Estos días largos y grises
«Sustancia es lo que ha sido puesto a prueba». Walter Bejamin.
A propósito de estas melancolías desde donde a veces contempla uno estos paisajes de niebla y lluvia pertinaz, he vuelto a cerciorarme de algo que hace tiempo leí en un excelente artículo donde se hablaba justo de que quien acepta los días tristes o la tristeza misma, puede crecer en serenidad, en la capacidad de entender claroscuros y lo transitorio de las emociones.
No deben venir mal, cuando así se toman, esas tristezas que deambulan en estos días grises y largos, hijos del equinoccio en retirada y los vendavales de un inusual septiembre en estos páramos. A final de cuentas, combatir lo que se siente es las más de las veces imposible, aunque engañarse es fácil.
Es algo como lo que decía la gran Marie Curie cuando hablaba acerca de que dejamos de temer aquello que hemos aprendido a entender. Por eso no me ha caído mal para nada esta melancolía que me viene de entre veranos, otoños y entre estos días de borrascas y recuerdos de quienes se han ido. Es la emoción que acompaña los días en los que es difícil enfrentar las responsabilidades, el tedio de la vida profesional, las contradicciones y dificultades que surgen, sobre todo, en relaciones cercanas e importantes.
Recuerdo además que he aprendido a ver como se preocupan más las personas que evitan la tristeza que aquellas que pueden tolerarla. Quienes se empeñan en estar siempre bien asocian lo triste con aniquilamiento y rara vez piden ayuda. Preocupados por aparentar fortaleza y optimismo frente a los demás, no se perdonan ninguna debilidad y podrían ser las primeras víctimas de enfermedades psicosomáticas o de aquellas en las que el manejo deficiente de la vida sentimental es una variable.
Acerca de toda esa narrativa de la tristeza, ya muchos filósofos, pensadores de calado hondo, poetas, científicos y escritores han opinado que es probable que, en parte, la connotación negativa de la tristeza y de la melancolía haya surgido de las definiciones de Freud, que distingue entre duelo y melancolía, entendiendo a esta última como un estado de duelo patológico, en el que la persona no puede seguir adelante con su vida tras una pérdida.
Quienes apelan a otra definición menos estricta de las palabras del creador del psicoanálisis, describen la vida psíquica con otros matices. Como el caso del filósofo, crítico literario, poeta, traductor y ensayista alemán Walter Benjamin, quien retó la idea freudiana y entendió la melancolía no como enfermedad, sino como una emoción y una forma de estar en el mundo.
Esta idea de la dialéctica inherente a la melancolía, de acuerdo a quienes se han acercado con mayor rigor al tema, es el factor explicativo que permite comprender más adecuadamente su lento desarrollo y conformación, su asimilación de múltiples corrientes de pensamiento tanto en filosofía, como en teología, astrología y medicina, y en última instancia, su potencialidad para formar parte de un “potente método de análisis cultural” como se refirió Gerhard Richter del propio Benjamin.
Luego de siglos, nada quedó de aquellas ideas plasmadas por la gran mayoría de los escritores fanáticos de la astrología que hacia el final de la Edad Media y durante el Renacimiento consideraron que la melancolía tenía una relación especial con el planeta Saturno, en el sentido de que éste era la causa de aquella. Al melancólico se lo consideraba, como algunos lo han señalado, un hijo de Saturno. Y habría mucha tela para cortar, desde Platón a nuestro Bartra o desde la escolástica, el barroco o el romanticismo hasta Benjamin, de Durero a Baudelaire y de ahí hasta Marx, por entre la bruma y la luz de muchos otros filósofos y todos los siglos contables.
La idea de la que se parte y que ahora importa será que Benjamin retoma el motivo renacentista/Barroco del saber melancólico y le da una impronta propia, materialista y crítica, en torno a la tarea del salvataje alegórico de los fenómenos, que implica una restauración imperfecta y fragmentaria del sentido, como un mosaico, como han dicho los grandes que han profundizado en este tema inherente a la vida humana.
Yo me la tomo como decía al principio, en que aceptar la tristeza y vivirla formaría entonces un paso trascendente; crecer en serenidad, en capacidad de entender claroscuros y lo transitorio de las emociones, es algo demasiado valioso en todo tránsito existencial, parte sustantiva de un proceso dialéctico, sobre todo en estos tiempos pandémicos que han venido a quitar las ultimas vendas que le podrían quedar a un mundo como el nuestro, devorador y decaído.
Amanece oscuro a veces y quizá habría que desdramatizarlo. Se dice hasta el cansancio que uno de los primeros pasos para el autoconocimiento es aceptar todos los sentimientos. Se vive poco, se practica casi nada. La tristeza, la melancolía, el gris, son impopulares. Parece que aceptar la tristeza es una derrota, cuando a veces es el único sentimiento que hace sentido.