De opinión, participación y cosas peores
Hace apenas unos días más de 3 mil migrantes de Honduras, El Salvador y Guatemala, cruzaron mayoritariamente de manera ilegal, la frontera sur de los Estados Unidos Mexicanos. Al unísono miles (si no es que millones) de voces se alzaron en castigadores jueces y agentes de migración facebookeros que se dedicaron a descalificar y condenar el ingreso de seres humanos en un territorio diferente al oriundo. En un afán por demás racista y pendenciero, muchos decidieron olvidar (o ni saben) que la ciudad de Tenochtitlan, meca icónica de la culturalidad mexicana se fundó allá por el 1325 gracias a un proceso migratorio en condiciones proporcionalmente semejantes.
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A casi nadie le importó o se complicó en referenciar las características particulares que obligan estos éxodos. En realidad, sin el más mínimo decoro por atender elementos taxativos, técnicos o sociológicos; en redes y medios se hizo gala de un fascismo rampante y una xenofobia propia de las élites del nacismo en sus mejores épocas. Había casi un hambre por descalificar, por expresar (como mexicanos) que no estábamos de acuerdo y que simplemente se debía considerar nuestra opinión.
Todo mundo alzó la mano y dijo lo que quiso y como quiso, sin importar ninguna talla moral, ideológica o política; aún y cuando de ser cierto un eventual asentamiento de los 3 mil y tantos migrantes en nuestro país, éstos no representan ni el .002% del total de nuestra población nacional.
Con índice de fuego o victimizados, quien opinó, lo hizo en muchos casos, con la pretensión implícita de presionar al gobierno para, al menos, cerrarles el paso o deportar a los viajeros. Tal vez en el supuesto de que nadie les había consultado si querían compartir el territorio de su país con un grupúsculo de extranjeros recién llegados. Y efectivamente nadie preguntó que había que hacerse, tal vez todo mundo supuso que existe un referente legal específico. Al final, los peregrinos pasaron la frontera, ante la impávida mirada de la propia autoridad que, seguramente, también olvidó cómo se derribó el muro de Berlín por estas fechas, la noche del jueves 9 al viernes 10 de noviembre pero de 1989.
Contrastantemente a éste acontecimiento, inició la consulta nacional ciudadana propuesta por el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, para definir el futuro del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAIM). En un intento por entero democrático por considerar la opinión de los ciudadanos, más allá de las consideraciones técnicas necesarias y oportunas del caso, en un afán valorativo amplio e incluyente, que al final de cuentas trata sobre el destino de los recursos que el gobierno dispone para beneficio de los ciudadanos, se realizaron 2 preguntas:
- «Reacondicionar el actual aeropuerto de la Ciudad de México y el de Toluca, y construir dos pistas en la Base Aérea de Santa Lucía».
- «Continuar con la construcción del nuevo aeropuerto en Texcoco y dejar de usar el AICM».
De ambas se puede derivar al menos 2 conclusiones elementales:
- Habrá nuevo aeropuerto independientemente de dónde. Toda vez que quedo fuera la posibilidad de no construirlo (al menos en la consulta).
- El tema de la transportación aérea en este país es prioridad por encima de otros asuntos.
Si lo vemos de esta manera podemos medianamente identificar la magnitud real de la consulta. Es decir, la consulta se hace en un nivel orientativo de futuras decisiones gubernamentales de lo que ya es una consideración previa, léase no se cancela el proyecto, por lo que invariablemente implica que tendremos aeropuerto. Asimismo eliminar la posibilidad de cancelarlo ubica el asunto a una consideración incuestionable. Ello representa llevar la discusión a un punto más estrecho en un sentido y viceversa. Me refiero a que esto recae en la estreches de la viabilidad técnica ante la saturación del aeropuerto actualmente instalado, pero por otra parte, se abre la discusión a la amplitud de las consideraciones no técnicas a las que haya lugar.
Entonces, ¿cuáles son estas otras consideraciones? que bien, a mi parecer merecen muchas otras consultas, al menos:
- El tema ecológico de la CDMX. ¿Qué tanto afectará al biotopo y a la biocenosis la obra, independientemente de su lugar de construcción?
- ¿Se inundará más la ciudad?
- ¿Escaseará el agua?
- ¿Se hundirá más la ciudad?
- ¿Qué otros recursos serán afectados?
- Calidad del aire.
- Volúmenes de energía consumida.
