El Culiacanazo

El Culiacanazo

[bctt tweet=»Es por mucho, el resultado de las imprecisiones evidentes de un cúmulo de voluntades que derivaron en un intento fallido por colgarse una medalla» username=»crisolhoy»]

Luego de varios días en los que la crítica exacerbada, irreflexiva e intolerante pasó al chascarrillo del meme, supongo que la euforia del Culiacanazo va en detrimento, lo que permite observar detalles sin las imprecisiones viscerales propias del momento.

Este evento confirma lo que a propios y extraños hemos dicho desde hace ya algún tiempo. Nadie le dice que no al presidente, pero peor aún, hay una red de inmundos (por decir lo menos) que pretende que gobernar sea el resultado de tamizar las decisiones de Estado bajo el filtro de la mezquindad de sus intereses personales, usando como catalizador su falta de profesionalismo.

Y afirmamos que es una red, porque evidentemente no es cosa de una sola persona. Es por mucho, el resultado de las imprecisiones evidentes de un cúmulo de voluntades que derivaron en un intento fallido por colgarse una medalla, en un momento y una circunstancia que para algunos, se gesta a una baja velocidad que no empata con sus creencias y aspiraciones.

La renuncia de Romero Deschamps, las investigaciones que había emprendido la SFP, la detención de Rosario Robles, entre otros importantes hechos, se habían consumado en las semanas previas al infierno de violencia en Culiacán Rosales, destacando áreas y dependencias que así demostraban trabajo y efectividad en sus funciones.

Sin embargo, seguía en el tintero la consolidación de la guardia nacional y el cuestionado papel del ejército en tareas de seguridad, tópicos que no han sido bien recibidos o no han sido reconocidos en su justa dimensión por afines, mucho menos por la oposición, a pesar del trabajo anti “huachicol” u otras tareas relacionadas con el combate a la delincuencia organizada. Por ello era una oportunidad “necesaria” que ocurriera algo particularmente llamativo que abriera la puerta al reconocimiento en estas áreas.

Por otro lado, era evidente que tarde o temprano, los brazos operativos del narco que penetraron y se extendieron en alguna medida dentro de las fuerzas armadas comprometerían abiertamente partes sensibles de la línea de mando, ahora que luego del cambio de sexenio, la tolerancia a la corrupción se redujo notablemente. Es decir, más pronto que tarde, las decisiones del mando se verían comprometidas o disminuidas por los narco vínculos heredados a esta administración y que no han sido capaces de erradicar.

Ante estas circunstancias es claro que alguien le ganó la urgencia por figurar, al menos, alguien que no lo ha hecho hasta ahora a todo el esplendor que puede “merecer”, o bien, como en otras ocasiones, las falta de elementos técnicos permitió el pase de una decisión de una envergadura mayor que la racionalidad para soportarla.

Adicionalmente, la aparente intromisión de la DEA, las labores de inteligencia que no se evaluaron adecuadamente, la falta de elementos legales, la planeación que no ofrece respuestas en un escenario de alto riesgo, la disponibilidad de personal operativo adicional innocuo a los narco beneficios, meterse a la boca del lobo, la falta de reacciones inmediatas, entre otros factores, confeccionaron el desastre de lo que simplemente pudo ser un error táctico.

Muchas voces de inmediato reaccionaron en la lógica del “deber” de Estado, pretendiendo exacerbar la legitimidad que el pueblo le otorgó al presidente para justificar el uso de la fuerza y que por meses se han dedicado a criticar, en un discurso doblemoralino e hipócrita, que raya en la perversión de las más elementales formas políticas, exigiendo que retuvieran al capo a toda costa.

