ENTRE LA AUTODETERMINACIÓN Y LA INTERVENCIÓN
Al tiempo de pergeñar estas líneas son las once de la noche pasaditas en Venezuela, los conatos de enfrentamientos se han convertido en la violencia franca. Los pequeños actos de violentos de antier, quema de carteles, tirar esculturas, se apaciguaron con las impresionantes marchas multitudinarias del día de hoy, dos al menos en Caracas con cientos de miles de participantes. El señor (in) Maduro que se proclama como paráclito de su pueblo, pueblo de Cristo y que invoca a la Santísima Trinidad para preservar la armonía, el amor y la convivencia pacífica de los venezolanos, se cansó de aparentar y ante la desesperación resultante de las enormes manifestaciones y de la exhibición inesperarada de las actas de escrutinio que prueban indudablemente el fraude cometido por el gobierno en las elecciones del pasado domingo, empezó a quemar sus últimas cartas. El ejercicio de la violencia y del autoritarismo. Acusó a la oposición de iniciar un golpe de estado y dio inicio la represión, deteniendo ilegalmente a líderes, veedores y participantes en las urnas y anunció la orden de detención para María Corina Machado, líder de la oposición. Los enfrentamientos armados se suceden y al mediodía ya se hablaba de seis muertos y centenares de heridos. En vez de mostrar las actas del escrutinio como exigen la oposición y los observadores y organismos internacionales, volvió a mostrar su naturaleza dictatorial y su apego al poder y a la riqueza que se niega a dejar no obstante la voluntad mayoritaria del pueblo venezolano, harto de la pobreza, de la escasez, de las medidas autoritarias y que ha propiciado el éxodo de varios millones de venezolanos.
Seguramente no es fácil renunciar a la posición de privilegio que ha detentado por alrededor de quince años, gobernando un pueblo esperanzado al que terminó de agotarle la paciencia, que ante las carencias y falta de libertad, perdió el miedo y salió a la calle. Maduro tuvo la oportunidad de negociar una salida digna como se le ofreció pero, atrapado en sus compromisos con mafias internacionales y con regímenes semejantes, déspotas y autoritarios, dictaduras casi todas, se sobrepone al miedo y como rata acorralada hace sus últimos esfuerzos por conservar el poder a cualquier precio. Maduro está acabado, podrá aplastar la protesta, podrá encarcelar a la líder, podrá desafiar las represalias internacionales, podrá, en fin, acallar las voces libertarias pero ya no podrá gobernar un pueblo que despertó de un letargo de veinticinco años. Sus días están contados, lamentablemente todavía podrá hacer mucho daño.
Mientras ese ciclo parece cerrarse en Venezuela, en nuestro país se inicia un segundo capítulo de un ciclo autoritario y déspota en que renace un presidencialismo sin controles, que se pretende encubrir con una declaración de republicanismo. La desaparición de los órganos de control y el embate contra el Poder Judicial Federal, si logra concretarse, dejará al poder ejecutivo con una autoridad sin límites, como no se había visto desde Lázaro Cárdenas. Pero, en fin, como reza el dicho: Nadie experimenta en país ajeno.
Los discursos lacrimosos y con tintes de sermón de cura ramplón ya no funcionaron y, lamentablemente parece ser, a estas horas de la noche que el dictador eligió pisotear, masacrar a su pueblo con la cantaleta muy conocida de defenderlo de la derecha voraz, etc., etc..
Juega en contra del dictador la publicidad que a través de los sistemas de comunicación de internet han mostrado ininterrumpidamente el proceso electoral, el desarrollo de las elecciones, en que el pueblo se volcó a votar ordenada, entusiasta y esperanzadamente, para decir adios a la dictadura. A los que hemos seguido las transmisiones en vivo que han realizado verdaderos héroes de la democracia, enlazándose con canales y sitios internacionales, con redes particulares y con el apoyo de muchos partidarios de la libertad. Un sólo canal de You Tube, No brake, logró en sólo dos días poco menos de un millón de suscriptores que seguimos con interés el proceso venezolano. No hay discurso, no hay perorata ni prevalece que pueda prevalecer frente a las imágenes y a las voces del pueblo convencido. La declaratoria de los rectores electorales que dan el triunfo al sátrapa, se desdibuja ante la exhibición de las imágenes de las actas. La denuncia del tirano de la preparación de un golpe de estado en su contra se estrella contra la evidencia trasmitida a todo el mundo de los cientos de miles de manifestantes a lo largo de toda Venezuela, que suscitaron, eso sí, la desesperación y respuesta desmedida de las “fuerzas armadas bolivarianas” y de una guardia nacional, que es parte del ejército, sí, igual que pretenden el Peje y la Calca.
La comunidad internacional democrática, los países republicanos de América y la OEA, han cuestionado el proceso, condenado el ocultamiento de las actas, exigido la transparencia y por respuesta han tenido el rompimiento de relaciones, la expulsión de sus representantes diplomáticos y la condena de Maduro por sumarse al complot contra su gobierno.
México ha proclamado, aunque no siempre ha seguido, la Doctina Estrada, en que se reconoce el derecho de los pueblos a autodeterminarse y la no intervención de otros países. Sin embargo, el mundo está siguiendo un proceso de globalización en que se ha creado, para bien, un derecho supranacional. Hay tribunales internacionales como el de la Haya en materia de tratados internacionales o la Corte Penal Internacional, merece la pena recordar como en España se juzgó al dictador Pinochet. ¿Quizás sea tiempo ya de fortalecer el derecho supranacional para evitar que un dictador como Maduro, se burle de la voluntad de su pueblo expresada mayoritaria y objetivamente y lo reprima de forma violenta?.
Las pruebas están a la vista, el mundo entero ha podido ser testigo, los derechos fundamentales se han violentado y no debería quedar impune. Los organismos internacionales carecen de mecanismos de coerción que puedan cumplir un papel efectivo en las relaciones internacionales, menos aún en los procesos internos, pero ante violaciones evidentes la comunidad internacional no puede, no debe permanecer silenciosa e inactiva.
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