Crítica de «Tauroética» de Fernando Savater: Una reflexión sobre la ética animal en el siglo XXI

Fernando Savater, un prolífico filósofo español, ha dejado una marca indeleble en el pensamiento contemporáneo gracias a su vasta obra, que abarca múltiples disciplinas y temas, especialmente en el ámbito de la ética y la filosofía política. Desde su juventud, Savater demostró una inclinación por examinar las cuestiones fundamentales del ser humano, abordando tópicos que van desde la libertad individual hasta el laicismo, el papel del Estado y la importancia del debate pluralista en sociedades democráticas. Su capacidad para moverse con fluidez entre diferentes corrientes filosóficas y su estilo claro y accesible le han permitido acercar conceptos complejos a un público amplio, convirtiéndose en una de las voces más influyentes del pensamiento español de las últimas décadas.
A lo largo de su carrera, Savater ha sido especialmente conocido por su defensa de la libertad, no solo como un derecho fundamental, sino también como una exigencia ética. En obras como Ética para Amador (1991), escrita para su hijo adolescente, Savater expone la idea de que la ética es, en su esencia, una reflexión sobre las elecciones que realizamos y sobre la responsabilidad que conllevan. Para Savater, la moralidad no se reduce a seguir normas impuestas por una autoridad externa, sino que es un proceso personal de toma de decisiones, donde la libertad de elegir, incluso en situaciones complejas, es un principio central. Este enfoque sobre la ética basada en la elección y la responsabilidad individual es uno de los pilares que atraviesa toda su obra filosófica.
Además de sus reflexiones sobre la ética, Savater ha sido un crítico agudo del dogmatismo político y de las ideologías que buscan imponer una única verdad o forma de entender el mundo. En obras como El valor de elegir (2003) y La tarea del héroe (1981), Savater explora las complejidades de las decisiones humanas en un contexto pluralista, defendiendo la importancia del diálogo, el respeto a la diversidad de ideas y el escepticismo hacia cualquier forma de pensamiento que se presente como absoluto. Este compromiso con el pluralismo y la libertad de pensamiento se ha reflejado también en su activismo político, donde ha abogado por la defensa de los derechos humanos y la democracia frente a los nacionalismos excluyentes y las formas autoritarias de gobierno.
Es en este marco de pensamiento ético, centrado en la libertad y la responsabilidad, donde Tauroética (2011) se sitúa como una obra singular. En lugar de evitar uno de los debates más polarizantes de la sociedad española —la tauromaquia—, Savater decide enfrentarlo de manera frontal. El libro no se limita a ser una simple defensa de las corridas de toros ni una apología de esta práctica; en cambio, el autor ofrece una reflexión más profunda sobre nuestra relación con los animales y la ética que subyace a esta interacción milenaria entre el hombre y el toro.
Savater propone que, más allá de una cuestión de crueldad o barbarie, la tauromaquia debe ser entendida como una tradición cultural con un fuerte simbolismo y un vínculo particular entre los seres humanos y los animales. En su análisis, el toro bravo no es solo una víctima pasiva de la violencia humana, sino que participa en una confrontación ritualizada, en la que se reconoce su fuerza, su nobleza y su singularidad. Para Savater, la corrida de toros es un espacio donde se expresa una relación entre el hombre y la naturaleza que escapa a las categorías simplistas de violencia o sufrimiento, y que está profundamente arraigada en la historia y la cultura de España.
Lo interesante de Tauroética es que Savater no se limita a realizar una defensa romántica de la tauromaquia como una mera herencia cultural que debe ser protegida. En lugar de eso, utiliza este tema como punto de partida para explorar cuestiones más amplias sobre nuestra relación con los animales y la naturaleza en general. ¿Cómo debemos interactuar con otros seres vivos? ¿Es posible establecer una ética que reconozca tanto nuestras tradiciones como el creciente reconocimiento de los derechos de los animales? Estas preguntas, que son centrales en el debate ético contemporáneo, encuentran en Tauroética una plataforma para ser examinadas en el contexto de un tema tan simbólico como controvertido.
