Corazón silencioso del danés Bille August

Bille August se reintegra a cuestiones éticas, reflexivas, existenciales, en torno a la muerte y la vida.
En México, antes de “Pelle el conquistador” lo conocimos por “Zappa” (1983), acerca de la llegada a la adolescencia y la amistad, situada en 1961. Un chiste común entre espectadores se refería a los títulos de estas películas: ni “Pelle…” trataba del esmerado futbolista brasileño, ni “Zappa” tenía que ver con el extravagante y genial músico y compositor estadounidense.
El siguiente largometraje de August, “Las mejores intenciones” (1992), sobre un guion de Ingmar Bergman basado en asuntos biográficos, le volvería a traer la Palma de Oro y haría se le viera como uno de los sucesores o herederos del eximio director sueco.
Desde entonces, su trayectoria ha tenido altas y bajas, visitas comerciales estadounidenses en la serie televisiva sobre el joven Indiana Jones, la adaptación de la novela de Isabel Allende, “La casa de los espíritus” (1993), y del musical “Los miserables” (1998). O temas de autores nórdicos y un tanto más personal como “Jerusalem” (1996), y entrado este siglo, “Una canción para Martin (2001).
Lo reciente que habíamos visto de él es “Tren nocturno a Lisboa” (2013), cinta previa a la que ahora se exhibe en la 64 Muestra Internacional de Cine, “Corazón silencioso” (2014), donde vuelve a latir su vena descendiente de Bergman, en temas, ubicación, el entorno, las crisis familiares, reducidos personajes, intensidad en diálogos.
Alocución cauta a favor de la eutanasia, de la decisión de cada individuo en las proximidades del momento fatal, enfoca conjuntamente hacia una reunión paterno filial por donde sobrevuelan culpas, remordimientos, aflicciones, hieles, reproches.
Disfrazada de festejo navideño, se ventila de drama múltiple, desde la introducción de los invitados, las convenciones de un matrimonio en apariencia bien avenido, la perenne amiga anciana, los viejos y serenos padres, la hija deprimida y frágil.
Ocho personajes, con edades entre los setenta, cuarenta y la pubertad, en un fin de semana preludiado sombrío, con regalos inadecuados, conmociones insospechadas, secretos recónditos; y uno de ellos, anómalo en ese círculo, para aligerar la tragedia, treintañero arraigado en la adolescencia, quien a la menor provocación decretafumar “un toque”.
Tres días con todos los preparativos y pasos ordenados hacia la meta, en que el guion de Christian Torpe discierne por medio de las dos hijas si existen razones ocultas detrás de la determinación de la madre; si el padre, adrede con profesión de médico, se ha apresuradoen su pronunciamiento; si hay probabilidades de cura o sea mejor aguardar un hallazgo terapéutico. Las dudas se ensanchan a la par de los reencuentros entre hermanas yde madre e hijas, más las turbulencias resucitadas y las conversaciones sosegadas.
Ausente de tremendismo y estridencias, August apuntala a la mamá, voluntariosa para cargar cosas o brindar a pesar de su parálisis, disipa su calvario. Recarga la bondad del papá, así lo ponga en sospecha. Incorpora útilmente la asistencia de la amiga y lo afinado que tenían cada pormenor los anfitriones. Confronta exasperacionesy comportamientos.
Las caracterizaciones tienen fuerza y naturalidad, con el peso repartido entre las mujeres (Ghita Norby, Paprika Steen, Danica Curcic), a salvo de simulaciones en comidas y cenas, en sus conversaciones privadas; y en el asentimiento y protección de la familia a la luz de la verdad insalvable.
Bille August se reintegra a cuestiones éticas, reflexivas, existenciales, en torno a la muerte y la vida.