DE LO QUE SE HABLA EN LA UNIVERSIDAD

DE LO QUE SE HABLA EN LA UNIVERSIDAD

En el pasado periodo inter semestral, de entre la oferta de cursos que se ofrece a los profesores en la UAA, me inscribí a uno titulado “Problemas de filosofía contemporánea”. El primer día de clase la maestra preguntó cómo calificaríamos el año anterior. Uno de los asistentes contestó que “de espejo”, esto porque estamos viendo; viviendo, lo que nuestra conducta ha propiciado, las agresiones a la naturaleza en aras de la valorización del capital. Relacionada con la anterior fue la opinión de que fue el año de la fragilidad del mundo global, en que vimos los efectos negativos de una interconexión tan profunda como ha propiciado el afán de ganancia.

Hoy en día vivimos una intensa y profunda globalización, impulsada por un capitalismo voraz y rampante, en la que hemos visto cosas inéditas hasta hace unos cuantos años. Prueba de ello fue que bastaron unas pocas semanas para que el virus se diseminara por todo el planeta. Se creó en China -o surgió ahí, como quiera-, y rápidamente comenzó a distribuirse por todas partes. Lo vimos venir alegremente y, como siempre, sólo actuamos hasta que se hizo patente que no habría frontera, ni border patrol, ni río, ni nada que lo detuviera.

Otra maestra señaló que 2020 fue un lapso de desafío y “mismidad”. Desafío porque en muchos casos debimos adaptarnos a nuevas condiciones, principalmente de encierro, para realizar nuestras actividades cotidianas, aquellas que nos proveen el sustento. Entonces, la adaptación, el reciclaje, no han sido; no son, fáciles. A propósito de esto, otro profesor dijo que vivimos en el borde de la pantalla, de la computadora, del teléfono, de la televisión, y desde alguno de estos aparatos nos enteramos de la marcha del mundo, realizamos nuestras tareas, nos divertimos. Para otras personas el periodo fue, es, desafiante, debido a la pérdida del empleo, e incluso aquellas empresas que sobreviven, deben hacer circo, maroma y teatro para adaptarse. En cuanto a esto de la mismidad –aprendí una nueva palabra-, quien dio esa opinión complementó señalando que se refiere, evidentemente, a “volver a nosotros mismos”.

Este es todo un punto. Cuando le comenté estas cosas a mi dulce compañía, mi esposa, ella dio su propia definición: el 2020 fue el año que estuvimos juntos… Estar con nosotros mismos, estar juntos, en verdad algo insólito, tratándose de familias como la mía, con hijos ya mayores, que buscan su destino por su cuenta y riesgo. ¿Qué es estar con nosotros mismos? ¿Será como estar desnudos y vernos tal cual somos? ¿Y cómo somos? ¿Sabemos hacerlo, estar con nosotros mismos?, o este hecho nos pone de nervios; nos causa horror, de tal manera que terminamos volteando hacia otro lado porque no nos gusta lo que vemos. Y luego está el estar juntos. En principio la idea es sugerente, porque en primera instancia muchos formamos una familia para eso, y tuvimos hijos, pero luego se encuentra uno con casos en que la convivencia de tiempo completo resulta todo un reto, que no todos superan. Prueba de ello es que hace unos días BI noticias reportó que el año pasado hubo más de 13,000 llamadas de auxilio por situaciones de violencia familiar.

Otro participante del cursillo dijo que el anterior fue el año del gran respiro; el planeta descansó de una parte de la contaminación que generamos, aquella que procede de los vehículos automotores, y de una baja del consumo en general, el enorme desperdicio que nos anestesia y ahoga, este vertiginoso úsese y tírese. En este sentido, algunas especies animales regresaron por sus fueros, y fueron vistas en lugares de donde las hemos expulsado, o en las que no se atreven a incursionar por no alternar con sus principales depredadores, es decir, nosotros. Sobre esto recuerdo un cartón en el que aparecía un grupo de personas encerrado en una jaula, y fuera unos animales observándolo.

Por mi parte diría que el año pasado fue el de la charlatanería. Creo que escuché demasiadas tonterías, sobre la enfermedad, su naturaleza, las formas de enfrentarla, de las esotéricas a las pseudocientíficas, pasando por las religiosas-, etc., y para mi desgracia las sigo escuchando. De aquí enuncio una derivación: 2020 fue el año del desamparo. Ante el avance imparable de la enfermedad y de sus efectos, todos sentimos miedo; poco o mucho, y algo debimos hacer, no sólo para afrontar la posibilidad de contagio, sino también para controlar nuestro sentimiento y evitar males mayores. Todos sentimos miedo (bueno, todos no: Trump y López Obrador no) y desamparo, y pareciera que ni todo el poder que hemos desarrollado y acumulado; toda la civilización que hemos creado, fuera insuficiente para capear el temporal. Es como si estuviéramos en una ratonera y nos invadiera la desesperación, la certeza de que no hay para donde correr, donde esconderse de la enfermedad y sus efectos. De nueva cuenta, ahora por obra del Covid-19, el orgullo humano ha sido vapuleado; su soberbia y prepotencia.

En fin. De otras muchas cosas se habló en este curso de filosofía, que no constan en estas líneas. Por ejemplo, reflexionamos sobre la forma en que está organizado nuestro mundo, en el que ya no necesitamos capataces que estén vigilándonos, porque la dinámica actual ha propiciado que seamos nosotros nuestros propios explotadores, en una competencia que frecuentemente es despiadada. Leímos a un autor de nombre Byung-Chul Han, que piensa que vivimos en una sociedad que ha convertido al cuerpo humano en “una máquina de rendimiento cuyo objetivo consiste en el funcionamiento sin alteraciones y en la maximización del rendimiento”. También se habló del ateísmo, que no sé si sea un problema filosófico contemporáneo… Después de todo cada quien su mente, su cultura y su educación, aunque en este tema tengo claro que después de esta pandemia, de todo lo que aprendimos sobre ella –si es que aprendimos algo-, y en general sobre la naturaleza y las cosas que se asocian a ella y sobre nosotros mismos; después de todas las historias de gracia y de desgracia de que hemos sido testigos, o que hemos conocido por terceras personas; después de todo eso, no podemos seguir creyendo de la misma manera, o en las mismas cosas. (Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).

Carlos Reyes Sahagún
Carlos Reyes Sahagún

Profesor investigador del departamento de Historia en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Cronista del municipio de Aguascalientes.

Carlos Reyes Sahagún

Profesor investigador del departamento de Historia en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, Cronista del municipio de Aguascalientes.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Content is protected !!