Savater argumenta que la tauromaquia puede ofrecer una ventana a la comprensión de la complejidad de las relaciones humanas con los animales, en lugar de ser simplemente un espectáculo que deba ser prohibido o protegido de forma incondicional. La ética que él propone no se basa en la negación de la existencia de diferencias entre los humanos y los animales, sino en el reconocimiento de que esas diferencias generan una relación especial, y que la forma en que los humanos tratan a los animales debe tener en cuenta las particularidades culturales y los significados que surgen de esas interacciones.
En este sentido, Tauroética no solo es una defensa de la tauromaquia, sino una invitación a reflexionar sobre las tradiciones novo hispanas y prácticas culturales que se insertan en los debates éticos actuales. Mientras que muchos defensores de los derechos de los animales, como Peter Singer o Tom Regan, han argumentado que el bienestar animal debe ser una prioridad ética, Savater nos recuerda que las tradiciones humanas y las formas de interacción cultural con los animales también son parte del panorama moral que debemos considerar. ¿Podemos reconciliar el respeto por los animales con el respeto por las tradiciones humanas? Este es el tipo de pregunta que Tauroética nos deja, y que sigue siendo relevante en el siglo XXI, donde el debate sobre los derechos de los animales continúa evolucionando.
Antes de adentrarnos en Tauroética, es necesario recordar que Fernando Savater no es un pensador ajeno a las cuestiones morales o a la reflexión sobre la libertad. En libros como Ética para Amador y El valor de elegir, Savater ya había dejado claro su enfoque sobre la ética como una cuestión de elección y responsabilidad personal. Su obra suele centrarse en cómo los seres humanos se enfrentan a decisiones morales complejas en un mundo pluralista, donde las certezas morales se tambalean. En este sentido, Tauroética no es una excepción, pues el autor aborda la tauromaquia desde una perspectiva ética, analizando tanto sus dimensiones culturales como morales, sin caer en dogmatismos o simplificaciones.
El toro, el hombre y la ética
En Tauroética, Savater defiende la tauromaquia como una tradición cultural que debe ser valorada, no simplemente como un espectáculo cruel o bárbaro, sino como una expresión de una relación compleja y simbólica entre el ser humano y el animal. Para Savater, el toro bravo no es una simple bestia, sino un ser con el cual los humanos han establecido una forma particular de entendimiento a través de la corrida. En este sentido, el autor propone que el toro es un animal que ha sido específicamente criado para la tauromaquia, lo que lo sitúa en una categoría distinta a otros animales domésticos o de consumo.
Los toros de lidia no son una especie original; son una raza bovina seleccionada y criada específicamente por humanos para características particulares, principalmente su bravura, fuerza y temperamento agresivo. Este proceso de selección se ha llevado a cabo durante siglos, principalmente en España, Portugal, algunos países de América Latina como México, y en menor medida en Francia.
Savater argumenta que la corrida de toros es una actividad profundamente ritualizada, donde el torero se enfrenta a la muerte, encarnada en el toro, en un acto que tiene una gran carga simbólica. La corrida, sostiene, no es una forma de crueldad gratuita, sino un espacio en el que se reconoce la dignidad del animal. De hecho, en su visión, la tauromaquia es una de las pocas actividades humanas donde el animal no es cosificado, como ocurre en la industria ganadera o en otras formas de explotación animal.
No obstante, aquí es donde surge la mayor crítica contemporánea a la obra de Savater. A comienzos del siglo XXI, el debate sobre los derechos de los animales ha adquirido un peso notable, y los principios de la ética animal han evolucionado, centrándose en el bienestar animal y el reconocimiento de los animales como seres sintientes. Pensadores como Peter Singer y Martha Nussbaum han argumentado a favor de un trato ético hacia los animales, rechazando cualquier forma de sufrimiento innecesario. Desde esta perspectiva, la tauromaquia, tal como la defiende Savater, parece chocar con la creciente sensibilidad hacia el bienestar animal. A pesar de los argumentos de Savater sobre la naturaleza simbólica de la corrida, no se puede ignorar el sufrimiento físico y psicológico del toro.
