Un cuestionamiento de la mirada
Vivimos un período de transición radical, totalmente diferente, con momentos excepcionales que la humanidad no ha transitado frecuentemente, aunque algunos apenas se den cuenta. Vivimos una exepcional circunstancia y en esa nave vamos todos con desgarraduras y secuelas habidas y por haber y en donde a final de cuentas la única certeza, si es que alguna hay, es que los sobrevivientes volverán a considerar, como ya ha sucedido antes, que todo esto es un mero paréntesis y no tiene porque haber un nuevo punto de partida
Queda entonces afianzarse en el hoy y no caer de la barca, y de nuevo decir que para ser merecedores de cualquier tipo de esperanza que valga la pena, hay que transitar antes por la incredulidad y el escepticismo, la negación del encanto de la vida y a la vez la negación del desencantamiento. Total, esto siempre ha sido un mundo caótico y fragmentado y los contemporáneos de hoy al igual que los de ayer se significan básicamente por lo general en su individualismo y su vacio.
[bctt tweet=»Y si he de garrapatear páginas, me recuerdo también la lección de Godard, para quien mirar debería implicar “un cuestionamiento de la mirada»,» username=»crisolhoy»]
Desde el confinamiento y en esta situación compleja y contradictoria, tomo en cuenta que escribir es contar aquello que no puede ser contado de una vez y para siempre, lo que está sujeto a variaciones, que es múltiple, que se afirma, y se niega, que se construye y se deconstruye, que se modifica, se amplía, y está siempre en tensión, que es siempre ambiguo y no definitivo.
Me hago de todo el optimismo práctico al alcance y me entero además de todas las consejas que dan vuelta en las redes como alerta ante la ansiedad que se expande y conlleva; problemas para conciliar el imprescindible sueño, síntomas depresivos y estrés existencial. Solo hay que sobrevivir y que la matemática implacable de la pandemia siga sumando.
No es tan diferente este país, esta ciudad, aunque si más pronunciadas sus fracturas.
Esta es una certeza: La población se divide a menudo, demasiado a menudo, entre aquellos cuyas vidas son dignas de protegerse a cualquier precio y aquellos cuyas vidas se consideran prescindibles.
Y si he de garrapatear páginas, me recuerdo también la lección de Godard, para quien mirar debería implicar “un cuestionamiento de la mirada», ese que haga posible algun día volver a tener la confianza en las reivindicaciones y que de la decepción demoladora pasemos a un nuevo orden.
Ante tales escenarios es que me he sentado a garrapatear estas líneas, olvidando el deber del trabajo diario y solo pensando que hay un pasado que organizar y eso lleva un deliberado acto de poner en orden los recuerdos, de escribirlos o apuntarlos, aunque los acontecimientos se confudan, las fechas se mezclen e Incluso imaginando que si nada ocurriera como nostros quisiéramos, nuestras esperanzas no debe de cambiar, porque debe de seguir existiendo y al igual que la utopía será siempre necesaria para seguir caminando. Otra cosa sería morir en vida: “negar el amor, aceptar las imposibilidades”.
Así pasan las semanas, entre encuentros y extravíos, y desvaríos y síntomas depresivos y dificultad para conciliar el sueño y optimismos prácticos, y llamados a no dejarse vencer, como únicas medidas sustanciales para no quedarse en el fondo. Palabras, narrativas, consejos prácticos ante la tempestad, y tratar de abrir los silencios del día o de la noche, o de cerrarlos de una vez. El deseo de tocar fondo o quizá el deseo de no llegar a tocarlo, o nada más recordar que no se ha dormido del todo bien.
Tomas el café a cuentagotas, vuelves la mirada a esos diarios que esperan inutilmente sobre la silla de falsa piel, de desvaído negro, de falso desvarío, algún día vendrán con la anunciación de la vacuna milagrosa.
Ahora en el recuerdo deambulas todavía en el paseo sabatino por entre los barrios de El encino y La salud, y recuerdas ahora que tu abuelo está enterrado calles arriba en el viejo cementerio, él, el hombre de figura recia y noble que sucumbió a la influenza y el tifus en el fatídico año de 1918. Él que como muchos otros se perdió para siempre en algunas de esas esquinas que dan a ese jardín de hoy, limpio entre las calles que giran y siguen en su relumbrón de olores hacia las zonas bajas del barrio, vueltas hoy avenidas rápidas, tumbas sin nombre. Es posible también que solo estés confundiendo los tiempos.
La gente salió de sus encierros con la esperanza de dejar atrás la pesadilla. La vida, el mundo estaban otra vez afuera, esperando. Pocos entendieron sin embargo que no solo había que caminarlos, sino que era vital construírlos de nuevo.
* Publicado en “Hidrocálido” 15.07.2020