Para sorpresa de todos (me incluyo) el presidente declaró avalar lo contrario. La justificación, evitar un derramamiento mayúsculo de sangre inocente. Rápidamente surgieron los que sin proporción juzgaron la acción. Por la noche ese mismo día, puse particular atención en los videos que mostraban el narcodesfile de festejo en Culiacán. En un caso conté más de 50 camionetas y en otro poco más de 40. Al menos un ejército criminal que sin problema rebasaba los 200 efectivos. Léase una compañía militar completa al menos, más todos los refuerzos de los cárteles que llegaron a apoyar. En suma, una fuerza equipada con vehículos y armamento indefinido dispuestos a lo que sea. Un enfrentamiento en esas condiciones sería un matadero. En ninguna otra ocasión otro grupo criminal había contraatacado amenazando directamente a civiles al azar. Al menos una decena de soldados sufrió heridas de diferente índole y uno falleció. Las bajas del narco fueron numerosas aunque no fueron contabilizadas, pero las de civiles fueron 8 y 16 más resultaron con diversas heridas durante al menos 14 enfrentamientos con armas de fuego, en diferentes puntos de la ciudad. Era obvio que de seguir o incrementar la potencia de fuego, las muertes incrementarían exponencialmente.

Por otra parte, si bien es cierto que siendo el presidente más votado de la historia en México, AMLO podía presumir un músculo sin el mayor problema utilizando el ejército a fin de escamotear al crimen organizado tanto como se le diera la gana. Incluso atendiendo algunas voces de “izquierda” que clamaban en ese sentido; también es cierto que el presidente se decantó por la vía pacífica en una postura más que personal, ahora convertida en histórica, asumiendo que es parte de la responsabilidad de un dirigente salvaguardar la vida de los compañeros.

El tema no es nuevo. En 2006 escuche a jóvenes y viejos por igual estar dispuestos a transformar el ¡voto por voto, casilla por casilla! En un movimiento armado para tomar el poder a la fuerza. Entonces recuerdo un viejo que venía con otros desde Guerrero a la concentración, con un aspecto de agotamiento y desaliño, enfundado en sus huaraches y ropa de manta que le ataviaban debajo de un sombrero roto, gritaba:

-¡A sus órdenes comandante Andrés!, usted es nuestro presidente, el de los de abajo, el de los que no tenemos nada, de los que no nos queda nada, usted disponga que la vida ya no es nada sin luchar.

López Obrador se negó entonces a bañar a México en sangre aun teniendo una plaza llena con más de 500 mil personas y muchos millones de corazones en todo el país. Transformó la rabia y la frustración de muchos posibles combatientes en el plantón de la avenida Reforma en la hoy CDMX. Estigma que lo persiguió en boca del PRIANISMO desde entonces y que evidentemente postergó por 2 sexenios su acceso a la presidencia. Así también decidió esta vez. Lo hizo aún y cuando tenía las manos llenas de poder para ordenar aviones, helicópteros, tanques y todo un personal militar en su mayoría leal a la patria. Lo hizo porque no es lo mismo hablar de los caídos que padecer su ausencia.

Lo hizo para zanjar una inconsistencia que terminó en una estupidez, lo hizo porque es el tipo de decisiones que él no tomaría. Y en el caso de que así fuera es porque el equipo y el secretariado fallaron en la articulación de la información que debió respaldar algo tan delicado. Es obvio que ni él ni nadie saldría bien librado de una situación así. El peso político de esa reversa lo cargará el resto del sexenio o tanto cuanto la oposición se lo aviente a la cara para apuntalar otros dichos. Sin embargo, hoy podemos tener un presidente bajo el signo o calificativos peyorativos que se quieran, pero no cabrá en ellos el de asesino. Apechugar los errores de un equipo es una virtud que merece respeto y que sólo los estadistas saben demostrar. Sólo queda el atemperamiento de los egos y extirpar a quienes su desempeño no resulta paralelo con la dimensión de los requerimientos de la 4T, puesto que al final de cuantas más allá de la política está es estado de derecho.

Manuel González

Politólogo egresado de la UAA. Maestría en Análisis y Visualización de Datos Masivos por la Universidad Internacional de la Rioja

Manuel González

Politólogo egresado de la UAA. Maestría en Análisis y Visualización de Datos Masivos por la Universidad Internacional de la Rioja

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