- Disponibilidad del suelo.
- ¿Qué tan obsolescente es el proyecto?
- En el asunto de transparencia gubernamental y el esquema financiero, ¿Revisarán los contratos? ¿Asignarán nuevos proveedores? ¿Licitarán? ¿Sancionarán si comprueban irregularidades?
- En términos sociales, ¿Cómo afecta la zona de su instalación a las personas circunvecinas? ¿Qué tipo de aliciente a corto, mediano o largo plazo, ofrece a quienes invariablemente convivirán con él?
- Económico
- Empleo
- Servicios
Sin embargo nada de esto se consulta. Para bien o para mal algunas de esas cosas rayan aún en los límites de lo exclusivamente reservado a quienes han pasado decenas de años en el estudio. Y es que hay que entender que ni en la más seria de las investigaciones las preguntas son las más pertinentes, o a veces, las más correctas. La realidad siempre nos supera y más cuando hablamos de estudiar para entender personas o conductas.
Peor aún. Muchos de los que han criticado la consulta, ahora se erigen como voces, que en síntesis, se doblegarían incuestionables ante una imposición presidencial según sus propias palabras. Los peores, juegan a la descalificación y al boicot, tratando en el mejor de los casos, de opinar sobre la validez o legalidad de consultar los temas, otros, demostrando toda la talla de su civilidad y capacidad política, se atrevieron a encontrar el error operativo para participar más de una vez, en una pretensión ridícula de oposición protagónica, que más bien huele a las malas mañas aprendidas del pasado.
Y es que aquí resulta relevante detenerse para dar una mirada a la cultura política de México. Es evidente que los ciudadanos en este país aún se caracterizan por la tipología “parroquial” que describieran Almond y Verba en la que “los individuos están vagamente conscientes de la existencia del gobierno central y no se conciben como capacitados para incidir en el desarrollo de la vida política” (Peschard, 2016).
Este elemento es clave. Léase que la lluvia de descalificaciones contra la consulta obedece a la percepción generalizada de que no podemos (o debemos) participar para incidir en las decisiones del gobierno. Esa percepción genera un enorme vacío que se llena con supuestos muy alejados del poder ciudadano que se refleja en acciones de poder ejercido.
Entonces, si la “cultura política de una nación es la distribución particular de patrones de orientación sicológica hacia un conjunto específico de objetos sociales –los propiamente políticos– entre los miembros de dicha nación. Es el sistema político internalizado en creencias, concepciones, sentimientos y evaluaciones por una población, o por la mayoría de ella. […]A diferencia de la actitud política, que también es una variable intermedia entre una opinión (comportamiento verbal) y una conducta (comportamiento activo), y que es una respuesta a una situación dada, la cultura política alude a pautas consolidadas, arraigadas, menos expuestas a coyunturas y movimientos específicos por los que atraviesa regularmente una sociedad.” (Peschard, 2016). Deberemos entender que esas conductas fueron ferozmente alimentadas y arraigadas por las instituciones del régimen PRIANista, que muy a su conveniencia se favorecieron de la existencia de subordinados subyugados a voluntades sexenales que aceptaban dócilmente los designios del gobernante.
Así pues, ésta consulta y las venideras con sus mecanismos legalmente reconocidos (o no) tendrán sentido conjuntamente con nuestro propio desarrollo político, de nuestra amplitud de miras y de las consideraciones democráticas que decidamos ejercer, hasta llegar medianamente a consolidar otras condiciones, ya de cultura política participativa, ya de gobiernos no sólo electos democráticamente, sino que ejerzan el poder con las particularidades propias de un régimen democrático. Por el momento identifiquemos que es más que absurdo juzgar encarnizadamente un evento y pretender que el gobierno resuelva sin más el otro. Finalmente, aún y cuando el triunfo lo obtenga la ubicación propuesta por López Obrador, también tendremos que entender que ese no es propiamente un triunfo para él, sino un avance muy significativo en el que ejercemos la política y la manera en que a partir de ahora somos partícipes de las decisiones. Son evidentes nuestras ansias de participar y señalar, como lo hicimos con los migrantes, sólo que ahora debemos ser lo suficientemente responsables de opinar respecto de nuestros asuntos más relevantes y cargar con sus consecuencias, independientemente de nuestra cercanía con tales tópicos. Así es la democracia en serio. No resulta correcto aventar la piedra y esconder la mano.