Del incesante deshojadero y las grandes historias
A Carmen Luz Casillas
La vida ya no es igual. Quizá alcancemos tiempos mejores pero el duelo al que nos enfrentamos, una y otra vez, requiere de un proceso de reconstrucción, abrumador y doloroso. Perdemos siempre que alguien se va porque la vida con ellos era más enriquecedora. Es como si el tiempo fuera dentro de nosotros un incesante deshojadero. Es desolador, pese a que nos quede el recuerdo intenso del viaje por la vida, o creer que sea cierto aquello de que lo bailado ya nadie lo puede quitar.
Con todo eso, lejos de quedarnos quietos, paralizados por el impacto de esa herida, se nos recomienda como imprescindible ser capaces de llorar, desahogar, recordar, volver a los lugares, recrear este tiempo devorador, reanudar hábitos e integrar todos esos buenos recuerdos mientras nos permitimos abrirnos de nuevo al mundo.
A otros se nos recomienda escribir, aunque, repito, «a veces resulte más doloroso escribir que vivir»
Pero como ahora lo único es seguir. Ojalá podamos llenarnos de alguna misteriosa capacidad para así cargar el tránsito de nuevos contenidos, en cada sucesiva etapa de la vida, en cada lance, como sucede con el arte o la historia, cuando hay verdad.
Tendremos que seguir y todavía buscando perlas en el mar descomunal y sobresaltado de estos tiempos, así a ratos la vida parezca corta y llena de límites invisibles y fronteras infranqueables, podría ser el mejor homenaje a esas ausencias.
Ahora que las cosas son sobrevivir entre esperas y caminos llenos de mosaicos y pedacerías -como alguien decía sobre de “En busca del tiempo perdido”- nos queda también seguir aprendiendo a aprender, a reflexionar sobre nuestros modos de amar, de vivir nuestras creencias o convicciones, las esclavitudes de la comodidad, la monstruosa indiferencia del mundo. Nos quedan también el recuerdo, sus inumerables recreaciones, y las palabras.
En algún ensayo sobre Proust, Félix de Azúa dice que el lenguaje, las palabras, los grandes libros -una vida es un libro- van más allá de la lectura misma, porque, argumenta, pueden llegar a ser, ante lo efímero de la existencia, como una transfusión de sangre, de esas transfusiones de sangre que reviven a un moribundo. Es posible que esa sea, hoy en día, la mejor forma de preparar nuestro cuerpo para la mortalidad, y para seguir en tanto, honrando a vivos y muertos. Algo valioso siempre queda, aunque algo muera en el alma.
* Publicado en El sol del centro, / 08.02.2021