejuicios sobre México en nuestro vecino del norte. Sin embargo, leída su obra en estos momentos, especialmente Ídolos tras los altares (Idols behind altars. The story of the mexican spirit, 1929) y El viento que barrió a México (The wind that swept Mexico, 1943), nos resulta reveladora de una comprensión profunda sobre la historia mexicana.
En 1921 Roberto Montenegro, el gran muralista iniciador de la vanguardia artística mexicana y lamentablemente poco conocido, con el apoyo inicialmente de Vasconcelos logró organizar la primera gran exposición sobre el arte popular mexicano, cuyo catálogo hiciera el Dr. Atl con la introducción de Tablada sobre la revolución en el arte al incorporar las formas y las representaciones populares, lo cual era el fundamento de las vanguardias rusas y en general del vanguardismo internacional. La exposición se llevó a cabo con motivo de las fiestas del Centenario por la proclamación de la independencia, a diferencia de las fiestas organizadas por Porfirio Díaz en 1910 del Centenario de los inicios de la independencia. Así pues, la exposición de arte popular fue parte de una de las grandes festividades al fin de la revolución armada, con toda una propuesta estética al rescatar las expresiones populares (como el arte popular, los bailables regionales, la música de los pueblos, etc.,) frente a las fiestas elitistas del porfirismo. A partir de ahí, el arte mexicano, tanto el popular como el de los vanguardistas, comenzaría a tener reconocimiento internacional particularmente en Nueva York, en donde Anita Brenner tendría una participación central.
Gracias a Ernest Gruening, quien había contratado a Anita como ayudante para su libro Mexico and its heritage, Anita publicó el conjunto de sus artículos originalmente aparecidos en varias revistas estadounidenses bajo el nombre de Idols behind altars, un libro dedicado al “Renacimiento mexicano” y que fuera llamado originalmente así por Jean Charlot con quien trabajó cercanamente sobre un catálogo de las “Artes decorativas mexicanas”, con fotografías de Edward Weston y Tina Modotti pero que lamentablemente no llegó a terminarse. Sin embargo, ambos Anita y Charlot serían, junto con el grupo vasconcelista de Montenegro, Enciso y Gabriel Fernández Ledesma, los iniciadores de la vanguardia artística mexicana. De ahí que tanto Charlot como Anita, antes que Rivera, le dedicaran páginas sobresalientes a la importancia de “Posada, el profeta”, entre muchos otros temas del arte popular y de los artistas mexicanos, para construir la nueva visión del arte mexicano. A partir de entonces Anita Brenner se impuso como misión apoyar a los artistas mexicanos y difundir las bellas expresiones artísticas de lo popular en diversas revistas de los Estados Unidos. Artículos por cierto que hace falta recopilar y dar a conocer en México.
Desde los años treinta Anita comenzó a escribir ensayos sobre cómo la revolución mexicana se estaba ahogando, sobre cómo el grupo de Obregón y Calles había traicionado los ideales de justicia y bienestar para beneficio de campesinos y obreros, beneficiando sobre todo a los generales revolucionarios ahora convertidos en grandes terratenientes o industriales. Después de reaccionar a una censura de un artículo sobre la expropiación petrolera en Fortune, Anita decidió escribir una serie de ensayos para Harper´s que titularía en forma de libro como The wind that swept Mexico (1943), en donde mostraba que, para evitar una dictadura como en España, era necesario conocer lo que ocurría en México. Anita había criticado en diferentes artículos al grupo sonorense especialmente a Calles, quien se había convertido en una suerte de “pirámide tolteca: grande, duro misterioso. Su nombre se añade, naturalmente a los gladiadores dictatoriales (…) con esa antigua admiración del poder.” (Susannah Joel Glusker. Anita Brenner. Una mujer extraordinaria, Instituto Cultural de Aguascalientes, 2006, 254). Eso la convirtió en una de las primeras críticas de los cambios ocurridos por la revolución, ya que consideraba que ésta se había desviado, aunque con Cárdenas había retomado el rumbo al considerar las luchas de los “descalzados” que habían encontrado voz durante su sexenio.
