Apocalipsis
Apocalipsis.
Suena un eco a lo lejos, parece el grito desesperado de una sirena mitológica e impúdica gritando por su vida; pero esta sirena no es hermosa, ni vive en los espirituales océanos. El sonido de está sirena proviene de una horrorosa ambulancia de metal que hace escándalo para procurar salvar una vida humana.
Aconteció durante el 2020 una pandemia y un gran encierro colectivo: la desesperación, la frustración, la tragedia aumentaban minuto a minuto, hora a hora, día con día hasta hacerse un continuo cotidiano. La epidemia de melancolía podría ser aún más letal que la pandemia.
[bctt tweet=»y el fuego no parece ser la causa de nuestro exterminio, es un insignificante y diminuto virus que bien podría ser llamado: apocalipsis» username=»crisolhoy»]
Escucho los sonidos citadinos que anuncian la presencia de la muerte. ¡No, no es sólo la pantalla que me indica los números de las muertes por día! Escucho a las sirenas que anuncian a la muerte, cada día las escucho más frecuentemente, de una forma más cercana; emiten sus alaridos que anuncian el terror, el terror tiene un sonido y una apariencia, yo desde que conocí un hospital estuve seguro de conocer la antesala del infierno.
Suenan estornudos detrás de las paredes, escucho a humanos deseandose uno a otro la muerte por carecer de dinero, escucho sin querer un televisor encendido; en cualquier momento cualquiera pudo dejar de mirarlo y morir sin que nadie se diera cuenta, los humanos no se hablan entre sí, no se saludan entre sí, se ignoran mutuamente; los humanos sienten aversión y repulsión entre sí. Esto fue lo que quedó del espiritu humano, un virus y más separación entre cada sujeto del rendimiento.
Yo solo soy un psicótico escritor que me canso de ser hombre y prefiero inventar que soy de otra galaxia, de otra vida, de otro planeta, sólo soy un loco que necesita a las palabras y sabe burlar la desesperación que me imponen las paredes con mi imaginación.
La vanidad es la piel del alma, la avaricia es su sangre, el poder su corazón; suponer la culpa es del otro y la santidad es de uno, es el engaño más antiguo, el más trivial y vulgar. Me muero desesperado por tener esperanza, anhelando otra vida distinta; nuestra enfermedad más terrible no es la influenza sino la incapacidad de poder creer que está vida asilada e insatisfactoria es todo lo que tenemos, es lo que existe; y todo lo que vemos y conocemos, se va al abismo del misterio, se disuelve de un momento a otro en el viento. La incapacidad de creer se convirtió en la desesperación del hombre post moderno, la vida está devorada por la insignificancia, la fatuidad abunda en el entretenimiento, para morirse no quedan fuerzas ni tiempo, se busca llegar muy ocupado a la muerte y que la muerte de uno no signifique nada, y aunque lo anterior no se busque uno es obligado a eso, uno está reducido a esto, a la insignificancia.
Escribo desde un extraño limbo llamado encierro, a lo lejos suenan más alaridos de sirenas, la epidemia de tristeza está por todos los lugares, las calles están semi vacías, la economía paralizada, los perros hambrientos, el miedo por todas partes, mis tripas tiemblan, mi cabeza duele, las palabras se me atascan, las despedidas no importan tanto y son deprisa, se anuncia el comienzo del naufragio, mientras las ambulancias entonan de nuevo su desesperante alarido y el apocalipsis parece acontecer de otro modo al relatado por los libros que dijeron ser sagrados. El cielo no se conmueve ante la muerte y el fuego no parece ser la causa de nuestro exterminio, es un insignificante y diminuto virus que bien podría ser llamado: apocalipsis.