Del triunfo al triunfalismo
[bctt tweet=»Finalmente, si la sorna o la lisonja verbal que nos produce hilaridad al describir la realidad nos rebasa, ya el entendimiento o la dimensión de nuestra nueva directriz, es menester acopiar humildad y disciplina.» username=»crisolhoy»]
En un gobierno popular no hay lugar para la arrogancia
Si bien es cierto que el pasado domingo 1 de julio de 2018, la mayoría de los electores mexicanos salimos a votar en favor de un gobierno diferente, otros simplemente a su dicho más rupestre, sufragaron sólo por “chingar” la aparente perpetuidad que había mantenido al neoliberalismo como modelo de gobierno desde hacía al menos 35 años. Esta “determinación” fertilizada por un amplio descontento social, entre otros elementos, permitió una indiscutible victoria electoral, que se convirtió en histórica, por su magnitud, su proceso en el tiempo y por el enorme fruto de legitimidad obtenido.
Sin embargo, a una cuantas horas de que el nuevo titular del ejecutivo inicie su responsabilidad al frente de la administración pública federal, es necesario hacer un breve alto para atemperar algunas actitudes que propios y extraños no terminan por diferenciar. Explico.
Quienes siempre hemos por convicción militado a la izquierda del espectro político, valoramos profundamente el triunfo de AMLO en el entendido más amplio de todos los esfuerzos y fracasos acumulados a lo largo de años y años del quehacer y del padecer, desde las triquiñuelas más inverosímiles realizadas por el gobierno en turno, hasta los más burdos fraudes para perpetuar a un grupúsculo en el poder. En ese sentido el triunfo electoral sabe a gloria y huele a la tersura de las más perfumadas flores. El sol de cada día en la calle de nuestro activismo no es más ardor, ni coraje redirigido ante la derrota. Hoy apenas tanto sol se siente como un hermoso bronceado que matiza el color canela de nuestra piel. Así de sutil.
Pero esa imagen apenas es en nuestra conciencia un pequeño motivador ante la abrumadora responsabilidad de llevar a cobo los encargos más complejos y de sacar adelante los problemas, aún en la dificultad más técnica u operativa, ante el principal requerimiento de hacer posible la transformación del país.
Por otro lado andan, como diría Don Cruz, Q.E.P.D., “los que esperan las caiditas”; descritos simplemente como los advenedizos al poder y que les distingue todo, menos su honradez o su vocación de servicio, pues su lugar siempre ha sido de rémoras al acecho de las miserias que el poderoso pueda o quiera otorgarles.
Desafortunadamente entre ambas, también hay un ánimo exacerbado, una ínfula perniciosa que se antoja egolatría y que contagia petulancia. Jóvenes y no tan jóvenes presumen su empoderamiento y su cercanía al poder(o a los nuevos poderosos) asemejando las peores practicas del nepotismo más ramplón.
En la lógica de un gobierno popular y desde abajo, no hay cabida para la arrogancia más allá que la que pueda ofrecer el orgullo de ser intelectual orgánico del pueblo, léase su soldado. Recuperar el lenguaje para dejar de lado los entendidos, aforismos y eufemismos más aberrantes del gobierno neoliberal depredador, resulta indispensable; pues hay que llamarle a las cosas por su nombre teniendo dimensión correcta de lo que las cosas son. Sin embargo, sustituir ese lenguaje por otro emanado de un ambiente matizado por la soez emergida de la opresión no nos hace mejores, ni tampoco nos perfecciona para un encargo público. Adherirnos a la circunstancia no nos hace revolucionarios, a lo más que llega es a confirmar la opresión. Aún y cuando a las “chingaderas” no se les pueda llamar de otra forma, debemos acotarnos en la mesura del control y el manejo adecuado del poder que tenemos o tendremos en las manos. Mucho menos habremos de vanagloriarnos agobiados en una sobreestimación del yo por cualquier circunstancia que nos favorezca. “El lenguaje es un tema cultural: nombra, califica, normativiza y valora objetos y relaciones entre los hombres”. (García Marcos, 1999) Explica puntualmente Francisco García Marcos al referirse a Gramsci.
Si pensamos que el gobierno como espacio público es la posibilidad organizada de superar nuestras carencias individuales desde un ámbito colectivo, entenderemos con facilidad la explicación de Paulo Freire:
[…] “los hombres se humanizan, trabajando juntos para hacer del mundo, cada vez más, la mediación de las conciencias que cobran existencia común en libertad. A los que construyen juntos en el mundo humano compete asumir la responsabilidad de darle dirección. Decir su palabra equivale a asumir conscientemente, como trabajador, la función de sujeto de su historia, en colaboración con los demás trabajadores: el pueblo.” (Freire)
Así pues, el uso del lenguaje de género y sus características como un símbolo adicional de inclusión e igualdad, el respeto a las minorías, así como otros elementos que a la palabra pueden manifestarse, son necesarios en la mente y el uso cotidiano de la comunicación de quienes se asuman responsables por ínfimo que sea su encargo en el nuevo gobierno.
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Finalmente, si la sorna o la lisonja verbal que nos produce hilaridad al describir la realidad nos rebasa, ya el entendimiento o la dimensión de nuestra nueva directriz, es menester acopiar humildad y disciplina, para asumir nuestro exceso en silencio. Pues más que una disculpa, el pueblo al que protestaremos servir, requiere nuestra más alta responsabilidad en aras del perfeccionamiento de nuestro ejercicio transformador. Así con mayor facilidad habrá de distinguirse el águila del gusano.
C.C.P. Francisco Ignacio Taibo Mahojo
Bibliografía
Freire, P. (s.f.). Servicios Koinonía. Recuperado el 29 de 11 de 2018, de http://www.servicioskoinonia.org/biblioteca/general/FreirePedagogiadelOprimido.pdf
García Marcos, F. (1999). Fundamentos críticos de sociolingüística. Madrid: Universidad de Almería.