El viento que barrió a México (3ª. Edición, Instituto Cultural de Aguascalientes, 2009) está integrado por un texto de Anita Brenner de poco más de cien páginas, y de 184 fotografías seleccionadas por George R. Leighton junto con Anita, lo cual convirtió al libro en una suerte de ensayo animado por imágenes que todavía hoy sorprenden por su amplio recuento del movimiento, por la captura de momentos trágicos (con la muerte por ejemplo de los primeros revolucionarios, o de los mexicanos que resistieron la invasión estadounidense en 1914), pero también de las grandes movilizaciones armadas de las diferentes facciones, o de momentos de la vida cotidiana en plena guerra civil, como si tratara de una gran película, antecedente sin duda de lo que llevara a cabo Aurelio de los Reyes recientemente con la recuperación, digitalización y restauración de más de cinco horas de las diferentes grabaciones fílmicas existentes sobre la revolución, apoyado por la Filmoteca de la UNAM.
El texto de Anita que abarca desde la caída del dictador Díaz hasta 1942, pasando por el periodo armado y el ascenso de los sonorenses, por el conflicto entre estado e iglesia, así como los contextos en que se diera la expropiación petrolera, es una brillante síntesis en las que se puede comprender la revolución mexicana con sus cambios y continuidades. Se trata de una narración ágil, equilibrada, sin las referencias académicas que por momentos agobian, con detalles que nos reflejan toda una personalidad como cuando refiere que Calles fue hecho prisionero por mandato de Cárdenas mientras el caudillo leía Mein Kampf de Hitler, o cuando nos describe los actos de Cárdenas desde el inicio de su administración al rechazar vivir en el castillo de Chapultepec, al cerrar los casinos de ex presidentes y ex funcionarios y convertirlos en orfanatos o escuelas, o al aplicar la estricta regla en los salones de espera presidenciales de recibir a descalzos y harapientos primero…, con el fin de “sacar del caño” a la revolución, como alguna vez lo expresara el propio Cárdenas. Anita pudo constatar un “cambio intangible” que ocurrió durante Cárdenas: “el miedo abandonó a los desposeídos y se pasó a las filas de los pudientes”, especialmente cuando la nueva política de expropiaciones no se limitaba a la tierra, como se mostró con la expropiación petrolera. Bajo esta narración Anita concluye el texto mostrando lo que significa la política de “México para los mexicanos”, no sólo para el país sino para todos los países latinoamericanos. Porque frente al poder cada vez mayor de los Estados Unidos en el continente, la pregunta enarbolada por los mexicanos frente a la potencia: “¿Qué significa su democracia para nosotros?” es crucial, comenta Anita, dado que de su respuesta depende de cuánto se entienda la historia de México y el tipo de mundo interconectado en que queramos vivir. Porque el mensaje nos recuerda Anita de esta historia contemporánea de México ha sido, al igual que la lucha de los estadounidenses contra el imperio inglés, “no me pisoteen.”
La obra de Anita en este sentido desde la historia del arte y de la revolución mexicana nos habla de una perspectiva que desde el extrañamiento antropológico, desde la síntesis que permite ver el bosque de la historia, ha logrado también una narrativa de gran cercanía y empatía con el pueblo mexicano, gracias como ella lo reconoció a su nana Serapia en Aguascalientes, como a su misión de dar a conocer la historia mexicana en los Estados Unidos para una posible y mejor convivencia a partir del respeto. Una obra que merece ser leída por quien supo reconocer el gran cambio espiritual o cultural que profetizó Posada. Al respecto Anita tempranamente escribió en Ídolos tras los altares: «Concretamente, la revolución no ha hecho grandes cambios en la organización social y en beneficio de la mayoría de los mexicanos -todo lo contrario. No obstante, ha cambiado la mentalidad de la gente. Revolución en México significa ahora lealtad a los valores propios…». No se trata de reconocer el nacionalismo posrevolucionario de manera chovinista, sino en la posibilidad de construir un proyecto de nación a partir de la pluralidad social y de la riqueza cultural de los mexicanos.