COLIMA. SANTO, SANTITO MÍO

COLIMA. SANTO, SANTITO MÍO

Era muy de mañana, a lo lejos escuché a Don Mauro gritando a medio pulmón —La leche, la lecheee, la lechiii—, los perros de la calle se levantaron de sus hechaderos para ladrarle, mientras pasaba cargando la lechera sobre su espalda encorvada, atravesando una neblina que no dejaba ver, pero si escuchar.

Con lo helado que estaba, no se me antojó levantarme para correr a los perros que molestaban a Don Mauro el “lechero”. —Esos condenados perros escandalosos, son buenos para ladrar, pero cuando en verdad se les ocupa desaparecen—, dijo mi madre que estaba junto al comal preparando café.

Mientras temblaba mi papá me tapó con un poncho que trajo del cuarto. Yo me encontraba hecho bolita con los pies sobre la silla. —¿Vas a querer café o canela hijo? — Me preguntó mi mamá, —café con tantita leche y azúcar— respondí con los labios tiritando, mientras el vaho se me escapaba sin querer.

Durante la madrugada el cielo lloró a cántaros sobre el pueblo. Aquí en el cerro, cada vez que cae un aguacero durante la noche, amanecen las cubetas, las pilas y los pozos de agua con una capa de escarcha y la tierra se pone tan helada, que hasta los muertos se quisieran salir de sus tumbas al clarear el alba.

El cura nos dijo el domingo que no debemos renegar de las lluvias, ya que son una bendición de Dios que nos manda desde el cielo. Yo no reniego de eso pensé, solo no me gusta levantarme adormecido del cuerpo, ni siquiera los gallos quieren cantar cuando sale el sol, de lo entumido que están.

—La lluvia es buena porque reverdece todo, hasta a las personas—, me comentó mi papá mientras le sorbía a su taza de café. Quise decirle que sí, pero mi boca estaba temblando, así que preferí tomarle a mi café y sentir el vaporcito que salía mi taza mientras le soplaba para no quemarme la boca.

Mis lluvias preferidas son las de la tarde, ya que el agua esta tibia para poderse bañar. Mis primos y yo jugamos carreritas en el corral de mi abuelita, también brincamos y rodamos por los charcos que se forman, lo que más me gusta es que caiga granizo para jugar guerritas con los demás niños.

Este año ha llovido mucho, gracias a que la gente del pueblo se ha portado bien, y a rezado con devoción en las misas de cada domingo, pero si nos portamos mal y tenemos malos pensamientos como en otros años, todos sabemos que San Isidro Labrador nos castigará quitándonos las lluvias del temporal.

En las fiestas de San Isidro Labrador, el pueblo tiró la casa por la ventana, los hombres y las mujeres le pidieron con mucho fervor al “Santo Patrono” que, interceda por ellos ante Dios para tener una buena cosecha. Todos rezamos muy fuerte para que se escucharan nuestras suplicas allá en el cielo.

—Ya está aclarando un poco, para que me acompañes al corral con los animales—, sentenció mi papá. Con todo el dolor de mi corazón, me tuve que parar de mi lugar y dejar mi taza de café para ir por otro abrigo, y acompañar a mi padre para darle de comer a los animales del patio.

No siento mis manos de lo engarruñadas que están, ni el maíz puedo tomar para darle a las gallinas. Le pregunté a mi papá cómo se me quitaba lo entumido de mis manos, —sóplatelas, frótatelas o mejor aún, rézale a San Isidro Labrador que te quité lo congelado que andas— respondió de pronto.

“Devoto san Isidro, santo patrón mío, tú que fuiste caritativo y bondadoso…” tú que nos mandas la lluvia, que nos sirve para que crezca la milpa que nos da de comer, que llena nuestros ríos y pozos de agua, solo te pido que me cubras de tu celestial calor, santo, santito mío.

Licenciado en Ciencias Políticas, analista político, colaborador en diferentes medios de comunicación y escritor de la columna: El susurro del barrio, que tiene como objetivo la creación de narrativas a partir de los dichos, recuerdos, cuentos y leyendas de la memoria colectiva de México.

Eduardo Bravo

Eduardo Bravo

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