El aplomo que da el cinismo 2/2
No está por demás reiterar la advertencia de que todos los comentarios contenidos en este artículo no se corresponden con la situación de este país o cualquier otro. Son una entelequia. Son el producto de la torva imaginación acerca de un país que no existe, de una caricatura de república tropical, de una distopía. Cualquier semejanza con la realidad es inverosímil.
En todos los Estados (repúblicas o monarquías, dijo Maquiavelo] cada gobierno magnifica sus aciertos, trata de justificar ante la opinión pública los desatinos o, al menos, explicar razonablemente causas y razones. Igualmente, para ello montan un aparato propagandístico e ideológico a fin de persuadir, pero a la vez, asumen la responsabilidad de responder de sus actos y omisiones. A fin de asegurar que eso suceda e impedir excesos y corrupción, los Estados constitucionales han creado un sistema de equilibrios de poder, así como procedimientos e instancias para proceder cuando se cometen delitos en el ejercicio del gobierno. Eso, claro, en los países donde la ley sí es la ley, a la cual se somete todo gobernante y servidor público. Todo ello, en teoría, en la inteligencia de que hay clases dominantes y cúpulas políticas que frenan el poder popular.
En el siglo pasado dividían el mundo en países desarrollados y subdesarrollados. O democráticos, autoritarios o dictatoriales. Hubo versiones de democracia, desde la liberal a la social y hasta “democracia dirigida”. Ésta se recicla, al parecer, en una modalidad contemporánea. Democracia de cuarta, contrahecha y deforme. Lo que fue drama hoy en día es comedia.
Circula en Facebook un proverbio turco: “Cuando un payaso se muda a un palacio, no se convierte en rey. El palacio se convierte en un circo”. Lo cual pone a prueba a las autocracias, los países de nunca-jamás, donde logra imponerse un palurdo gobierno de caricatura, y así el circo, la maroma y la carpa de arrabal obnubilan la percepción del ciudadano común, a quien, por ahora al menos, queda la opción del juego de la simulación de hacer que cree y el dueño del circo también hace como que cree que la gente cree, y a poco se montan fingimientos y dobleces que no pueden desembocar sino en cómico drama. No son inocentes palomitas que se dejan engañar, sino ciudadanos maliciosos que observa, juzgan y sacan sus propias conclusiones.
Asimismo, destaca la postura de rechazar la mentira y la ficción, exigir resultados y transparencia en la agenda y la obra pública. Forcejeo que puede culminar en la irritación cívica que se ostenta en marchas, plantones o la resistencia civil, no necesariamente de forma subversiva, sino en la aparente pasividad de tolerar al mal gobierno, hacer las cuentas de sumas y restas a fin de, en las democracias reales, con el sufragio “castigar” al gobernante que fracasó y engaño, y conferir el mandato a quien suponen merece confianza.
Si esto no funciona porque falla la democracia real y se abre el riesgo de la manipulación electoral, las condiciones están abiertas a la rebeldía. Para evitar eso, existe la represión física, psicológica y moral. En las repúblicas distópicas para eso están las “fuerzas del orden”, tanto las legales como las criminales que no operan en la clandestinidad. A veces, encubiertas, otras abiertamente con el aplomo que da el cinismo del cómplice amasiato de unas y otras.
No obstante, la opción electoral es tentadora y permite dar cobertura de legitimidad a quienes, habiendo accedido al poder público mediante el sufragio popular, se convierten en espurios porque violentan el orden institucional, la legalidad y la moral pública. Recurren a maniobras distractoras para desviar la atención de la violencia, la inseguridad y a corrupción. Es el tránsito de la ridícula promesa de Dinamarca a la realidad trágica del narcogobierno, como le llaman en las benditas redes sociales.
En El Financiero (22-3-2024), una articulista destaca que en esa nación que no existe son “particularmente importantes en este momento las acusaciones de que no hay equidad en la contienda, se estaría violando la legislación electoral” [en los gobiernos autoritarios “se obedece, pero no se cumple”, o se buscan planes alternativos de aplicación B o C o D, según el caso], “usando recursos del gobierno o las acusaciones de injerencia del narcotráfico podrían afectar los resultados y las decisiones de las autoridades electorales”.
En esa república distópica, según la maledicencia de los conservadores aspiracionistas, no es menor la abierta intromisión de bandas criminales en las elecciones. Existe evidencia periodística. ¿Cómplices?, ¿socios? ¿correligionarios?, que han sido alentados (¿a valores entendidos?) por los abrazos y la inacción policiaco-militar que les ha constituido en poder paralelo a ese Estado imposible, ya que controlan alrededor del 60 % del territorio nacional, según han consignado los mandos político-militares de otras potencias.
Todo parece indicar que esa quimérica pesadilla podría continuar corregida y aumentada. Simplemente regístrese el asesinato o la “desaparición” o la “renuncia” de más de medio centenar de candidatos de otros partidos e incluso del partido oficial (es decir, la mafia tropical que sustituyó a “la mafia del poder”) que no fueron del agrado o de los criminales o del capo mayor. De 2018 a 2023, fueron asesinados 105 candidatos, precandidatos y ex candidatos. En 2024 suman 33 homicidios. (Datos de medios informativos, El Financiero, El País, Aristegui Noticias, Infobae, Forbes, NYT, El Universal). Empero, lo asentado en este y el anterior párrafo, no son sino falsedades de los pasquines inmundos que se atreven a dudar de la “honestidad valiente”, según alardea con impúdica mitomanía en el sermón de cada marranera el “héroe con matraca y alegoría de paja”.
Sin duda, corruptus in extremis (*).
(*) Lema del afamado Alcalde Diamante, que maliciosamente indica el contraste entre el nombre (Diamante, esto es, límpido y transparente) y la verdadera personalidad del hombre: corrupto y cínico.