Tauroética: entre el juego, ritual y arte Claude Lévi-Strauss
El frances Claude Lévi-Strauss, uno de los antropólogos más influyentes del siglo XX y padre del estructuralismo, desarrolló una comprensión profunda de cómo las sociedades humanas estructuran y dotan de significado a sus prácticas culturales a través del pensamiento simbólico. Una de sus contribuciones más relevantes es su concepto del «pensamiento salvaje» (pensée sauvage), que se refiere a la forma en que las sociedades «primitivas» o tradicionales organizan el mundo a través de oposiciones binarias y estructuras simbólicas. Desde esta perspectiva, Lévi-Strauss podría ofrecer una interpretación rica del párrafo de Fernando Savater sobre la tauromaquia, vinculándola con los conceptos de arte, ritual y juego.
En primer lugar, Lévi-Strauss podría entender la corrida de toros como un ejemplo perfecto de lo que él denominaría un ritual simbólico, donde los seres humanos enfrentan y estructuran las fuerzas fundamentales de la naturaleza, en este caso representadas por el toro. Para Lévi-Strauss, los rituales no son simplemente actos mecánicos o supersticiosos, sino sistemas simbólicos complejos que permiten a las sociedades lidiar con sus contradicciones y tensiones internas. En el caso de la tauromaquia, el enfrentamiento del torero con el toro encarna una de las oposiciones más universales y significativas para las culturas humanas: la vida y la muerte. El torero, como figura culturalmente exaltada, no solo se enfrenta a la muerte literal en la forma del toro, sino que simboliza el intento humano de controlar, dominar o ritualizar la muerte.
Lévi-Strauss también podría estar de acuerdo con Savater en cuanto a que la corrida no es simplemente un acto de crueldad, es a la vez una actividad ritualizada cargada de simbolismo, donde se reconoce un cierto estatus especial al animal. Este reconocimiento de la dignidad del toro encaja con la noción de que el toro, en este contexto, no es simplemente un objeto, sino un «otro» con el cual los humanos establecen una relación simbólica profunda. El animal, lejos de ser cosificado como ocurre en la industria ganadera o en otras formas de explotación, es elevado a un estatus casi mitológico dentro del ritual. Para Lévi-Strauss, este tipo de oposiciones simbólicas (humano/animal, vida/muerte) son formas en que las culturas tradicionales ordenan el caos y dotan de sentido a la experiencia humana.
Desde la perspectiva de Lévi-Strauss, la distinción entre arte, ritual y juego también sería clave para entender la tauromaquia. En sus análisis de las culturas tradicionales, Lévi-Strauss vio cómo el arte, el juego y el ritual son formas diferentes pero interrelacionadas de dar sentido a la realidad y enfrentar las contradicciones existenciales. En el caso de la tauromaquia, el ritual es evidente en la repetición de la estructura de la corrida, los pasos predefinidos que sigue el torero y la manera en que se representa el enfrentamiento con la muerte. Pero la tauromaquia también tiene una dimensión de juego, en la medida en que se trata de un enfrentamiento controlado y regulado, donde tanto el torero como el toro siguen «reglas» implícitas que limitan la anarquía de la violencia pura.
Para Lévi-Strauss, los juegos en las culturas tradicionales son a menudo simulacros ritualizados de enfrentamientos o conflictos, y la corrida de toros podría verse de manera similar: como un «juego serio» que replica, en un formato controlado y simbólico, las fuerzas más peligrosas y descontroladas de la vida (en este caso, la muerte y la violencia).
Finalmente, Lévi-Strauss podría abordar la dimensión artística de la tauromaquia, siendo esta la mas contravertida bajo la bioética del siglo XXI. Savater destaca al subrayar que el toro no es cosificado, como ocurre en otras formas de explotación animal. Para Lévi-Strauss, el arte en las culturas tradicionales también cumple una función simbólica, actuando como un medio para representar y explorar las tensiones internas de la sociedad. La corrida de toros, con su estética rigurosa y su carácter casi teatral, podría ser vista como una forma de «arte ritual» en la que la sociedad expresa y ritualiza su relación con la muerte, la naturaleza y los animales. A través de la estilización y la ritualización, el toro y el torero son elevados a un plano simbólico en el que ya no representan simplemente lo físico (un animal, un hombre), sino que encarnan ideas abstractas y universales sobre la vida, la muerte, el coraje y la tragedia.
