Enormes Maquinarias de Sueños o, del Esplendor en la Hierba
A Gustavo Arturo de Alba
[bctt tweet=»… algún día comprenderá que a veces duele más escribir que vivir.» username=»crisolhoy»]
Ahora que me pongo a escribir este texto me viene a la memoria entre este remolino de recuerdos, aquella tarde en que me dedicó este libro de poemas, “La hora y el sitio”, de Guillermo Fernández. Vi como llenaba esa primera página en blanco con aquellla dedicatoria: “Para Armando, que algún día comprenderá que a veces duele más escribir que vivir”. Y en esas me veo ahora,
No puedo pasar por la Plaza de Armas sin recordar los andares a través de la calle Juan de Motoro donde se alzaban esa enormes maqiuinarias de sueños que eran los cines, El Colonial y el Plaza, o andar por la calle Madero sin evocar los jueves del Cine Encanto. Las horas del café en el Fausto con Desiderio Macías, Víctor Sandoval, Salvador Gallardo Dávalos y Salvador Gallardo Topete, Jesús Eduardo Martín, Oswaldo Barra, Diaz de la Garza, Juan Castaings, y tantos otros amigos, algunos todavía en estos andenes y muchos otros que se han subido a trenes sin retorno.
Escribo como ya tantos lo han dicho, con una mezcla de dolor y alegría, pero cómo no volver a evocar a «Don Gus y la vocación de lanzar avioncitos de papel», esa maravillosa vivencia de ir por las calles lanzando desde el automovil los programa del cine de ese día, tal como lo ha recordado uno de sus amigos; esa secuencia sacada de una estampa jubilar del cine de Tornatore, de Scorsese o quizá de Visconti, de Usted mismo como actor principal.
Esta vida que parece breve cuando comienza a cerrase el telón, ha sido en realidad un camino de larga memoria, y eso somos, según dijo un poeta, memoria y deseo, confundidos entre la sustancia del tiempo de que estamos hechos, Le deseo que de alguna manera la función nunca acabe, y que lo que el viento se ha llevado el viento vuelva a renuir, así sea solo en el imaginario, en los recuerdos del corazón.
Hoy amaneció la ciudad con un remolino casi imperceptible apenas las las luces de la mañana crecían otra vez sobre la noche. Sobre las piedras de agua y de fuego de esta ciudad en la que hemos marcado más de un rasguño en el recorrido.
Erase un esplendor en la hierba, un olor de pasto creciendo, unos jinetes sobre el polvo del mundo, una pareja besándose en un balcón, alguien cantando bajo la lluvia, un río bravo y un remanso para tomar la barca y atravesarlo. Vayan estas líneas, como un sencillo homenaje, con mi gratiutd, mi reconocimiento y todas mis fraternidades. Le he dado también otra moneda al noble Caronte.
Publicado en “El sol del centro” 08.01.2021