ELEGÍA POR LA MUERTE DE GUSTAVO ARTURO DE ALBA
Decía la semana pasada que los malquerientes de Gustavo (¿pero habría alguien que realmente no lo quisiera?) argumentaban que Crisol, su creación, era en realidad Prisol, esto porque en la revista abundaba la publicidad gubernamental. ¿Y qué esperaban? En el contexto de una sociedad en la que brilla por su ausencia una cultura revistera; una sociedad cuyos miembros no tienen la costumbre, la práctica de adquirir este tipo de productos, no había otra opción para producirla. Era eso o el silencio. De esta forma, al lado de un mensaje del gobernador aparecía otro de Felipe Reyes Romo sobre el artista plástico Miguel Romo González; uno del entonces Secretario de Gobernación, Fernando Gutiérrez Barrios sobre quien sabe qué asunto y otro de Luciano Ramírez Hurtado sobre la Convención de Aguascalientes; uno del Secretario de Hacienda Pedro Aspe Armella y otro del poeta Juan Pablo de Ávila, y así. No había engaño posible, y, sabiendo más o menos de qué iba todo, uno podía pasar de largo por el texto de Gutiérrez Barrios y concentrarse en el de Luciano.
Recuerdo que, aunado a lo anterior, llegué a escuchar que Gustavo era el “periodista favorito del régimen”, cualquier cosa que esto significara, dicho esto en referencia a los años finales de la administración del ingeniero Barberena Vega (1986-92) y el sexenio del abogado Otto Granados Roldán (1992-98), sus relaciones con estos Ejecutivos, pero no había tal, y prueba de ello es la austeridad con la que vivió, distante de cualquier ostentación. En realidad, y en contra de lo que se anunciaba en la portada, de su supuesta periodicidad mensual, Crisol salía cada vez que se podía; cada vez que completaba para cocinarla en la imprenta.
En este sentido, recuerdo acaloradas discusiones en torno a esta situación, a propósito de la diferencia entre vender publicidad, que era lo que él hacía, y vender palabras y/o silencios; elogios o denostaciones.
Nunca han faltado en Aguascalientes las publicaciones periódicas; las revistas, pero, con todo respeto, hay niveles, y en los años noventa del siglo anterior, cuando surgió Crisol, es preciso considerar también a Tiempo de Aguascalientes, que generaron Armando Alonso y Clara Müller y Agseso, la revista digital que producían Germán Castro Ibarra y Norma Orduña, que por cierto publicó el indeseado y esperado, temido y temible, Ahuizote universitario (¿ahuizote en honor del periódico de oposición durante el porfiriato, o porque constituía un azote para quienes eran objeto de atención de su autor, o autora? ¿Quién lo escribió?)
También es digno de destacarse el hecho de que antes de que se normalizara la discusión pública de los asuntos públicos entre personajes que representaran visiones ideológicas opuestas; antes de que existieran en los medios espacios de discusión pública hoy consagrados, Gustavo promovió la polémica, la reflexión inteligente.
Es una pena que se haya ido. Ya sé que no tiene sentido decir esto, porque en primera instancia eso es lo único seguro que hay en la vida: irnos, desaparecer. Nacer y morir son los actos más comunes pero señora, señor: con Gustavo me quedo con la sensación de que nunca platiqué con él lo suficiente, nunca lo vi el tiempo suficiente, y ahora no tiene remedio, esto aparte del vacío que dejó -¡y vaya que estaba grandote!-. Para mi desgracia hacía mucho tiempo que no lo veía, en parte por coronavíricas razones, pero nos manteníamos en contacto vía WhatsApp.
Un día del año perdido escribí sobre la corrida en la que toreó en la San Marcos Manuel Rodríguez, Manolete, en febrero de 1947. Recibí una felicitación de Ángeles, La china Aguilera. Supongo que el artículo tenía continuación, porque algo me escribió la China, a lo que contesté: “a ver qué sale”. Gustavo me recriminó, e hizo gala de su ilustración. Me escribió lo siguiente: “debiste contestarle con más salero taurino a la China Aguilera. En lugar de “a ver qué sale”, lo taurino hubiera sido: se hará lo que se pueda, quizá la más taurina de las frases. Una vez, Valle-Inclán se acercó a un torero que era muy bueno y le dijo: ‘A ti sólo te falta que te mate un toro’. Y el torero contestó: ‘Se hará lo que se pueda, don Ramón’. El torero era Juan Belmonte, y no lo mató un toro: se suicidó de un disparo, en 1962, cuando tenía 69 años. Aunque según la leyenda no fue una frase original de Belmonte y se considera que uno de sus biógrafos la usó para adornar su historia y que en rigor fue de otro torero”.
Muchas cosas más podrían decirse sobre Gustavo, pero por mi parte termino; ya termino. Me gustaría concluir afirmando que con su muerte se apagó una luz brillante, pero nunca deslumbrante; una luz valiosa, inteligente, cálida… No lo haré porque de seguro me contestaría: no sea mamuco, señor.
Pero sí, se apagó una luz valiosa, y ni modo: no queda otra que apechugar. Gustavo hizo con la vida lo que se pudo…(Felicitaciones, ampliaciones para esta columna, sugerencias y hasta quejas, diríjalas a carlos.cronista.aguascalientes@gmail.com).