Desde la perspectiva del «pensamiento salvaje» de Lévi-Strauss, la corrida de toros sería vista como un ritual cargado de simbolismo que articula las tensiones fundamentales entre lo humano y lo animal, entre la vida y la muerte. Esta práctica, aunque cruenta, no sería comprendida como una simple crueldad o violencia gratuita, sino como una forma en que la sociedad española tradicional ha encontrado para estructurar y ritualizar su relación con la muerte y la naturaleza, elevando al toro a una posición especial en este esquema simbólico. A su vez, la tauromaquia sería un espacio donde arte, juego y ritual se entrelazan para formar un complejo sistema de significados que permite a la sociedad enfrentar algunas de sus contradicciones más profundas.
Tauromaquia y los derechos de los animales
Uno de los puntos más controvertidos en Tauroética de Fernando Savater es la manera en que el autor aborda las críticas provenientes de la ética animal. Savater, a pesar de reconocer la existencia de preocupaciones válidas sobre el sufrimiento animal, adopta una postura escéptica ante las corrientes filosóficas que promueven una ampliación de los derechos morales a los animales. Para él, gran parte de las críticas a la tauromaquia provienen de una visión excesivamente «sentimental» o «moralista», que tiende a humanizar a los animales y a imponerles un conjunto de derechos que no pueden tener, debido a la diferencia ontológica fundamental entre seres humanos y animales. En este sentido, Savater insiste en que los animales no son titulares de derechos en el mismo sentido que los humanos, y que esta distinción ética justifica un tratamiento diferente de ambos.
Esta posición, sin embargo, resulta altamente problemática para los defensores de los derechos de los animales, quienes argumentan que la capacidad de los animales para experimentar sufrimiento y placer es suficiente para otorgarles consideraciones morales. Según esta perspectiva, la sintiencia —la capacidad de sentir dolor y emociones— es el criterio moral que debe guiar nuestra relación con los animales, más allá de las diferencias biológicas o culturales entre especies. Filósofos como Peter Singer y Tom Regan han sido fundamentales en desarrollar la idea de que los intereses de los animales deben ser respetados precisamente porque son seres que pueden sufrir, y por tanto, someterlos a prácticas que les causan dolor, como la tauromaquia, es éticamente inaceptable.
Desde este enfoque, la posición de Savater se ve como insuficiente, ya que parece ignorar el creciente consenso ético en torno al bienestar animal y la importancia de evitar el sufrimiento innecesario. La ética animal contemporánea se basa en principios de igualdad moral y en el reconocimiento de que los animales no deben ser tratados como meros medios para fines humanos, especialmente cuando esos fines, como el entretenimiento en el caso de la tauromaquia, implican sufrimiento innecesario. Así, aunque Savater argumenta que el toro en la corrida es respetado y reconocido en su dignidad como un ser valiente y noble, desde la ética animal este argumento se percibe como anacrónico, ya que el respeto por un animal no debería implicar su explotación en un espectáculo de violencia.
Un aspecto central de esta crítica es que, para los defensores de los derechos de los animales, la distinción que hace Savater entre humanos y animales no es relevante para evaluar el trato ético que merecen. Si el criterio ético es el sufrimiento, entonces la capacidad de un ser para sufrir o disfrutar debe ser el fundamento para determinar si es moralmente aceptable utilizarlo en actividades que le causan daño. En este sentido, la tauromaquia, al ser una práctica que involucra el sufrimiento deliberado y la muerte de un animal, queda deslegitimada desde esta óptica. No importa si el animal es visto con dignidad en el ritual, ya que lo que está en juego es el hecho de que el toro sufre y muere por el entretenimiento humano.
