Hacia dónde vamos
Con el resultado electoral del pasado 2 de junio se abre un nuevo panorama político y económico en México. Morena se ha convertido en el partido dominante (como lo fue el PRI durante muchas décadas) y en el ambiente ronda un aire de incertidumbre, sobre los excesos en los que podría caer la próxima administración (y sus legisladores) con la concentración de poder que se avizora. La forma en que se planteen y procesen las dieciocho reformas que forman parte del famoso Plan C, será determinante para lo anterior.
Ahora bien, en la parte económica también existe cierto nerviosismo, aunque parece ser momentáneo. Lo cierto es que, tras un sexenio en el que el promedio de crecimiento económico no superó ni siquiera el 1.5% (el más bajo en los últimos 20 años), los mexicanos parecen estar contentos (o al menos conformes) con su situación financiera. Sin embargo, entre los grandes inversionistas sí parece haber escepticismo sobre la forma en que Sheinbaum gobernará, sobre todo por el respaldo del Congreso, que le permitirá hacer cambios constitucionales con la mano en la cintura.
Lo cierto es que, bajo ningún supuesto, la acumulación de poder y la extinción de contrapesos se traduce en automático en gobernabilidad y estabilidad económica. Los setenta años del PRI acompañados de eventos como la matanza del 68, la deuda externa en 1982, el levantamiento armado en Chiapas y la devaluación del peso en 1994; son solo algunos ejemplos del supuesto anterior.
Ahora bien, sí hablamos de la oposición, no sólo se extinguido un proyecto real con el cual se identifiquen las y los mexicanos; lo que parece haberse agotado, más bien, es un modelo político y partidista que no cuenta con el respaldo ciudadano. Lo de Morena se puede entender como un voto masivo por la continuidad de un régimen, que si bien arrastra graves males como la violencia y/o la precariedad en el sistema público de salud; es mejor porque al menos «combate» la pobreza, la desigualdad y los privilegios de la clase política.
Para el grueso de la población y así lo deja ver el voto mayoritario hacia la candidatura de Sheinbaum; el PAN, el PRI o el PRD, han dejado de representar ideales sobre los cuales pueda descansar un proyecto real de Nación. Los dos primeros tienen la oportunidad y la obligación de refundarse (y evolucionar). Para el tercero es demasiado tarde. Pero en el fondo, el problema también radica en la falta de una clase media, con ciertos valores y niveles de educación, que sea crítica con sus gobernantes y no esté condicionada por un programa social o un discurso de polarización.
Para México vienen tiempos de definición y eso incluye a su clase política, una clase que parece no entender el fin de un modelo s