División
Hoy México vive momentos de división y resentimiento. En un país ya de por sí clasista y conflictuado por su pasado colonial, hoy se exacerban las diferencias entre unos y otros, por cálculo político.
La polarización de la sociedad nunca ha sido buena. Por el contrario, son las coincidencias las que nos han hecho avanzar como Nación. La misma construcción de la República fue un logro. Un gran pacto social alcanzado tras años de lucha y guerra entre facciones armadas.
Sin embargo hoy se azuza, desde el púlpito presidencial, la polarización y la división entre los mexicanos. Los calificativos que emplea el Primer Mandatario todos los días, desde su espacio predilecto (la conferencia mañanera) coinciden en un lugar común. Hoy en el país hay dos tipos de personas: mexicanos buenos y malos, conservadores y a favor de la Transformación, el pueblo y los “fifís”.
Esa peligrosa narrativa, que tiene por objeto desprestigiar a quienes piensan y opinan diferente al régimen, ha generado un ambiente de discordia y resentimiento, del que ni el presidente se ha salvado. Ahí están las escenas de personas increpándolo de manera enérgica en vuelos comerciales o en visitas a diferentes entidades de país. Bien reza el dicho: cosechas lo que siembras.
La polarización de la sociedad no es nueva. El siglo XIX y el siglo XX están repletos de ejemplos. Algunos tan graves que han dejado una huella imborrable en la historia de la humanidad. Ahí están el holocausto o el exterminio de la población Tutsi en Ruanda.
Pero entonces, ¿por qué conociendo lo peligroso de la división social se acude a ésta sin el menor recato?, me parece que la imposición de una ideología es una primera aproximación.
Hoy en nuestro país se ha querido sembrar una disyuntiva irreductible: o se está con la transformación o se está en contra. No hay medias tintas. Incluso el titular del Ejecutivo lo ha dicho así de tajante.
Bajo está lógica la mediación entre actores políticos se hace más compleja y la estigmatización de los movimientos sociales que no coinciden con las formas del o los gobiernos, se vuelve una constante. Ahí está el linchamiento de todo aquel que se atreve a manifestar sus ideas: feministas, madres de desaparecidos, defensores de la selva maya, etcétera.
El más reciente desencuentro del poder es con los defensores del INE. La razón: la reforma electoral planteada por el Presidente y los ciudadanos que la consideran una jugada para controlar al árbitro electoral. Ante la marcha de la defensa, viene ahora la marcha pro reforma, impulsada desde el gobierno.
Continúan la división y las diferencias. El Primer Mandatario quiere todo o nada, pero sabe que en la arena pública y ante el clamor popular, tiene la ventaja de gozar con una aprobación superior al cincuenta por ciento.
Es triste ver que en México, ante la pluralidad de ideas y frente al crisol de realidades, hoy todo se defina a ese simple silogismo, al que me he referido.