Otro punto que genera debate es la justificación cultural o simbólica que ofrece Savater. Si bien es innegable que la tauromaquia tiene una profunda carga cultural e histórica en España, este argumento se enfrenta a una creciente oposición en una era donde se cuestionan prácticas tradicionales que implican la explotación o el maltrato de seres vivos. La cultura no es un valor estático e inmutable; evoluciona con los tiempos y con los cambios en la sensibilidad ética de las sociedades. Tal como ha ocurrido con otras prácticas culturales que en su momento fueron aceptadas pero posteriormente condenadas por sus implicaciones éticas (por ejemplo, las luchas de gladiadores o el maltrato de animales en circos), la tauromaquia está siendo cada vez más vista como una tradición que debe ser reevaluada a la luz de nuevas consideraciones morales. Frente al auge de otros espectáculos masivos, la tauromaquia ha ido perdiendo fuerza como relato unificador de identidad para sociedades que han dejado atrás el feudalismo y han transitado hacia la industrialización dentro del capitalismo. En este proceso, el carácter simbólico y ritual que antes tenía la corrida de toros se ha diluido, enfrentándose a una cultura globalizada que tiende a priorizar formas de entretenimiento más accesibles, comerciales y menos ligadas a tradiciones locales. En el pasado, la tauromaquia pudo haber funcionado como un símbolo de cohesión social, representando valores como el coraje, la valentía y la confrontación con la muerte. Sin embargo, en las sociedades contemporáneas, donde los medios de comunicación, el deporte y otras formas de entretenimiento han adquirido un carácter masivo y global, este relato tradicional se ve cada vez más alejado de las sensibilidades modernas, que tienden a cuestionar el sufrimiento animal y a reconfigurar las formas en que se construyen las identidades colectivas.
A medida que las sociedades han pasado de estructuras agrarias y feudales hacia modelos industriales y capitalistas, la tauromaquia ha ido perdiendo su relevancia como un ritual profundamente arraigado en la vida cotidiana. La identidad cultural que anteriormente podía girar en torno a esta práctica se ve ahora fragmentada por la influencia de una cultura de masas que ofrece múltiples opciones de entretenimiento más atractivas para el público moderno. Además, la globalización y la creciente urbanización han fomentado nuevas formas de identidad basadas en el consumo de productos culturales globales, como el cine, los deportes internacionales y la música, dejando a la tauromaquia en una posición marginal dentro del espectro de entretenimiento.
Asimismo, el discurso sobre la ética y los derechos de los animales ha penetrado en la cultura popular, lo que ha contribuido aún más a la erosión de la tauromaquia como un referente de identidad colectiva. En lugar de ser vista como un símbolo de identidad nacional o regional, la corrida de toros es cada vez más percibida como una tradición que choca con las sensibilidades contemporáneas. En una época marcada por la conciencia sobre el sufrimiento animal y la protección de los derechos de los seres sintientes, la tauromaquia se enfrenta a una crisis de legitimidad. La necesidad de encontrar nuevos referentes de identidad cultural, más inclusivos y menos vinculados a prácticas que impliquen violencia hacia los animales, ha llevado a muchas sociedades a buscar nuevas formas de cohesión simbólica en un mundo cada vez más interconectado.
La tauromaquia, que alguna vez fue un ritual cargado de significados sociales y culturales, ha visto disminuir su influencia en un contexto en el que los valores éticos contemporáneos y las dinámicas de la globalización plantean nuevos desafíos a las tradiciones antiguas. El capitalismo industrial y la cultura de masas han desplazado, en gran medida, su rol como elemento central en la construcción de la identidad colectiva, lo que deja a la tauromaquia en una posición incierta dentro del debate cultural y ético actual.
Savater podría responder que la tauromaquia, al igual que otras prácticas culturales, es un espacio en el que los seres humanos enfrentan cuestiones profundas sobre la vida, la muerte y su relación con la naturaleza. Sin embargo, los críticos de la tauromaquia argumentan que este tipo de enfrentamientos simbólicos no tiene que implicar el sufrimiento de seres vivos. Existen alternativas culturales, como el arte o el teatro, donde los símbolos de la vida y la muerte pueden ser explorados sin causar daño físico a los animales. En este contexto, las justificaciones culturales y simbólicas que Savater ofrece parecen desfasadas con respecto a las corrientes contemporáneas de la ética animal, que priorizan el bienestar y el respeto hacia todos los seres sintientes es debil.
Además, las sociedades contemporáneas han comenzado a valorar cada vez más la empatía y el respeto por los animales como parte de una ética de justicia que trasciende las fronteras de la especie. Esta ética inclusiva, promovida por muchos activistas y filósofos, sugiere que el trato ético hacia los animales no debe depender únicamente de las necesidades o deseos humanos, sino de un principio más amplio de evitar el sufrimiento innecesario siempre que sea posible.
En definitiva, el argumento de Savater, aunque bien fundamentado desde una perspectiva filosófica centrada en la tradición y la diferencia ontológica entre humanos y animales, parece insuficiente a la luz del avance de la ética animal contemporánea. La creciente aceptación de que los animales merecen consideración moral por su capacidad de sufrir pone en duda la legitimidad de la tauromaquia, ya que plantea una pregunta difícil para los defensores de esta práctica: ¿Es posible seguir justificando el uso de animales en espectáculos que implican sufrimiento cuando existen formas culturales que no conllevan dicho daño? La respuesta a esta pregunta no solo está en el ámbito filosófico, sino también en los cambios sociales y éticos que estamos viendo en torno a la relación entre los humanos y los animales en el siglo XXI.
Tradición y modernidad: un dilema ético
El gran dilema que plantea Tauroética es cómo equilibrar la tradición y la modernidad en el ámbito ético. Savater, al defender la tauromaquia, está, en cierto modo, defendiendo una visión de la cultura como algo que debe ser preservado, incluso si entra en conflicto con ciertas sensibilidades modernas. Para él, la corrida de toros es una forma de arte y de tradición que no debe ser destruida en nombre de un concepto abstracto de derechos animales. Esta postura nos invita a reflexionar sobre el valor que le damos a las tradiciones en nuestra sociedad: ¿debemos preservarlas a toda costa, incluso cuando implican prácticas que hoy se consideran inmorales? ¿O debemos reinterpretarlas y adaptarlas a nuestras nuevas sensibilidades éticas?
Sin embargo, el mismo Savater parece pasar por alto que la cultura no es estática, sino que está en constante transformación. Las tradiciones culturales, por muy arraigadas que estén, no son inmutables; se adaptan, evolucionan y a veces desaparecen en respuesta a los cambios sociales, éticos y tecnológicos que experimentan las sociedades. Pretender que una práctica cultural como la tauromaquia debe permanecer intacta frente a los desafíos éticos contemporáneos ignora la naturaleza dinámica de la cultura, que siempre ha sido un reflejo de las tensiones y valores de cada época.
En este sentido, es crucial reconocer que la cultura no se preserva únicamente por su valor histórico o simbólico, sino por su capacidad para seguir siendo relevante y significativa dentro del contexto actual. A lo largo de la historia, muchas costumbres y rituales que alguna vez fueron centrales en la vida de las sociedades han desaparecido o se han transformado en respuesta a nuevos paradigmas éticos y sociales. Este proceso no necesariamente implica una pérdida cultural, sino más bien una reconfiguración de las prácticas y significados en función de los cambios en la sensibilidad y los valores compartidos.
En el caso de la tauromaquia, las crecientes preocupaciones por el bienestar animal y los derechos de los seres sintientes han generado un fuerte cuestionamiento de esta tradición. Lo que antes se consideraba un símbolo de valor y enfrentamiento con la muerte es ahora visto por muchas personas como una forma innecesaria de violencia y crueldad hacia los animales. Esta transformación en la percepción social no es un fenómeno aislado, sino parte de un cambio cultural más amplio que está redefiniendo las relaciones entre los seres humanos y los animales, así como el lugar que ocupan las tradiciones en nuestras sociedades.
El hecho de que una práctica cultural esté arraigada en la historia o la identidad nacional no debería eximirla de ser objeto de crítica y reflexión, especialmente cuando nuevos valores éticos emergen. Así como otras prácticas tradicionales, como las luchas de gladiadores en la Roma antigua o los sacrificios animales en algunas culturas antiguas, fueron eventualmente abandonadas o transformadas, es natural que la tauromaquia también esté sujeta a esta evolución. Las culturas vivas son aquellas que pueden adaptarse a las nuevas realidades y cuestionamientos éticos, manteniendo su relevancia sin aferrarse ciegamente al pasado.
En última instancia, la transformación cultural no debe verse como una amenaza, sino como una oportunidad para redefinir y enriquecer nuestras tradiciones de manera que sean coherentes con los valores actuales. La reflexión crítica sobre la tauromaquia, lejos de ser un ataque a la cultura española, podría ser vista como una oportunidad para repensar el lugar de esta práctica en una sociedad que valora cada vez más la empatía y el respeto hacia todos los seres sintientes.
Al final, parece que en todo el mundo hispano, las principales pruebas de la progresiva extinción de la fiesta brava no provienen únicamente de los cuestionamientos éticos y sociales, sino también de la intervención de los propios empresarios y su poder económico. Estos actores, al anteponer sus intereses financieros sobre la preservación de la tradición cultural, han contribuido significativamente a la decadencia de la tauromaquia. En muchos casos, los empresarios han reducido el espectáculo a una mera mercancía, despojándolo de su carga simbólica y ritual, lo que ha contribuido a su desnaturalización. En su búsqueda por maximizar ganancias, han presionado a políticos y grupos de influencia para actuar en función de los intereses inmediatos del capital, relegando a un segundo plano la defensa de la tradición y el respeto por las raíces culturales de la tauromaquia.
Este proceso de mercantilización ha generado una disonancia entre la tauromaquia como patrimonio cultural y su explotación comercial. Mientras que algunos defensores de la corrida de toros argumentan que su valor reside en la historia, el arte y la representación simbólica de la vida y la muerte, los intereses económicos han favorecido la transformación del espectáculo en una industria más preocupada por el beneficio que por la conservación de la esencia de la tradición. Esto no solo ha alienado a un sector de la población que todavía ve valor en la fiesta brava, sino que también ha exacerbado las críticas de aquellos que consideran que la tauromaquia es una práctica cruel y anacrónica.
Además, el impacto de la globalización y la creciente comercialización del entretenimiento han contribuido a la erosión de la tauromaquia. En un mercado global dominado por formas de entretenimiento más accesibles y menos polémicas, la corrida de toros ha sido marginada. En lugar de adaptarse a los cambios sociales y culturales, muchos empresarios han optado por explotar la tradición hasta su agotamiento, lo que ha acelerado su declive. La presión de los grupos financieros y los sectores más poderosos de la industria ha influido en la política, donde en lugar de proteger la tradición, los gobiernos han favorecido a menudo políticas que benefician a los intereses económicos inmediatos.
En este sentido, la intervención del capital en la tauromaquia no solo ha transformado la práctica, sino que también ha contribuido a su desarraigo en una sociedad cada vez más crítica y consciente de las implicaciones éticas de las tradiciones. El resultado es un distanciamiento tanto de los sectores populares como de los defensores de los derechos de los animales, que ven en la tauromaquia no solo una práctica anacrónica, sino también una industria en la que predominan los intereses comerciales por encima de los valores culturales.
Finalmente, el declive de la tauromaquia puede entenderse también como un síntoma del choque entre los valores tradicionales y la lógica del mercado capitalista. La tensión entre mantener una práctica cultural arraigada y la búsqueda incesante de rentabilidad ha llevado a un deterioro de la fiesta brava, no solo en términos económicos, sino también en su significado simbólico y social. En este escenario, la fiesta se encuentra en una encrucijada: continuar su adaptación a las lógicas del mercado, lo que puede acelerar su desaparición, o buscar una renovación auténtica que responda tanto a las demandas éticas contemporáneas como a la preservación de su valor cultural.
Esta relación Savater parece omitir.
Sobre el libro:
Tauroética es un libro que plantea más preguntas que respuestas. Aunque el análisis de Savater es profundo y provocador, su defensa de la tauromaquia parece desconectada de las preocupaciones éticas contemporáneas sobre el trato a los animales. Si bien es cierto que la tauromaquia tiene un valor cultural para muchas personas, en el siglo XXI no podemos ignorar el sufrimiento de los seres sintientes en nombre de la tradición. La obra de Savater es, en última instancia, un recordatorio de que el debate sobre la relación entre los seres humanos y los animales sigue siendo tan complejo como lo ha sido siempre. La pregunta que Tauroética nos deja es si estamos dispuestos a sacrificar la tradición en aras de una ética más inclusiva y compasiva.